Romerito
Su padre José Luis Romero fue un experto en Edad Media con reconocimiento internacional y con sus libros de historia se educaron una cantidad numerosa de argentinos que cursaron el secundario en los sesenta, setenta y tal vez algunos años más. Fue el rector interventor de la Universidad de Buenos Aires de la Revolución Fusiladora y Decano de la Facultad de Filosofía y Letras en 1962. Simpatizante del Partido Socialista bebió en la prédica de Juan Bautista Justo que era librecambista en economía y mitrista en historia, dos contrapesos insuperables para entender el pasado y sobre todo discernir sobre el siempre confuso presente. Su hijo es académico y heredó del padre las vendas ideológicas pero no el talento de su progenitor. Miembro de la Universidad de San Andrés, Luis Alberto Romero es un historiador nacido en 1944, que ejerció durante más de dos décadas como profesor titular de la materia Historia Social General en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Integra el Club Político Argentino que según el documento inicial tiene, entre otros objetivos, el de “contribuir a conferirle densidad política a la nación, sin incurrir en el nacionalismo”
A la muerte de Néstor Kirchner, Romerito en Clarín escribió: “Mientras tanto, nos preguntamos, con angustia, cómo transcurrirá este año largo hasta la asunción de un nuevo presidente. Hoy, buena parte del rumbo futuro depende de lo que haga la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ella puede optar por seguir adelante con el endemoniado juego faccioso que su difunto esposo impuso a la confrontación política, activando permanentemente la antinomia amigo/enemigo. O puede detener ese movimiento, asumir que le toca encabezar una difícil transición, y que puede hacerlo con todos y para todos…..” Después de la multitudinaria marcha del 18 de febrero, a un mes de la muerte del fiscal Nisman, declaró en TN: “…no creo que sea un final tranquilo, no creo que todo esté dado para que haya una transición normal del mando……. Hay una imagen que a mí no se me termina de hacer creíble que es la Presidenta colocándole la banda a un sucesor".
A su nota del 28 de octubre del 2010, cinco historiadores, Irene Cosoy, Gabriel Di Meglio, Federico Lorenz, Julio Vezub y Fabio Wasserman le respondieron: (Romero como profesor) “recomendaba examinar los procesos históricos ““desde la perspectiva de los sujetos sociales, que coexisten en relaciones conflictivas y que, más allá de su conciencia e intencionalidad, son los agentes de los cambios””. Como enseñaba el profesor en sus clases, esas conflictivas relaciones entre los sujetos sociales hacen a la Historia única en cada instancia. Ninguna de estas advertencias o principios parecen estar presentes en la breve columna que publicó en Clarín el pasado 28 de octubre ante la sorpresiva muerte de Néstor Kirchner. Allí pone el eje en la personalidad facciosa del ex presidente, que habría impedido el normal funcionamiento de las instituciones republicanas. Al hacerlo, soslaya la importancia de los conflictos de intereses e ideologías, reduciendo así las disputas políticas a las características personales de algunos actores privilegiados, lo que desde el punto de vista de los estudiosos es estrecho y ahistórico. Romero nos dice que el conflicto social en la Argentina se debe a un problema de estilos y formas de gobierno. Para ello, utiliza un lenguaje plagado de metáforas tan poco felices como tendenciosas: la incertidumbre política dejaría de ser tal si la Presidenta eligiera ““el camino de la concordia y la institucionalidad””, en oposición al ““endemoniado juego faccioso”” y ““los demonios que Kirchner desató en los últimos años””. Para Romero, los conflictos no se deben a la existencia de distintos intereses y proyectos de país expresados por diferentes fuerzas políticas (e incluso al interior de esas mismas fuerzas), sino más bien a una pareja gobernante, mutilada ahora por la muerte, que con sus formas agrede al conjunto armónico de una república que sólo existe en la mente del colega columnista. Como si se tratara de un cuento infantil, todos los males son causados por la personalidad de los principales protagonistas de nuestra vida política. En esta interpretación no hay clases, ni intereses, ni corporaciones, ni sujetos, ni actores sociales. Nada de lo que los historiadores buscamos identificar y explicar cuando hacemos nuestro trabajo, sean cuales fueren nuestras convicciones ideológicas.”
En cambio para el periodista y directivo de “La Nación” Claudio Escribano, el mismo que en nombre del “periodismo independiente” le presentó un pliego de condiciones a Néstor Kirchner el 5 de mayo del 2003, bajo la amenaza que en caso contrario su gobierno no duraría un año, transcribió el 19 de junio su discurso de bienvenida a Luís Alberto Romero como nuevo miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas con el título de “La crisis de la verdad”: “Cuando otros apelan al pasado sin reglas ni frenos para sacar rédito políticos, el historiador de vasta trayectoria académica , hoy ilumina el presente desde la perspectiva privilegiada que ofrecen el rigor y método”
Romero, columnista frecuente de La Nación, el 10 de junio escribió en ese diario una columna bajo el título “El país necesita un cambio, no continuidad”, una crítica al kirchnerismo, que es una poco original remake de de los argumentos que se usaban contra el peronismo en los primeros años posteriores al golpe de 1955. En primer lugar el concepto de dictadura que ahora asocia al kirchnerismo. Por eso escribió: “En los últimos años, Cristina Kirchner explicitó las ideas subyacentes: quien tiene la mayoría tiene todo el poder y lo ejerce sin limitaciones. Estas ideas llevaban a la dictadura; fueron frenadas, pero no abandonadas. Esta es una de las cosas sobre las que habrá que optar en octubre.” En segundo lugar el lucrar con la pobreza como fundamento de sus triunfos eleccionarios: “Los Kirchner exprimieron el Estado para construir su propio poder y, en primer lugar, para producir o fabricar los sufragios necesarios para ganar las elecciones. El terreno más adecuado fue y sigue siendo el mundo de la pobreza, donde los ciudadanos son escasos y las necesidades son muchas.”
