Qué se juega el 25
I) Es muy atinado decir que la vida está llena de matices y que por eso no hay porqué cerrarse a considerar nuestras opciones en términos de blanco o negro. Siempre parece haber margen para observar la complejidad de las cosas humanas desde un ángulo nuevo o distinto de aquellos planteados en cerrados términos dicotómicos. Hace unos años decía en esta columna que un tópico del manual de corrección política era aborrecer las divisiones maniqueas, maldecir las postulaciones binarias, las dicotomías. Sin embargo, este criterio afín a los matices -como todo lo que concierne a la condición humana y sus avatares colectivos- no admite aplicación universal, ya que suelen presentarse instancias cruciales, momentos excepcionales de nuestro devenir, en los que estamos enfrente de verdaderas encrucijadas que obligan a expedirnos por una u otra opción, no más. En esos casos, apelar a una tercera o cuarta alternativa (deseada pero irreal), sólo implica un diferimiento inútil, la huída de una decisión comprometida, un jueguito banal que gusta imaginar que sacándole el cuerpo a una definición alguien se absuelve de sus consecuencias futuras. Esos dilemas decisivos nos reclaman, entonces, tomar posición eligiendo uno y sólo uno de los dos campos, aún sabiendo que pueden existir puntos de esa opción que no nos satisfacen plenamente, pero no podemos desconocer que en esos instantes cruciales –como en tantas cosas verdaderas- la exigencia innegociable de una satisfacción plena y segura es una pretensión desmesurada que sólo lleva a la inhibición más absoluta en el plano de nuestros logros reales y concretos.
II) Las elecciones generales del próximo 25 de octubre son, claro, uno de esos momentos cruciales. Se define el rumbo y la conducción política del país, con sus apoyos parlamentarios, y la forma que adquiere esa definición es dilemática, se expresa en sólo dos opciones reales, aún cuando los aspirantes formales a la jefatura del Estado sean seis. Esta afirmación tal vez sea chocante para los fanáticos de los matices y los soñadores de una libertad de elección con infinitas posibilidades. Lo cierto es que no las hay y no lo lamento. Para nada protesto por una limitación entre sólo dos opciones. Creo que el conflicto entre dos grandes proyectos es un acontecimiento afortunado, una forma de integrarnos en la mejor tradición política argentina. Los peores años, los más depresivos y pobres, fueron aquellos en los que no hubo justamente conflicto franco entre dos expresiones políticas con chances de poder real. Una ojeada histórica permite comprobar que aquellos magros años fueron, por ejemplo, los posteriores a Pavón y la guerra del Paraguay (con la extinción de los últimos movimientos populares, las montoneras), los de la década infame (cuando tras el golpe a Hipólito Yrigoyen siguió una sucesión nefasta y continua de representantes del proyecto conservador que lo destituyó), fue el largo período de proscripción del peronismo tras su derrocamiento en 1955 (cuando el conflicto no asumió sino una forma larvada, insurreccional, privando a uno de esos polos de reconocimiento institucional) y, finalmente, fueron los años del neoliberalismo de los años ’90 y su hijo zonzo, la Alianza (etapa del llamado “pensamiento único”, en la que muchos no lográbamos ver sino sólo la alternancia en el gobierno de agentes directos o indirectos de las corporaciones económicas dominantes). Al contrario, los años tal vez más turbulentos, pero más vitales y de mayor crecimiento de la producción económica y cultural, con apropiación de riqueza y derechos por parte de las grandes mayorías, fueron aquellos en los que se sostuvo una disputa clara entre dos modelos políticos: desde 1916 con Hipólito Yrigoyen, desde 1946 con Juan Perón y desde 2003 con Néstor Kirchner. De modo que para nada me aflige que la disputa del poder de esta Argentina nuevamente se traduzca, grosso modo, en una dicotomía enérgica y nítida, ceñida solamente a dos grandes proyectos políticos existentes con chances de gobernar, y que no se desfleque en diversas pero lánguidas alternativas ilusorias que no inquietan la estructura del establishment.
