Lo conocí a Ernesto Laclau hace 47 años. Él tenía 32 años pero aparentaba un lustro menos. Era uno de los dirigentes del Partido Socialista de la Izquierda Nacional al que yo ingresé en 1967, en pleno Onganiato. Ernesto se había integrado unos años antes a la agrupación junto a varias figuras como Blas Alberti y Ana Lía Payró. Justamente ésta última iba a ser la responsable política de nuestra militancia universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas donde con Eduardo Fosatti fundamos ARCE (Acción Reformista de Ciencias Económicas). El Partido había sufrido una escisión encabezada entre otros  por Jorge Raventos y había quedado sin militantes universitarios. Nosotros nos habíamos integrado a través del accionar de un militante de hierro, Rodolfo Balmaceda, después de una asamblea universitaria clandestina realizada en una iglesia, en medio de una dictadura “dura” (que luego quedaría “blanda” ante el infierno que llegaría en 1976 y los adelantos del horror de los últimos meses de 1975). 

Durante dos años conocí la capacidad didáctica de Ernesto y la profundidad de su pensamiento, en charlas brindadas repetidamente a grupos que empezaban a interrogarse sobre la nueva realidad, a consecuencia de que Onganía terminó con la isla universitaria democrática y la introdujo en el país donde las mayorías populares estaban proscriptas.

Una de las tareas militantes era convocar para charlas sobre historia nacional y la actualidad que daban Jorge Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, Blas Alberti y Ernesto Laclau. En 1968 la sociedad no resultaba favorable a los planteos originales de la izquierda nacional. Un día convocamos a una charla, a la que sólo concurrió una persona, un primo mío, Carlos Presman que hoy vive en Israel. Ernesto decidió que la charla se diera igual, en una insólita escena de un disertante frente a un solo oyente y dos militantes que oficiaban de “claque”.

Dirigió el diario partidario “Lucha Obrera”  y  la revista libro  “Izquierda Nacional”

En 1969 Ernesto viajó y se radicó en Inglaterra con el padrinazgo de Eric Hobsbawm, el mayor historiador de las últimas décadas. El propósito original era alejarse por tres años, pero las sucesivas dictaduras lo impidieron  y no volvió por quince años. De alguna manera, en el clima de época, la deserción de la lucha revolucionaria para insertarse en el mundo académico, se vivió como una frustración de quien estaba destinado a ser un dirigente de fuste. En ese año se consuma el Cordobazo y como consecuencia se produce un crecimiento importante del PSIN y de su brazo universitario AUN (Agrupación Universitaria Nacional) que llegó a codirigir la Federación Universitaria Argentina (FUA)

Pasaron los años en los que Argentina vivió momentos  históricos como los que desembocaron en el regreso de Perón y jornadas inolvidables como el 25 de mayo de 1973.

De vez en cuando llegaban noticias de la consolidación académica de Laclau, profesor en la Universidad de Essex. Pero era una noticia perdida en medio de años tumultuosos.

El kirchnerismo lo sedujo y Cristina Fernández quedó entusiasmada por el autor de “Hegemonía y estrategia socialista”, a quien conoció recién en el 2012. Reivindicó el populismo y apoyó entusiastamente los gobiernos populistas, que son convertidos en bestias negras por el establishment. Para afianzar sus posiciones teóricas y políticas, publicó en el 2005 “La razón populista”. Sostenía: “Yo creo que el populismo significa ni más ni menos que división de la sociedad en campos antagónicos, es la interpelación a los de abajo y también al poder. En cierta medida, todo proceso de cambio debe tener una dimensión populista.  Cualquier proceso de cambio social necesita ruptura  con el statu quo y esa ruptura no puede ser aislada de demandas parciales, tiene que haber una ruptura en la que haya una confluencia de estas demandas en torno a un punto común de aglutinación. Si hay esa aglutinación de la pluralidad de demandas hay populismo.”

Javier Ozollo, doctor en sociología de la Universidad Nacional de Cuyo escribió: “Esta nueva mirada sobre los movimientos populistas latinoamericanos con liderazgos carismáticos el mundo se lo deberá, en gran parte, a Ernesto Laclau.”  

Enarboló su pertenencia histórica a la izquierda nacional y a la figura del Colorado Ramos.

Visitaba periódicamente la Argentina. Hacía años que intercambiábamos correos electrónicos. En una de sus llegadas le grabamos un extenso reportaje con mi compañero Gerardo Yomal  para nuestro programa EL TREN. En otra ocasión se acercó a la radio y durante una hora realizamos  en vivo otra entrevista. En varias ocasiones cambiamos figuritas en extensas conversaciones telefónicas. La última fue, creo, en octubre. Tenía una agenda muy apretada y no pudo subirse nuevamente a EL TREN. Combiné con quien se encargaba de su agenda, Brenda Daney, que en el próximo arribo al país, posiblemente en el mes de abril de este año, nos encontraríamos. Lamentablemente la muerte se atravesó en el camino.

En la última conversación le manifesté que venía formulando críticas a su concepción que aseguraba que la construcción política pasaba por la juventud y las organizaciones sociales y que disminuía a un papel de acompañamiento a la clase obrera. La aplicación en la práctica de esa concepción había debilitado considerablemente al gobierno de Cristina Fernández. Quedamos en debatirlo en un nuevo encuentro. Lamentablemente la muerte, que no estaba invitada, se apareció de improviso en una piscina en suelo español.

El Ernesto Laclau que se radicó en Inglaterra durante tantas décadas, que combinó a Gramsci Althusser, Derridá, Lacan, sin archivar a Marx, engrosó su pensamiento pero su lenguaje se volvió más críptico, en relación con aquel joven de una claridad sorprendente, el mismo que habló para un solo concurrente, anécdota que revivimos en algunos de los encuentros.

Fundó la revista “Debates Combates" y luego de 59 años volvió a la Facultad de Filosofía y Letras, ubicada ahora en otro sitio, a la que le daba un lugar especialísimo en su trayectoria.

Llegó a decir: “Esta facultad fue la cuna de todo lo bueno y lo malo que produje intelectualmente.”

El ensayista y novelista José Pablo Feinmann recordó: “Tengo un libro de Laclau que en la dedicatoria dice: “A Viamonte 430, donde empezó todo”.       

Me hubiera gustado que se radicara en la Argentina y diera la lucha en el propio territorio local y continental que se desarrollaba.                           

Su último deseo fue que sus cenizas descansen en su país al que amó  con intensidad.       

Como escribió  Horacio González: “Al conocer la muerte de Laclau, nos dieron ganas de volver a nuestra adolescencia”

A esa nostalgia del Director de la Biblioteca Nacional, se contrapone la certera definición de la poesía de Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”