Un Bicentenario en terapia intensiva *
La historia suele ser casquivana y veleidosa. Los doscientos años de la independencia encuentran a nuestro país con un gobierno que implica una restauración conservadora, cuando paradójicamente hace doscientos años era una amenaza la restauración conservadora que se reorganizaba y avanzaba en Europa. Las condiciones para la declaración de la independencia eran muchos más desfavorables que en 1810, cuando no se tomó la decisión y se decidió recorrer el camino de una independencia relativa bajo la máscara de Fernando VII. Seis años más tarde ya se había concretado la derrota del sector jacobino de Mayo, aquel que fuera influido por la Revolución Francesa, que intentaba ser el representante intelectual de una burguesía nacional inexistente. Toda América Latina estaba sumergida en un retroceso evidente. Escribió Ricardo de Titto en su libro “Las dos independencias argentinas”: “…..En México, Chile (Rancagua), Quito y Caracas, las fuerzas populares y patriotas habían sufrido tremendos reveses; que los portugueses deseaban estrangular la revolución y ocupaban la Banda Oriental y que España intentaría a toda costa poner fin a las revueltas americanas con el respaldo de la Santa Alianza”. En el mismo sentido escribió Felipe Pigna en su biografía de San Martín: “¡La elección de los diputados para el Congreso de Tucumán comenzó a realizarse cuando llovían las malas noticias! La expedición española de reconquista dirigida por Morillo avanzaba a sangre y fuego sobre Venezuela y Nueva Granada, y actuando en conjunto con el virrey del Perú derrotaba una vez más a los patriotas del actual Ecuador. Con las manos más libres sobre su frente norte, los realistas de Lima aplastaron los primeros levantamientos del sur peruano, en Cuzco y Puno, al tiempo que sus fuerzas aseguraban la ocupación de Chile, con una persecución sistemática de todo lo que oliese a patriota.”
José Fernando de Abascal, virrey del Perú, afirmaba: “Los americanos han nacido para ser esclavos destinados por la naturaleza para vegetar en la oscuridad y el abatimiento.”
Por otra jugarreta del calendario que tendría un sentido trágico, ciento sesenta años después, un 24 de marzo empezaron a llegar a San Miguel de Tucumán, un poblado que entonces tenía alrededor de trece mil habitantes, veintiuno de los treinta y tres diputados elegidos para el Congreso que empezó a sesionar bajo la presidencia de Pedro Medrano. Del total de los diputados, casi la mitad eran abogados o clérigos. No concurrieron los representantes que un año antes declararan la primera independencia en el autodenominado “Congreso de los Pueblos Libres”, convocado por un caudillo excepcional como José Gervasio Artigas, quien había realizado el reparto entre los pobres de tierras y ganado en la Banda Oriental. Habían concurrido Corrientes, Misiones, Entre Ríos, Santa Fe y por supuesto la Banda Oriental adonde hoy es la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay.
El contexto político exteriorizaba las confrontaciones que atraviesan la historia argentina. Buenos Aires, dueña de la aduana, se desinteresaba del resto del territorio para mantener esa fuente de recursos sin compartirla. San Martín preparaba el ejército libertador en Mendoza, mientras desde Buenos Aires, simultáneamente al tiempo que se lo saboteaba, se lo convocaba para intervenir en las rencillas internas a favor de Buenos Aires. En carta a su amigo Tomás Guido del 29 de enero de 1816 le cuenta: “(Buenos Aires) …lejos de auxiliarme con un solo peso me han sacado 6000 y más en dinero que remito a esa, que las alhajas de donativos de la provincia (entre los que fueron las pocas de mi mujer) me las mandaron remitir como asimismo los caldos donados” (haciendo referencia a vinos y aguardientes). Más adelante, hablando en tercera persona, expresa su desazón: “San Martín siempre será un hombre sospechoso en su país y por esto mi decisión está tomada: yo no espero más que se cierre la cordillera para sepultarme en un rincón en que nadie sepa de mi existencia; y sólo saldré de él para ponerme al frente de una partida de gauchos si los matuchos nos invaden”
Las discusiones en el Congreso se dieron entre monárquicos y republicanos. Ya Belgrano había propuesto un rey inca. El diputado por Buenos Aires Tomás de Anchorena, anticipando otros calificativos peyorativos que hicieron historia a lo largo de los 200 años posteriores, expresó su desagrado diciendo: “Nunca aceptaré a un monarca de la casta de los chocolates, a un rey en ojotas.”