III) Y una de las demandas del establishment fue alentar el armado de un frente opositor que hiciera eje en un opulento Mauricio Macri tras la ingestión del radicalismo y de la tienda ambulante de Elisa Carrió, que incluyera como aliado a Sergio Massa y que incluso construyera puentes hacia Margarita Stolbizer y Rodríguez Saa. Si bien este propósito mayor no se concretó de modo completo, en once provincias el PRO y el Frente Renovador participaron de un mismo frente electoral, pero además estos dirigentes fueron tensados a coincidir -con leves matices que aparentan diversidad- en las grandes definiciones que la derecha global les reclamaba (contrariando, incluso, una lógica de conveniencia que atendiera a la supervivencia e identidad de esas fuerzas políticas en plazos más largos, cosa que explica la retirada de militantes del massismo y del radicalismo hacia el FPV.). Algunos de esos núcleos básicos en los que toda la oposición concuerda, condescendiendo a una estrategia regional de asedio de las democracias inclusivas de América Latina, son:
La imputación de autoritarismo a los ejecutivos nacionales. Un viejísimo tópico arrojado a los gobiernos populares fuertes al sur del río Bravo. Un mismo libreto, escrito por la derecha continental y difundido por The Washington Post, por O Globo, por El Mercurio, por Clarín se copia y se pega, cambiando nombres y geografías, pero manteniendo idéntica descripción: líder mesiánico, perpetuación en el poder, propaganda nazi, “castigo-al-que-piensa-diferente” y denuncia de la SIP por el ataque a la prensa libre. Puestos a recitar este argumento, uno puede confundir a Macri con Massa, pero también con el venezolano Enrique Capriles, el brasileño Aecio Neves, el ecuatoriano Guillermo Lasso, el boliviano Samuel Doria Medina.
El cuestionamiento eleccionario como fuente de legitimidad de los triunfos del oficialismo. El caso de las elecciones de Tucumán mostró el sólido bloque Macri-Massa-Stolbizer-Sanz, montando una escena pensada para octubre, en la que los vocablos “fraude” y “clientelismo” fueron esparcidos para instalar la idea de una impura e incapaz conciencia de las masas para votar. Con sólo asomar la mirada por fuera de nuestras fronteras, uno advierte que ese movimiento de la oposición es la réplica de lo sucedido en Venezuela, Brasil, Bolivia o Ecuador.
La crítica a la posición argentina frente a los fondos buitre, con la cantinela anexa: “estamos aislados del mundo”. Macri opinó reclinarse ante Griesa y pagar, Massa presentó un proyecto de ley para saldar después del 1 de enero de 2015 y Stolbizer arrimó la “impericia del gobierno para negociar” y su temor de que el FPV. “malvinice la causa de los fondos buitre e instale una nueva épica”. Ninguno de estos argentinos entendió –como sí lo hicieron 135 mandatarios extranjeros en la Asamblea General de Naciones Unidas- que la contienda con esta clase de rapiña financiera debía ser una causa legítimamente defendida por todo el arco partidario como política de Estado, por simples razones de autoconservación nacional.
La instalación del tema de la corrupción ligada exclusivamente al ámbito público como gesto antipolítico que dañe los gobiernos populares. Otro viejo tópico que se martilla modelando la idea del “líder autocrático y corrupto de los países subdesarrollados”, de suma utilidad en los años ’80 para justificar la ola privatizadora y luego para mellar todo intervencionismo estatal. Un tema preferido de la prensa hegemónica latinoamericana que obligó a Macri hasta la acrobacia para borrar su condición de oscuro habitante de la patria contratista (y su irregular gestión en la Ciudad), sobre el que Massa milita activamente (llegó a proponer la perversa resignificación “Nunca Más de la corrupción”) y para el que la progresista Stolbizer ha hecho la contribución reclamada transformando, en el caso Hotesur, una falta administrativa en el “resonante caso de corrupción estatal”. A ninguno de estos republicanos se les observó igual indignación por el deterioro de las arcas públicas tras la millonaria evasión tributaria descubierta en cuentas suizas no declaradas del banco HSBC. o meditando la posibilidad que, acaso en el ámbito privado, alguna corporación pueda tener algún número que explicar.
