Un cura de Flores, un Papa de los pobres del mundo
Hay muchas maneras de diagnosticar la bancarrota moral: la banalidad ante la violencia, la ansiedad por llegar primero a ninguna parte, la indiferencia ante los caídos. La naturalización de la desigualdad, la impasibilidad ante la injusticia. La resignación como trofeo de lucidez. La historia considerada como lotería y la política como algo siempre ajeno. Sin embargo, hay una que identifica la catástrofe ética como ninguna otra: la pasión por denostar a personas que hicieron algo por transformar la vida.
En estos tiempos en que la máquina de odiar produce rencor en cadena, o como dice el que nos reúne en este texto, promueve “el amor por la coprofilia” “(enpsicología, se denomina así al placer experimentado al manipular, tocar u oler los excrementos), “el amor a la cosa sucia, el amor a la caca”, esta máquina de podredumbre ha elegido como blanco a una de las personas que más ha hecho por denunciar los males y las injusticia de la sociedad actual: el Papa Francisco. Así, nos encontramos con señoras, atletas olímpicas de los rumores y las maratones de televisión, y caballeros, turistas de todas las causas, pero habitantes de ninguna, repetir como loros el canturreo que les ha dictado la gran máquina. De modo que desde los grupos de WhatsApp de “gente como uno”, las tiendas naturistas “Hagamos del mundo un barrio privado” y las reuniones de caridad de “donemos las ropitas que ya no usamos más”, se dedican a denigrar a Francisco por sus “desaciertos políticos”.
Los promotores de la bancarrota moral indican los “errores” de un hombre que en medio de tanta hipocresía ha plantado la bandera de la justicia social, la ecología y la espiritualidad. ¿Cómo los devotos de “la verdad” según la moda, y del “ser”, según las marcas que visten, no van a despreciar a un hombre que con sus viejos mocasines habla de la cultura del descarte, fustiga al capitalismo que ha creado feroces fanáticos del dios mercado, critica a los que asisten a la ONU a hacer soliloquios de la paz, pero llenan sus fronteras de alambres de púas y cuchillas? “¿Cómo puede ser progresista el jefe de una institución que promovió la inquisición y la atroz conquista de “América”, que no permite el casamiento entre homosexuales y que se niega a aceptar cualquier discusión acerca del aborto?”, interpelan los que se sientan siempre en los cómodos sillones de la progresía testimonial. Porque este cura argentino consiguió, trabajando con amor, que lo odien los de extrema derecha y los de extrema izquierda. Tanto es así que el ala más reaccionaria de la Iglesia lo acusa de herejía, entre otras cosas, por no condenar a los homosexuales o por bendecir las hojas de coca de un movimiento indígena americano. Porque este sector, acepta los crímenes culturales y sociales de la Coca Cola, mas no respeta el valor espiritual de la coca para el pueblo andino; estos fariseos se sientan en la misma mesa con los mercaderes que el Cristo echó del Templo, pero no respetan a los homosexuales. ¿Cuántas bombas, tanques y aviones de guerras, cuantos banqueros que dejaron en la calle a miles, recibieron las bendiciones de estos “hombres de dios”? Y paradójicamente, la izquierda lo fustiga por no permitir el casamiento entre homosexuales y por no declarar a favor del aborto, pese a que Francisco ha manifestado que el que descarta a los homosexuales no tiene corazón, y ha sembrado semillas culturales de integración, en medio de una territorio naturalmente reaccionario. Es decir, la izquierda parece que no comprende los pasos que este cura ha dado, dirigiendo una institución que por años ha evitado tener un Papa que lleve el nombre de un santo consagrado a los pobres ¿Qué representa San Francisco de Asís para que tuvieran que pasar 265 papados hasta que el primer pontífice latinoamericano decidiera nombrarse como el santo de Asís? San Francisco de Asís fue el que renunció a la riqueza material cuando despertó a la riqueza espiritual. Fue el que al dejar dejó atrás el oro, alcanzó el lenguaje de los pájaros. El Papa Francisco a poco de asumir manifestó “En el centro del Evangelio está el pobre, basta leerlo” y al tiempo publicó su encíclica Laudato si, un manifiesto en defensa del medio ambiente y del desarrollo sostenible, en el que considera al planeta “nuestra casa común”. Es decir, adoptar el nombre Francisco, significa trabajar por los pobres y por la madre tierra. En medio de un mundo hecho un casino para pocos y un basural para muchos; un planeta condenado por los bancos y los buitres financieros, este cura del barrio de Flores se presenta como Francisco.
Cuando San Francisco de Asís abandonó los mandatos del mundo consiguió amansar, con caricias, al lobo más feroz de la vida. San Francisco no aceptó convivir con los oropeles de los reyes, él manifestó: “Recuerda que cuando dejes este mundo, no puedes llevarte nada que hayas recibido; solo lo que has dado”. El de Asís sostenía“Cuando se te llene la boca proclamando la paz, procura tener aún más lleno el corazón”. Para llamarse Francisco, había que estar dispuesto a no ser un rey, sino más bien un servidor de los pobres, un hermano de la naturaleza, un corazón consagrado a la paz. Pero, ¿cómo serlo en un mundo que le hace creer a la humanidad que la pobreza es una enfermedad que transmite de padre a hijo, una sociedad que le entrega el premio Nobel de la paz al presidente del país que más armas fabrica y que más guerras declara?¿Cómo ser un Francisco entre poderosos que levantan muros para que los náufragos de la historia no ingresen a sus ricos países? Tal vez declarando: “El que levanta muros se convierte en prisionero de los muros que levantó”. Y brindando el más lúcido diagnóstico del siglo xxi: "el mundo se ha olvidado de llorar".