Uno de los diputados cuyanos que respondían a San Martín, Fray Justo Santa María de Oro sostuvo sensatamente que había que consultar al pueblo antes de tomar una resolución sobre la forma de gobierno, amenazando con retirarse si se seguía otro criterio.
La propuesta de una monarquía constitucional inca era apoyada, entre otros, por San Martín y Güemes, pero fue rechazada.
Las deliberaciones se prolongaban y San Martín se impacientaba porque no declaraban la independencia. En carta a Godoy Cruz, fechada en Mendoza el 12 de abril de 1816 escribió: “¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree que dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo?; por otra parte los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos…..Ánimo que para los hombres de coraje se han hecho las empresas.” En otra carta se puede observar el sentido que para San Martín tenía la independencia y su clara concepción latinoamericana: “La independencia nacional es el deseo de todos. Está en la cima de la revolución que se quiere alcanzar. No nos conformamos con obtener y asegurar la libertad de la Provincias Unidas emancipadas. Vamos más lejos y ésta es la primera y obligada etapa a recorrer, perseguimos la independencia del mundo americano, para obtener un pleno buen éxito es inaplazable emprender una guerra ofensiva contra el dominio de la metrópoli.”
Finalmente el martes 9 de julio, un día soleado, Francisco Narciso Laprida, diputado por San Juan y hombre de San Martín presidiendo la sesión, declaró la independencia de la dominación de los reyes de España y su metrópoli, aproximadamente a las 15 horas. Era una proclamación limitada. Hubo malestar y fue necesario un agregado. Pedro Medrano, abogado y poeta, que participó en el Cabildo Abierto de 1810, fue el que propuso el agregado adecuado el 19 de julio: “una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli y de toda otra dominación extranjera.”
Se redactó también la declaración en idioma quechua y aymará, que estuvieron disponibles desde el 10 de agosto.
La idea de la monarquía inca estaba en consonancia con el viraje en el escenario europeo.
Para atenuar el efecto que podía tener la declaración de la independencia en el viejo continente, se anexó a la declaración un documento como consigna el historiador Felipe Pigna en su libro “La voz del Gran Jefe”: “La declaración iba acompañada de un sugerente documento que decía “fin de la revolución” principio del Orden en el que los congresales dejaban en claro que les preocupaba dar una imagen de moderación frente a los poderosos de Europa, que tras la derrota de Napoleón, no toleraban la irritante palabra “revolución””
El inmediato efecto positivo de lo concretado en Tucumán fue la reunión del 14 de julio, en Córdoba, del Director Supremo Pueyrredón con San Martín, durante dos intensos días, donde discutieron y llegaron a un acuerdo para llevar adelante el cruce de los Andes y la campaña sobre Chile. Como consecuencia directa de esa reunión, al arribar a Buenos Aires, designó a San Martín General en Jefe del Ejército de los Andes
Doscientos años después el macrismo intenta despolitizar el 9 de julio, con su adscripción a la historia oficial, que es la escrita por los vencederos de las guerras civiles argentinas, de los cuales se siente legítimamente heredero. Es un intento de esterilizar el pasado como fuente de conocimiento e interpretación del presente, bajo la argumentación que el pasado nos divide y el futuro nos une.
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El diario La Nación, guardaespaldas de Bartolomé Mitre, lo expresó con la claridad reaccionaria que lo caracteriza en su editorial del 14 de febrero del 2016, bajo el título “La celebración del Bicentenario: “La conmemoración de los 200 años de nuestra independencia nacional debe estar revestida de la jerarquía que el kirchnerismo le restó a la de 2010……Pareció un sueño trágico, además de un acto oneroso, aquel esfuerzo gubernamental para trastrocar los valores eternos de libertad consagrados por los cabildantes de Buenos Aires. Se pretendió pintarrajear al 25 de mayo de 1810 como antecesor de alguna de las aventuras regionales más recientes, esa cuyo desenvolvimiento en las últimas décadas debería avergonzar a todos los latinoamericanos.”
El escritor inglés George Orwell sintetizó con precisión lo que se discute, cuando se polemiza sobre el pasado: “Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente, controla el pasado.”
* La presente nota forma parte del libro “Bicentenario de la Independencia Argentina ( 1816-2016) de Ediciones Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche Compilador: Marco Roselli