Supinas y supinos
Fue el Jefe de gabinete, el otro día, quien desempolvó una antigua palabra de significado perdido en el tiempo. Al día siguiente de su presentación en el Congreso, y para calificar el comportamiento argumental de las distintas bancadas opositoras, Capitanich dijo que adolecían de “ignorancia supina”. La idea de “supina” remite a la indolencia anímica intelectual, a darle la espalda al tratar de saber y entender, a negarse por la mera inercia de la negatividad. Y si a la ignorancia se le agrega “supina” la carga que supone es brutal. No hay fotografía capciosa ni juego de Sudoku que le valgan como artilugios. Y no hay pregunterío ni sospecherío parlamentario que la rediman. Supinas y supinos se han dado cuenta que la única forma de no darse cuenta de que algo alentador y excitante viene sucediendo en la política de aquí y de allá es reduciéndose a la supinería y a lo más oscuro de una banca.
Sin embargo muchos de ellos aspiran a gobernar la Argentina. Conforman y actúan un raro juego de tendencias políticas. Y consiguen el milagro de superar al socialismo científico de Marx y Engels, al socialismo utópico de Saint Simon, al anarco socialismo y al libertario y etc. para rebautizarlo en la ciudad de Santa Fe como socialismo evanescente inclasificable. O para otros partidos o grupos sean clásicos o renovadores, que logran alteraciones geométricas situándose a la derecha y un poco más, pero considerándose en el centro; para no hablar de ciertas izquierdas que si no militan con las derechas se desmilitan de los medios. ¿Es posible que la sociedad los elija a ellos? Es posible. Si la “supinería” consigue el rango de epidemia popular y el voto del miedo se acomoda tras un nuevo código penal inspirado en la venganza.
Para contrarrestar tanta supinería no sirve la inteligencia. No. Porque esa oposición insiste en su ignorancia supina. Entonces Capitanich les explique más nada: ni de YPF ni del Club de París; ni de los golpes blandos ni de la unidad latinoamericana. Que la oposición siga sin querer entender la cadena de precios, las tensiones paritarias incluyentes o la manipulación mediática. No es que tenga cerrados los oídos: lo que tiene cerrado es el espacio cognitivo. Para qué doce horas de argumentos. Rebotan frente a la ignorancia supina.