Provocó cierto estupor entre algunos legos el retrato que el lunes 17 de marzo Su Santidad y la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner se tomaron bajo una imagen de Nuestra Señora de Knotenlöserin –vulgarmente conocida en nuestro país como la Virgen Desatanudos–, sin faltar, como nunca faltan, quienes se escandalizaron, asombraron o hasta congratularon por lo que parece ser una concesión del papa Francisco a las devociones populares.

Craso error. La Virgen Desatanudos carece de la menor relación con cultos profanos como los del Gauchito Gil, La Difunta Correa, la Telesita, La Finada Ramonita o, llegaron a aventurar algunas almas exageradas, hasta el Barón Samedi o San La Muerte. Se trata, al igual que La Virgen de Lourdes, la de Fátima, la Divina Pastora de Barquisimeto, la de Guadalupe o la milagrosa Virgen de Copacabana, de advocaciones de María, alusiones místicas relacionadas con dones, atributos o hasta apariciones de la mismísima madre de Jesús.

El hecho a que a estas imágenes se las venere, y se le peticione, en el caso particular de Nuestra Señora de Knotenlöserin, con bastante inexactitud por los "nudos de la vida de las personas y los pueblos", no cambia en nada el valor de María como consejera, abogada, auxiliadora, y mediatrix ante Nuestro Señor Jesucristo, Uno y Trino, el único y auténtico hacedor de milagros.

Recuérdese: no son los santos ni la propia Virgen, en ninguna de sus advocaciones, quienes obran milagros, nos “desatan los nudos” o permiten, como san Antonio, encontrar novio y otros objetos perdidos. Todo lo que los santos y la Virgen hacen es propiciarlos, interceder ante el Señor para que sea Él quien nos bendiga con su Gracia





Cultos populares

Valiéndose de la magia de la televisión ciertos personajes de estruendosas apariciones mediáticas, tal vez para parecer populares, para congraciarse con ciertas jerarquías eclesiásticas o hasta por simple y llana idolatría, se declararon cultores de la Virgen Desatanudos, Expedito, patrono de las causas urgentes, el Sagrado Corazón de Jesús, Cayetano que convoca a los desempleados o Andrés, de gran utilidad contra la gota, el dolor de garganta y la esterilidad conyugal.

Sin embargo, no hablando ya del Gauchito Gil, Gilda o la Difunta, cultos no canónicos ni aceptados por la Sagrada Congregación Papal para los Ritos (que es la que legisla en todo lo referido a la disposición de las fiestas dedicadas a los santos), ni la Virgen Desatanudos ni el culto a san Expedito, no obstante su amplia cobertura mediática y el interés por la novedad, tienen mayor popularidad en la grey católica que los tradicionales cultos a la Virgen de la Candelaria que, con una vela en la mano izquierda y un niño en la derecha, en 1392 se les apareció en lo alto de una peña a dos indígenas de Tenerife, ni sus derivaciones americanas, como la de Copacabana, tallada por el artista indio Tito Yupanki, la del Valle, que no obstante reinar en toda España, en 1628 se apareció en una gruta de Choya, Catamarca, donde era silenciosamente venerada por las indias debido a que era pequeñita, muy limpita y morena como ellas mismas, ni la Virgen del Carmen, protectora de los neonazis chilenos, ni Nuestra Señora de Luján, generala de la patria o la Virgen del Socavón, protectora de los mineros de Oruro.

Es más, podría decirse que el culto a la Virgen Desatanudos tiene una raíz más aristocrática, tal vez más “intelectual” que aquellos originados en la devoción del pueblo llano.




La historia

Se trata de un retrato pintado en el año 1700 por Johann Georg Melchior Schmidtner y expuesto en Iglesia de St. Peter am Perlach, que, de no ser por la historia que tiene detrás –y la que tendría en adelante– no merecería más veneración que La Piedad de Miguel Ángel o cualquiera de las Madonnas de Rafael, de muy superiores cualidades artísticas pero, hasta donde ha podido constatarse, de menor capacidad propiciadora.

La historia se remonta a un episodio ocurrido en la capilla del monasterio jesuita de Ingostadt y que fuera protagonizado por el venerable padre Jacob Rem SJ, y el noble Wolfgang Langenmantel, a partir de finales del mes de agosto de 1615.

