Segundo tiempo con cancha embarrada
La Argentina es un laboratorio único en el planeta. Los ciudadanos que superan los setenta años han vivido tres dictaduras, la proscripción de las mayorías populares, el apaleamiento de científicos y universitarios, intervención de las Universidades, el bombardeo a Plaza de Mayo, clivajes como el Cordobazo y el 19 y 20 de diciembre; el retorno en dos oportunidades del mayor político del siglo XX, proscripto y exiliado durante 18 años, dos hiperinflaciones, una deflación, la ilusión de hacer la equivalencia entre el peso y el dólar, múltiples corridas bancarias y cambiarias, alzamientos militares, el terrorismo de Estado, la desaparición conocida como la muerte argentina, una guerra perdida, disparadas del dólar, sometimiento al FMI, pagarle todo al FMI y volver endeudarse con el FMI por una cifra impagable. Odios ancestrales, fractura que viene del fondo de la historia, corralito y corralón, desagio, plan Bonex; una figura menor que en cuatro años llega a jefe de gobierno y en 12 a presidente logrando el mérito de agrupar a todo el anti peronismo, y cuatro años caer derrotado por ocho puntos a pesar del apoyo de todo el poder local e internacional, para dos años después ser el instrumento utilizado para castigar al oficialismo y la pandemia jugando como un indulto a sus tropelías. Hasta el experimento actual por el cual quien fuera presidenta por dos ejercicios, designa a su presidente reservándose el lugar de vicepresidenta, ganando ampliamente; pero transcurridos los primeros 99 días de su asunción, el nuevo gobierno debe empezar a transitar las aguas tormentosas de la pandemia. La enumeración es meramente descriptiva y pueden agregarse seguramente cientos de otros hechos significativos.
Una sociedad y un partido popular al que le parece normal que una presidenta designe a dedo a su vicepresidente en el 2011 y ocho años después el mismo dedo postule a su compañero de fórmula. Es una sociedad a la cual la educación neoliberal fragmentó ideológicamente, separó a través de la ayuda estatal a los que están en el mismo escalón social, consiguió que un pobre denueste a otro pobre si uno de ellos recibe subsidios.
En los 38 años de democracia la sociedad incorporó una gran cantidad de derechos al mismo tiempo que la situación social es una pendiente profunda que llevó del 12% de pobreza que dejó la atroz dictadura establishment-militar, al 42% actual que en las franjas juveniles llega al 54%. La premisa de Raúl Alfonsín que con la democracia “se come, se cura y se educa”, parece, 38 años después, una mueca impresentable. Un país que es una fábrica de alimentos conoció y convive con escenas de hambre inimaginable, con una educación degradada y una salud pública que libra una lucha desigual con el desorden y la estrechez de recursos. Al mismo tiempo en muchos lugares la escuela es la única presencia del ESTADO. En medio de esta declinación la Argentina tiene islas de modernidad como el Conicet, la Comisión de Energía Atómica, el INVAP y la Universidad Pública.
Es una sociedad que desactivó el papel de las Fuerzas Armadas pero padece fuerzas policiales penetradas por la corrupción y el narcotráfico. Un sistema judicial que acentuó el bill de indemnidad de los poderosos. Un creciente desprestigio de la política en muchos casos justificado pero que deja a los sectores populares desprovistos de la principal herramienta de cambio de una sociedad.
Un planeta que se inclina hacia la derecha mientras irrumpen expresiones impúdicas que ponen en vigencia aquello que en muchos casos, el hombre no sólo desciende del mono sino que en muchos casos sigue descendiendo. Ahí están desde los antivacunas a los terraplanistas, desde los libert-arios a los que quemaban barbijos.
Todo ello produce una primera paradoja: cualquier habitante de la Argentina percibe la profundidad de la crisis pero al mismo tiempo franjas enormes quieren moderación o pretenden políticas que son responsables de esta decadencia. Una segunda paradoja es que la gravedad de la situación exige medidas drásticas, pero eso se da de patadas con el espíritu de “no hagan olas”. Es una propuesta inviable como querer comer un huevo pero sin romper la cáscara. Alberto Fernández en sus primeros dos años intentó administrar la crisis, haciendo algunos goles, algunos muy importantes que el tiempo reconocerá, pero recibiendo unos cuantos en su arco, algunos importantes autogoles. Está claro que se hizo una política de contención, muy lejos de una de redistribución.
La Argentina es un país saqueado. Los dólares que se fugan vía contrabando, a través de puertos privatizados, por sobrefacturación de importaciones y subfacturación de exportaciones, por los mil agujeros del sistema financiero, por evasión fiscal, son luego los dólares que faltan y es la contrapartida del endeudamiento.
No se necesita una revolución que carece de protagonistas en este contexto. La Revolución Rusa tuvo de protagonistas a los obreros y campesinos y la cubana a la juventud preferentemente universitaria y a los campesinos.
Sólo se necesitan medidas en defensa propia que en una sociedad sometida y colonizada son considerados violatorios de la propiedad privada, donde los poderosos cuentan en muchísimos casos con el amplio apoyo de las víctimas.