Bergoglio también ha sido acusado de tener un oscuro papel durante la última dictadura argentina; sin embargo, testimonios varios, entre ellos el libro Salvados por Francisco de Aldo Duzdevich, documentan cómo, el ahora Francisco, le salvó la vida a diversas personas perseguidas por los militares. Curas, militantes católicos, judíos, ateos, comunistas, peronistas; es decir, él ante la condena que significaba estar en la mira de estos terroristas de estado, se las ingeniaba para sacarlos del país o refugiarlos en seminarios, escuelas, iglesias, hasta en su casa, en ese entonces el Colegio Máximo, donde asiló a un perseguido que no podía huir del país, ya que estaba cercado, y aprovechando el parecido que tenía con él, Bergoglio le dio su sotana y su cédula de identidad para que transitara libremente.
Además de corresponder a la mirada humana y divina de San Francisco de Asís, Francisco retoma una tradición de “Curas tercermundistas”, de obispos y religiosos que se consagraron al servicio de un mundo justo y que se plantaron ante la dictadura, muchos de ellos asesinados como el Padre Mugica y el Monseñor Angelelli, este último, que el Papa beatificó y que de alguna manera, y sin quererlo, hizo un manifiesto, al expresar: “Con un oído en el pueblo, y el otro en el Evangelio”. Curas villeros, curas por opción por los pobres, curas que saben que Cristo hace más falta en los lugares de las mesas vacías, en los barrios de los pies descalzos, en las pequeñas patrias de las exclusiones, que en las insondables catedrales donde se empachan los críticos de arte y los laicos que lavan los domingos los pecados de sus días hábiles.
Porque Francisco también abreva en las filas de los desocupados en la basílica de San Cayetano en Liniers, y en los ruegos desesperados a San Expedito en el barrio de Once, en los altares del Cura Brochero en Traslasierra y de Mama Antula en Santiago y en los peregrinos que caminan a Luján para cumplir con la promesa que le hicieron a la virgencita. “No renieguen de la historia de su patria, no renieguen de la historia de su familia, no nieguen a sus abuelos.Busquen las raíces y desde allí construyan el futuro”. Además de todo lo manifestado, el Papa corresponde a una cultura popular de la Fe, que rinde devoción a muchos santos paganos, como el Gauchito Gil, la Difuntita Correa, la Telesita, Santa Evita, Juan Bautista Bairoletto, y los santos de los barrios y de las cuadras, y de cualquier lugar donde los de abajo, pese a la intemperie a la que los arrojara el mundo, siguen rezando. “La oración también es un acto político con mayúsculas”, afirmó el primer Papa latinoamericano, sacando a las plegarias de los cuarteles de ángeles y de las salas estériles de los obispados, y poniéndolas en los lugares donde se luche por el pan, por el agua potable, por un techo, por un mundo, o como dice el Papa, por una “casa común” más justa para todos y todas.
En tiempos donde la cultura no ha conseguido detener la irrupción de los Trump o los Bolsonaro, Francisco habla de: “.…los intelectualismos sin sabiduría…”, y es tan cierto. Tantos que han acumulado toneladas de conocimiento e ignoran el profundo latir de su pueblo, el urgente desafío de la humanidad. En su encíclica ecológica, Laudatio si’, el Papa señala que el agua es un derecho fundamental que no puede ser privatizado, ni regido por las leyes del mercado y la declara un derecho humano básico "este mundo tiene una grave deuda con los pobres que no tienen acceso al agua potable”.
Los lenguaraces, desde el hipódromo de las palabras, señalan que Francisco se va en gestos. ¿Será tan solo un gesto, que él no haya querido mudarse al palacio pontificio, y se haya instalado definitivamente en Santa Marta? ¿O será ser coherente con eso que dice? "La verdad se capta mejor desde la periferia que desde el centro, si nos quedamos encerrados en nuestro mundito no terminamos de entender cuál es la verdadera situación de una verdad”. Nuevamente el progresista testimonial puede señalar que con quedarse en Santa Marta, o con usar viejos mocasines no le quita el hambre a nadie, pero: ¿acaso la metáfora no es una puerta que abre a nuevas reflexiones; un puente que le gana al muro; alas que se le brinda al pensamiento, en medio de tantas anclas?
Volvamos a los que desde su pequeño rinconcito critican a Francisco. Me pregunto: ¿qué hicieron ellos por la humanidad, por el país, por el prójimo? Si no pueden responder seriamente esta pregunta, por favor mejoren las palabras y las músicas con sus silencios. Porque mientras ellos hablan y hablan y hablan, hay hombres y mujeres como Francisco cambiando el mundo.