Lo mismo se decía de 1945 a 1955. Derrocado el peronismo a lo largo de 18 años, a pesar de estar proscripto se demostró invencible en las urnas. Explicaciones superficiales no suelen contribuir a analizar fenómenos complejos. Por eso los Romeros (antes el padre y ahora el hijo) suelen encontrarse en la extraña situación de no poder comprender por qué pasa lo que efectivamente pasa, situación que se agrava por su especialización profesional. Si el peronismo y el kirchnerismo son meramente un relato o una impostura o una construcción publicitaria, Romero seguirá escribiendo columnas en los medios hegemónicos que no serán un testimonio de su aporte a la comprensión, sino una prueba de su absoluta precariedad analítica. El historiador escribió: “El relato narra la epopeya de un gobierno fundador, llegado para regenerar a la Argentina.”
Si a Perón se lo acusaba de haber gobernado a partir de un Banco Central repleto de lingotes de oro, despilfarrando los mismos en “absurdas nacionalizaciones”, en la compra de “hierros viejos”, como se afirmaba sibilinamente en el caso de los ferrocarriles, en haber fomentado el desarrollo de la industria liviana en detrimento de la pesada, Romero ahora sustituye lingotes de oro por soja y así escribió: “Los Kirchner recibieron, junto con el gobierno, el regalo de la soja. Pudieron hacer muchas cosas y no las hicieron. Dejan un país con tantos o más pobres que antes, un Estado destrozado, instituciones arrasadas y una opinión dividida y enfrentada”
No puede faltar en el análisis crítico a los gobiernos populares, el robo desenfrenado que lleva a éste y otros comentaristas a efectuar sus análisis a través de la mirilla de la corrupción. Es obvia que la misma debe ser denunciada si se cuenta con las pruebas y tratar que los que la cometen paguen por sus delitos. Pero lo habitual es que esto sea meramente un argumento erosionante que sólo se esgrime contra los gobiernos que afecten parcialmente los intereses del establishment y nunca cuando los que gobiernan lo hacen en esa dirección. Luis Alberto Romero no escapa a esta inexorable regla y así escribió: “Con los Kirchner triunfó la política. Los gobernantes dejaron de ser simples receptores de coimas ofrecidas y se convirtieron en los promotores de los negocios que las generan, en sociedad con sus "empresarios amigos". La compleja maquinaria fue promovida desde el gobierno, de manera sistemática, al punto que buena parte de sus acciones parecen motivadas por los beneficios a percibir. Basta recordar los subsidios administrados por Ricardo Jaime o Sergio Schoklender. El daño fue doble: mala gestión de las tareas estatales y apropiación privada de una masa considerable de bienes públicos. Es difícil calcular su magnitud, pero seguramente allí fue a parar una parte importante de lo generado por la soja. En octubre también habrá que decidir si se continúa o no con la cleptocracia.”
Tal vez haya que recordarle a Romerito lo afirmado por Carlos Marx: “El capitalismo llega chorreando sangre y lodo”. Lo cual no implica negar que existan casos de corrupción.
Finalmente en su retahíla de lugares comunes del republicanismo abstracto expresa: “La voluntad de cambio es importante, pero necesita tener un sentido, ir a alguna parte. Aunque sea algo tan simple como volver a tener un país normal.”
¿Cuál es el país normal al que aspira Luis Alberto Romero?: ¿el del Primer Centenario? ¿el de Menem? o como expresión de futuro ¿el de Macri?
El lunes 1 de julio, Romerito publicó su habitual columna en el diario Clarín. Ahí define su concepto de democracia bajo el título de “Perjuicios de vivir en una democracia invertida”: “El sufragio no produce gobiernos. Son los gobiernos los que producen los sufragios, los fabrican para legitimar su poder y para reproducirla”. Si el peronismo fue calificado como fascismo en su época, Romero escribió ahora en esa línea: “El actual (gobierno) no recuerda a Juárez Celman sino a Mussolini, salvo que la Cámpora no ha llegado todavía al nivel de eficiencia del Partido Fascista….”
A la izquierda de su nota, el dirigente del Partido Obrero Néstor Pitrola, nacido en 1954 escribió: “En situación igual o peor que la de Grecia se encuentran otros doce países; entre ellos Ucrania, Venezuela, Granada, Ecuador y hasta Puerto Rico y Rusia, con Argentina en las gateras.”
A la derecha de la columna de Luis Alberto Romero, está la nota de Julio Bárbaro, nacido en 1943, que pasó buena parte de su existencia política en el peronismo, que caracteriza al gobierno del que formó parte: “Nos gobierna una secta, una mezcla rara de corruptos y viejos revolucionarios, una formación cerrada conducida para llevarse todo por delante…” en una de las precisiones más benévolas que ha escrito.
Por las respectivas edades consignadas, los tres, un antiperonista de izquierda (Pitrola), un antiperonista de derecha (Romero) y un peronista desperonizado volviendo a sus orígenes democristianos (Bárbaro) no tuvieron edad para militar entre 1945 y 1955. Pero en función de sus posiciones consignadas, no es arriesgado suponer a los tres juntos en la Unión Democrática como ahora son reunidos y promocionados por el diario Clarín, en su prédica visceral contra el kirchnerismo. Los gobiernos populares suelen ser una divisoria de aguas que además producen la desnudez ideológica impúdica de presuntos revolucionarios y progresistas.