Fotografiaron al encargado de "los vuelos de la muerte" en España
Adolfo Scilingo, sindicado como uno de los organizadores del horror durante la última Dictadura Cívico-Militar, fue visto caminando por las calles de Madrid. El hombre de 71 años fue el primer militar argentino condenado en el exterior, con una sentencia de 1084 años de prisión.
A pesar de la pena ejemplar que la Justicia española había impuesto sobre el genocida argentino, Adolfo Scilingo, ahora anda suelto por la calle. Uno de los mayores responsables de "los vuelos de la muerte" parece estar gozando de los mismos privilegios que muchos represores tienen hoy con el Gobierno de Macri en nuestro país.
El sitio español, Voz Populi, publicó imágenes del represor caminando por las calles de Madrid, luego de haber sido beneficiado con salidas transitorias, a pesar de acumular 1084 años de prisión por delitos de lesa humanidad.
Según el medio, lleva 26 días fuera de la cárcel con su familia en un pequeño pueblo de la sierra. En las imágenes se lo ve saliendo a media tarde "de su escondite" en el que pasa buena parte del tiempo.
El argentino fue el primero en ser condenado en el exterior, cuando en 2005 la Justicia española lo encontró culpable de los delitos de lesa humanidad que se le adjudicaban. Para esto pasaron más de 70 testigos que declararon en su contra, entre familiares, jueces y antropólogos forenses.
Allí confesó que, ese mismo año, participó de al menos dos vuelos en los que se lanzó al mar a una serie de detenidos que estaban vivos y que habían sido previamente adormecidos.
En una entrevista que concedió en 1996 explicó como era el modus operandi de "los vuelos de la muerte": "Todos los miércoles se hacía un vuelo y se designaba en forma rotativa distintos oficiales para hacerse cargo de esos vuelos. Los que el día antes se les elegían para morir, se les llevaba al aeropuerto dormidos o semidormidos mediante una leve dosis de un somnífero haciéndoles creer que iban a ser llevados a una prisión del Sur. Una vez en vuelo, se les daba una segunda dosis muy poderosa, quedaban totalmente dormidos, se les desvestía y, cuando el comandante daba la orden, se les arrojaba al mar uno por uno".
De todos modos, luego se desdijo y negó su participación. Afirmó que si contó "un montón de disparates" fue "para que se supiera la verdad".