Un persecutorio tratamiento del tema de la inseguridad, planteando como hipótesis de conflicto los delitos cometidos por los sectores vulnerables. Mauricio Macri directamente declaró haberse encomendado a las embajadas norteamericanas e israelí para que orienten su política de seguridad; Sergio Massa, en consonancia, ha hecho del endurecimiento de las penas y de la intervención de las Fuerzas Armadas en seguridad interior su gran lema. Que estos criterios derivan de una concepción del Estado Gendarme construida por los padres fundadores Reagan-Bush, es tan cierto como su aplicación por gobiernos de derecha (el ejemplo de México es pavoroso en sus efectos) que necesitan construir un fuerte aparato represivo para contener el malestar social que generan sus economías de exclusión. Por eso, ambos han asumido posiciones críticas frente a los juicios por delitos de lesa humanidad; deslizando que se trata de “revanchismo” Macri dijo que con él se “acababan los curros de los derechos humanos”, el hombre de Tigre abogó por “cerrar esa etapa y ocuparse de las víctimas de la inseguridad”.
Una prédica que procura la reducción de impuestos. En el caso argentino y al grito de alarma “¡persecución de la AFIP!”, se insiste con la quita de retenciones a las exportaciones de granos y al impuesto a los altos salarios (ganancias). No es que Macri o Massa ignoren las consecuencias que esas mermas implicarían en la recaudación pública, sino que ese desfinanciamiento es el fin perseguido: un mínimo Estado incapaz de regulación económica y de incidencia equitativa. Sólo así se comprende la necesidad de machacar con la “corrupción de los políticos” y con el “derroche del gasto público”: un modo de promover la desobediencia fiscal que debilita el Estado.
Las alianzas internacionales. El sólo cotejo de las visitas de Massa y Macri a la embajada norteamericana buscando apoyo y directivas, es un indicio acerca de la orientación verdadera de sus políticas regionales y sus nociones acerca de la soberanía nacional. Lo son también sus posiciones a favor de los golpistas venezolanos (Massa recibió en su casa del Tigre a las esposas de los conspiradores Ledesma y Torres y abogó por la “libertad de los presos políticos de Venezuela”; Macri, reclamó la intervención del Mercosur por dicha liberación). “Recomponer relaciones normales con Estados Unidos”, una divisa que ambos comparten con la consecuente subestimación del Mercosur, la CELAC, la Unasur y la integración, en cambio, a la Alianza del Pacífico, esto es: tratados de libre comercio con Estados Unidos, un nuevo ALCA que deterioraría la producción nacional. No otra posición en el plano internacional puede esperarse del alcalde porteño que concibió una recuperación de las Malvinas en términos de “déficit importante para Argentina”. Por eso Hugo Swire, el responsable para América Latina del Foreing Office británico, admitió su preferencia a conversar sobre Malvinas con Mauricio Macri y Sergio Massa, ya que "tendrán una visión más madura que el actual gobierno".
IV) No pretendo con los puntos señalados una enumeración exhaustiva; sólo destacar que son definiciones que ponen en discusión la estructura soberana del Estado como propulsor de equidad y su capacidad de relación con el mercado. Más allá del tranquilo clima preelectoral, del quizá aguachento carácter de los discursos de los candidatos, entiendo que esta es la controversia de enormes consecuencias de estas elecciones. Opuesto a ese proyecto conservador en lo político y liberal en lo económico (que no implica anacronismo señalar sus raíces en la unitaria política portuaria), el Frente para la Victoria es la única opción que contiene en su seno –no sin tensiones- una enérgica voluntad estatal de poder transformador que prioriza empleo y producción nacional, fortaleza del mercado interno y mayor equidad en la distribución de la renta, con resistencia al foco de aspiración del poder financiero global. Esas fórmulas y la afortunada aparición de dos liderazgos excepcionales, le permitieron el hecho inaudito de tres mandatos presidenciales con enorme apoyo popular, crecimiento económico e inclusión, sin que el país volara por los aires. Algunos han visto en Daniel Scioli una expresión conservadora del proyecto kirchnerista. Si el candidato del FPV ha sabido sustentarse a lo largo de esta década, sostenerse en una lealtad no rendida a numerosas invitaciones a cruzar la línea ¿por qué abandonaría aquellas fórmulas que permitieron conservar el poder desde 2003 en los términos más estables y duraderos que la Argentina registra en su vida democrática?
No hay garantías porque la política, entre otras cosas, está hecha de contingencias.
Estamos a las puertas de una disyuntiva que el 25 de octubre comenzaremos a develar.