El atribulado noble había concurrido al templo para pedir por la salvación de su matrimonio, en pleno proceso de autodestrucción por razones que no consideramos prudente ventilar aquí ni, mucho menos entrar en detalles que podrían herir la sensibilidad de algunos lectores y/o lectoras.

Durante 28 días el noble oró fervorosamente en la capilla ante la Virgen María en la advocación de Nuestra Señora de las Nieves, una de las siete copias entonces existentes de la imagen de Santa María Maggiore de Roma. Los días sábado en que, curiosamente, el final de la semana de oración coincidía con una nueva fase lunar (que el noble tomaba como una señal de Nuestra Señora), Lamgenmantel era acompañado en sus rezos por el místico padre Jacob, quien desataba los nudos de una cinta simbolizando las dificultades conyugales.

Fue un 28 de septiembre cuando el venerable S.J. tomó la cinta y, deshaciendo el último nudo, con gesto imponente la alisó frente a la Virgen, pronunciando sus ruegos por la pareja que, huelga decirlo, serían atendidos: la pareja vivió feliz y ardiente hasta el fin de sus días.

Hans Schmittdner, el autor de la copia, que estaba presente, entre las lágrimas provocadas por una intensa emoción pudo ver cómo el rostro de María iba adquiriendo en el retrato un blanco tan puro que –estimó– jamás hubiera podido salir de su paleta.

Años más tarde, Hans relató el episodio a su hijo Johann, pero fue Hieronymous Ambrosius, nieto de Wolfgang Langenmantel y último retoño de la pasión y osadía conyugal que, por mediación de Nuestra Señora, experimentarían noche tras noche Wolfang y su recobrada esposa Sophie, y a la sazón preboste y canónigo doctoral de St. Peter am Perlach, quien encargaría al joven Johann inmortalizar el episodio. En él, la Virgen María, rodeada de querubines y protegida por la luz del Espíritu Santo, pisa la cabeza de la serpiente mientras a su izquierda, uno de los serafines le alcanza las cintas anudadas que ella va dando, debidamente estiradas, a otro ángel que levita a su derecha.




Como el colectivo y el dulce de leche

Fue recién en la octava década del siglo XX, a casi 300 años del suceso, que la primera imagen de la Virgen Desatanudos llegó a la Argentina. Lo hizo de la mano del sacerdote jesuita Jorge Bergoglio, quien, de viaje de estudios en Augsburgo se sintió atraído por el retrato de Johann. El joven sacerdote adquirió unas postales en la tienda de souvenires del templo, en base a las cuales, una vez de regreso en Buenos Aires, encargó la confección de una copia del cuadro.

En septiembre de 1996, apenas nombrado párroco de la iglesia San José del Talar, en el porteño barrio de Flores, el padre Rodolfo Arroyo recibió la visita de tres fieles devotos de la Virgen que habían trabajado cerca del padre Bergoglio. Los fieles devotos de la Virgen comentaron que en la capilla del rectorado de la Universidad del Salvador se veneraba un cuadro de Nuestra Señora de Knotenlöserin, a la que llamaron familiar y algo irrespetuosamente, la Desatanudos.

También el párroco se sintió atraído por la imagen e inmediatamente pensó en la posibilidad de venerarla públicamente en su parroquia. Una vez obtenida la aprobación episcopal, la entronización de la imagen –obra de la artista Ana Betta de Berti– se llevó a cabo el 8 de diciembre de 1996.

Fue entonces que el culto a la Virgen Desatanudos comenzó en Argentina, recibiendo un gran impulso por parte de quien el 28 de febrero de 1998, sería nombrado arzobispo de Buenos Aires y, en consecuencia primado de la Argentina, y gran canciller de la Universidad Católica Argentina.

El 8 de diciembre de 2011, al presidir la Eucaristía ante esta advocación de la Virgen, el cardenal Bergoglio destacó que “Dios, que derrocha su gracia para sus hijos, quiere que nos confiemos a Ella, que le confiemos los nudos de nuestros pecados para que ella se los acerque a su hijo Jesús”.

Es así que el actual papa Francisco no podría evitar sonreírse ante quienes se asombran de que se haya retratado junto a una imagen de la Virgen Desatanudos.

Guiñando un ojo dirá: “Ma, se ho inventato ío”.

Por Teodoro Boot y Abelardo Santiago