Todo depende de Cristina
(Y de que sus guiones no los escriba Mel Brooks)
Algunos sectores del kirchnerismo puro, duro, explícito o como quieran autodenominarse aquellos que hacen profesión de fe progresista y convierten en línea política su desconfianza, aversión o prejuicio respecto al peronismo, parecen absolutamente incapaces de aprender de la experiencia y reiteran una y otra vez los mismos errores en lo que, de tan repetida, ya hace rato ha pasado de ser una farsa.
Las consecuencias de la demolición sistemática de Daniel Scioli cuando ya se sabía que habría de ser el candidato, y lo ocurrido con Florencio Randazzo, sorpresivamente desairado luego de que se lo impulsara a una demencial campaña de injurias contra el candidato propio, son demasiado recientes como para insistir en la misma “estrategia”. Si es que se puede llamar así a esta versión de colegio diferencial de “pegar para negociar” de Augusto Timoteo Vandor, dirigente al que le sobraban picardía y timing, ese sentido del tiempo y la oportunidad de la que, obviamente, Randazzo y sus equivalentes carecen.
Porque hubo Randazzos antes y los hay ahora, impulsados a hacer lo mismo y con los mismos previsibles resultados. Sólo los diferencia su respectiva calidad humana y de ahí el distinto modo en que cada uno reacciona luego de constatar el papel de preservativo que se le tenía asignado.
Como sea, de juzgarse por los resultados –¿y de qué otro modo juzgar una estrategia política?–, la elección del guión, o de los actores, o de ambos, ha sido desacertada.
Pero ¿por qué se insiste en lo mismo?
El juego de las diferencias
Existe la tentación –al menos en el kirchnerismo de la provincia de Buenos Aires– de dirimir la interna peronista en la elección legislativa del año próximo. Y hasta hay quienes dan el ejemplo y toman como modelo la candidatura a diputado de Antonio Cafiero en las elecciones legislativas de 1985.
Desde luego, situaciones aparentemente similares pero en momentos muy diferentes, no son comparables, pero lo que de ningún modo puede hacerse es comparar situaciones completamente diferentes en momentos también diferentes.
Antonio Cafiero no eligió, sino que se vio obligado a presentarse a elecciones por el Frente Renovador, pues el Partido Justicialista, particularmente el bonaerense, estaba controlado por una camarilla todavía más obtusa que reaccionaria cuyo principal propósito era conservar su lugar obturando, por todos los medios, la expresión de otras líneas internas. En otros distritos, en cambio, se había podido renovar las autoridades y llegar a los acuerdos necesarios para el surgimiento de candidatos menos desgastados y repudiados por la mayoría de los votantes. Así, y para no entrar en demasiados ejemplos, los cuatro diputados electos en Capital Federal por el Partido Justicialista pertenecían, todos, a la “renovación”: no había sido necesario “dirimir la interna” es una elección general.
Pero ¿qué sentido, motivo o razón tendría hoy repetir la táctica de Antonio Cafiero, cuando las elecciones internas son directas, abiertas y hasta simultáneas?
Conviene también recordar que en las elecciones legislativas de 1985, el peronismo consiguió ganar en apenas un puñadito de provincias y que en la propia provincia de Buenos Aires la UCR se impuso con el 41% de los votos sobre el 27% que obtuvo la lista de Cafiero.
Sería bueno también tomar conciencia de que más allá de las diferencias entre el peronismo y el radicalismo de entonces, el dirigido por Raúl Alfonsín se pretendía progresista y popular, aunque arrastrara algunas rémoras de gorilismo “libertador”. El gobierno actual, en cambio, no es una manera diferente de ser argentino, sino una manera de no serlo: es un auténtico Partido del Extranjero. En consecuencia, no conviene entretenerse jugando a las internas como si nada estuviese sucediendo, como si se tratara de una “alternancia”, uno más de esos muchas veces saludables recambios en el sistema democrático. No hay nada de eso acá.
El tercer elemento que se olvida al proponer estos disparates es que la elección de 1985 era de “medio término” a nivel provincial, pero de “primer término” para el nivel nacional: restaba todavía una elección legislativa, que tuvo lugar en el '87, cuando, ya al frente del Partido Justicialista, Antonio Cafiero consolidó su triunfo, y quedó muy bien parado para las internas presidenciales. Que, sin embargo, le ganó Menem.
