Después de haberse tatuado un pingüino y haber militado con fervor en La Cámpora, Leila Gianni tuvo una epifanía y encontró en Javier Milei a su nuevo mesías.

Desde que llegó al poder hizo todo lo posible por sobreactuar su militancia libertaria aun a riesgo de quedar en ridículo en los debates por su jabonosa identidad política.

Buscando encontrar nuevos espacios donde hacer ruido -nunca mejor usada la frase- se lanzó de cabeza a convertirse en una adalid del derecho a armarse y defenderse por mano propia.