El electorado fluctuante que define las elecciones es muy tributario del accionar de los medios. La contradicción de tratar de cambiar una situación crítica con moderación en una sociedad en pendiente hacia la derecha es un oxímoron. En el resultado electoral del Frente de Todos, Cristina perdió alrededor de 7 puntos y quedaron vacíos los casilleros de Fernández y Massa, reducidos a la inexistencia. Toda acción transformadora debe acompañarse del trabajo previo de abonar el terreno, demostrar las ventajas de la acción que se emprende y que lo peor es mantener el status quo. El caso Vicentin es paradigmático: perdió el Estado y los productores que confiaron en Vicentin. Implementada sin convicción y sin persuasión, permitió que los que iban a ser perjudicados vean en la intervención del Estado una solución dañina para sus intereses. Si previamente no se explican claramente las ventajas, en este escenario en pendiente hacia la derecha la derrota está garantizada.
El gobierno está agrietado por diferencias conceptuales y por confusiones de propios y ajenos. Sergio Massa posiblemente hoy electoralmente se representa a sí mismo, pero tiene inserción en el poder económico nacional e internacional. Los votos en casi su totalidad son de Cristina apoyada por la Cámpora. Alberto Fernandez trata ahora de establecer su propia base de sustentación constituida por los gobernadores, la mayoría de los intendentes y de los movimientos sociales junto con la casi totalidad de los sindicatos que conforman la CGT.
Son dos visiones del país separados en los discursos y parcialmente en los hechos. Por ejemplo en el tema FMI, la negociación se extendió largamente por razones electorales. Contra lo esperado, el gobierno salió muy debilitado de las PASO y psicológicamente mejorado de las elecciones del 14 de noviembre en donde una pequeñísima levantada lo posicionó como un derrotado con la moral en alza, que pasó de una catástrofe a haber impedido una hecatombe, ante un vencedor desmoralizado por haber triunfado por una diferencia inferior a la esperada, que no le asegura un triunfo en primera vuelta como especulaba para el lejanísimo 2023.
Alberto Fernández y Cristina Fernández quieren acordar con el FMI. El presidente desde la cancha y Cristina desde la tribuna. Alberto no ha logrado ni la ampliación del pago a 20 años ni que no le cobren la sobretasa (4%) de la habitual del 1% originaria, a pesar de que el Fondo, violando sus estatutos, le prestó un monto superior a la participación accionaria de la Argentina. Tampoco la concesión de cuatro años sin pagos. Aparentemente sólo serían dos. Cristina desde la tribuna, desde donde muchas veces baja al campo de juego y coloca funcionarios, exige un buen acuerdo con alguien que nunca concedió un buen acuerdo para el pueblo del país deudor. Es un partido de truco donde Argentina y el Fondo saben que no se puede pagar la enorme deuda a 10 años. Lo que se concierta es una nueva negociación para adelante como una especie de default diferido. A su vez la ruptura con el Fondo no está contemplado porque las reservas líquidas alcanzan para un mes de importaciones y porque las consecuencias serían insoportables por la relación de fuerzas y la derrota cultural corporizada en el voto adverso del cuarenta por ciento de la población.
Está claro que en el Frente de Todos, el kirchnerismo es el sector más radicalizado con Cristina Fernández, la que manifiesta la mayor claridad sobre la situación. Sobre ella misma hay una confusión de propios y extraños: el poder la ve como una revolucionaria y los propios como una estadista a prueba de errores. La realidad sin anteojeras permite avizorar que no es ni una cosa ni la otra. La amalgama electoral diseñada por Cristina se ha reflejado en una ecuación neutralizada, porque en un país profundamente presidencialista se cuenta con un presidente que es menos que un presidente y una vicepresidenta que es más que una vicepresidenta. Cuando el conflicto estuvo a punto de llegar a la ruptura, se designó de común acuerdo a Juan Manzur como un pretendido primer ministro con un alegado volumen político que en dos meses se desinfló.
Las zancadillas entre el binomio de los Fernández han sido en algunos casos simbólicas y en otras ocasiones desembozadas. Para dar un ejemplo de estas últimas: la protagonizó el Presidente en la presentación del libro “Evo: Operación Rescate” del periodista español Alfredo Serrano Mansilla. Ahí Alberto Fernández dirigiéndose a Evo Morales le dijo: “Tengo una sana envidia por el compañero que tenés cuya lealtad ha sido puesta a toda prueba y jamás defeccionó, me refiero a Álvaro García Linera”
Pero por encima de los desaguisados en el oficialismo, aquí hay un responsable gigantesco que es Cambiemos con una política colonial cuya mayor hipoteca es la deuda con el FMI. Nicolás Dujovne, quien tiene la costumbre de hablarse encima, reconoció desde un principio que el kirchnerismo le dejó una deuda muy baja en relación con el PBI y ahora que lo mejor que hicieron es dejarle a su sucesor la deuda con el Fondo porque lo condiciona a niveles superlativos. Traducido: ataron al cuello del país un futuro colonial.
Alberto Fernández comienza el segundo tiempo de su gobierno. No solamente con la cancha embarrada por una coalición de poder económico, medios dominantes, poder judicial adverso, establishment internacional adverso, oposición que no tiene el menor pudor para reconocer algunas de sus horribles fechorías, actuando como aquel joven que mató a los padres y luego pidió la absolución alegando que era huérfano, y encima con la pelota que es propiedad del Fondo hasta que se levante la deuda. En ese increíble escenario hay que hacer los goles que mejoren significativamente la vida de los argentinos.
*Publicado en LA TECLA Ñ, Diario Registrado, Portal de Radio Cooperativa