Conducción y hegemonía
Dirimir una interna no supone que los vencidos dejen de existir, sino que se tienen que adaptar, siempre y cuando la conducción les dé el espacio necesario para hacerlo. Y he aquí un concepto que se olvida: el de conducción, sobre el que en los últimos años se le ha sobreimpreso, para colmo, desprolijamente, el de “hegemonía”, que no es lo mismo ni se le parece.
Por ejemplo, la insistencia de la “cafieradora” en seguir dirimiendo en 1988 esa interna contra la “ortodoxia”, en seguir entendiéndose como una facción “hegemónica” y no como la nueva conducción de un proceso, tuvo enorme influencia en el rechazo a que quien acompañara a Cafiero como candidato a la vicepresidencia fuera el ex gobernador de Santa Fe, José María Vernet, quien contaba con al apoyo explícito de la UOM. El descarte de Vernet resultó determinante para que Cafiero fuera derrotado por Carlos Menem.
Esos kirchneristas “puros” dejar en el tintero tanto "el detalle" Vernet como el hecho de que no existe en perspectiva otra elección intermedia, necesaria para consolidar las nuevas relaciones de poder internas luego de una ruptura “táctica”. Y, para colmo, olvidan un importante dato de la realidad: que Sergio Massa existe, que se prepara para recibir a los raleados y que será el principal beneficiario de cualquier política sectaria, tanto en el año 2017 como en el 2019.
Lo significativo aquí es que tampoco Massa propone una nueva forma de ser argentino. Por el contrario, es la cara sensata y política de ese Partido del Extranjero que en menos de seis meses nos ha hecho retroceder casi 13 años.
La pregunta que cae de madura es ¿quién tiene tanta necesidad de “dirimir la interna”?
Unidad o confrontación
Tracemos un escenario simulado: si en 2017 la lista de candidatos del FPV la encabezaran Cristina y Scioli, o si Scioli regresara finalmente a la Capital como candidato de consenso, ¿tiene alguien alguna duda de que esa lista se impondría a cualquier otra surgida del peronismo?
De ser esto así ¿qué necesidad obligaría a Cristina a dirimir una interna? Le bastaría con armar una lista amplia, que contuviera a la mayoría de los sectores, que contemplara el parecer y las necesidades de intendentes y dirigentes sindicales, para no tener oposición interna y, detalle nada pequeño, conservar grandes posibilidades de triunfar en la elección general. ¿Cree alguien que algún intendente se rehusaría a participar, que optaría para irse a la buena de dios y a enfrentar electoralmente nada menos que a la ex presidenta?
Invitado a participar, nadie correría a refugiarse en los dudosos brazos de Sergio Massa, de quien todavía se ignora si no terminará siendo una de las tantas estrellas fugaces de la política argentina.
Puede afirmarse que todo depende de Cristina, de su voluntad, sensibilidad e inteligencia. Y eso no es algo que se pueda decir de muchos dirigentes, porque ¿acaso todo depende de Massa? ¿O de Vidal? ¿O de Randazzo? Este hecho, este pequeño “detalle” indica que los cuestionamientos a Cristina son relativos, aunque también justificables, toda vez que no se puede conducir una fuerza política hacia el fracaso y salir indemne. Pero de ningún modo son definitivos.
Si se nos permite una comparación, es posible afirmar que en el movimiento obrero todo depende de Hugo Moyano. Tanto si termina existiendo una sola central o dos o cinco, como si se convoca a un paro general con posibilidades de éxito. No puede decirse lo mismo de Caló, o Barrionuevo, o Yasky. A diferencia de ellos, lo que piense, diga y haga o deje de hacer Hugo Moyano será, de una u otra manera, para bien o para mal, determinante para el movimiento obrero.
De la misma manera y más allá de los gustos de cada quien, lo que haga o deje de hacer Cristina Fernández es determinante para el peronismo, muy especialmente, el de la provincia de Buenos Aires. Y en ese sentido, siendo que le bastaría con una amplia convocatoria, Cristina no necesita dirimir ninguna interna con nadie. Quienes sí lo necesitan son aquellos que en estos años han venido medrando a sus expensas. Los mismos que, como personajes de una comedia del absurdo, creen que la construcción de un hipotético “frente ciudadano” empieza por romper el peronismo.
Habrá quien lo lamente y quien se alegre, pero nadie puede ignorar que dependerá de Cristina una rápida reconstrucción de un frente nacional capaz de detener la entrega del país al sistema financiero internacional. En su defecto, se corren serios riesgos de que sea definitiva.