Estamos en el prólogo de una situación grave. Posiblemente gravísima: la tan temida segunda ola pandémica. Que está claro que avanza con una rapidez que supera largamente al acceso a las vacunas (problema mundial) y al ritmo de vacunación. Si en la primera ola había que retardar el accionar del virus para fortalecer el sistema sanitario, cosa que se logró, ahora había que retrasar la segunda ola para vacunar a la mayor cantidad de alrededor de 15,5 millones de argentinos en situación de riesgo (mayores de 60 años, menores de 60 años con enfermedades preexistentes, personal sanitario, docente, fuerzas de seguridad). Es una ola que no se pude surfear como en la primera incrementando la estructura sanitaria, respiradores, duplicando el número de terapias intensivas. El Dr Pedro Kahn lo dice claramente: “El objetivo fundamental de la cuarentena del año pasado fue preparar el sistema de salud. Podemos estar orgullosos de que ningún argentino murió por falta de un tubo de oxígeno, por falta de acceso a la cama de terapia intensiva. Eso no volverá a ocurrir en 2021. Se podrán construir más hospitales, el tema es que no tenemos quién nos atienda. No podemos multiplicar los terapistas.”

Esta segunda ola intensa nos toma con una recuperación económica en muchos rubros iniciada en septiembre del 2020 que puede marchitarse en forma aguda, pero con una situación social agravada por la pandemia. Con un presupuesto para este año que no contempló esta circunstancia y que sólo tiene una partida importante para la compra de vacunas.  Con el cansancio y hartazgo de un año de limitaciones, de ausencias, de distancias, de falta de abrazos, de restricciones económicas, de incertidumbres, de pérdidas de trabajo, de cierres de empresas. Para afrontar una situación que se puede avizorar más grave que la del año pasado, hay un Estado exhausto y una sociedad harta.

La única diferencia muy positiva es la vacunación. Que lamentablemente dadas las circunstancias mundiales, sus notables efectos benéficos, se pierden en la carrera con la velocidad y virulencia de la segunda ola. El Presidente Alberto Fernández, con relación a un año atrás, ha sufrido una desvalorización de su palabra e imagen por la campaña de demolición de los medios opositores, de una oposición irresponsable y suicida, de los errores propios y del fuego amigo. El gobierno está vacilante ante ese despliegue y no se anima a adoptar lo que a todas luces es lo único que puede parar o atenuar una ola creciente en progresión geométrica, que es una cuarentena breve pero estricta. En caso contrario, puede terminar con uno de los grandes méritos del oficialismo que fue el fortalecimiento del sistema sanitario y en consecuencia lo que evitó que implosionara. Como en el inicio de la pandemia, se tardó en determinar un rápido cierre de fronteras y estrictos controles sanitarios.

La cuarentena iniciada el 19 de marzo del 2020, evitó una hecatombe como en Brasil pero objetivamente no impidió un número importante de muertos. Con el diario del lunes y sin bibliotecas para consultar,  puede inferirse que pasado los primeros 45 días, se prolongó formalmente la cuarentena que la población la vivió como total,  pero que en realidad hubo un levantamiento real de la mayor parte de las actividades, con áreas económicas inmovilizadas, las escuelas cerradas y con restricciones a la circulación. Eso ha oxidado un valioso recurso como la cuarentena, al tiempo que prolongó in eternum una curva de contagios y muertos amesetada que nunca terminó. Es decir: se prolongó la curva sin poder aplastarla. La segunda ola nos alcanza sin haber terminado, ni mucho menos, de padecer la primera.

Se puede presumir que el gobierno deberá recurrir a métodos drásticos, con las enormes limitaciones que tiene. La falta de recursos puede palearse en parte con el ingreso de los derechos especiales de giro (DEGs) que el FMI distribuirá entre sus socios correspondiéndole a la Argentina 4.400 millones de dólares y no como ha circulado para pagar deudas con el mismo Fondo que vence antes que llegue el acuerdo.

Las medidas fuertes es necesario tomarlas antes que sea tarde, con los correspondientes costos políticos, pues luego se pagan los mismos costos pero con un número mayor de muertos. Las consecuencias económicas negativas son inevitables y sólo las puede paliar el Estado. Al mismo tiempo sería conveniente incluir en una mesa de lucha contra la pandemia a todos los gobernadores de las provincias donde han triunfado fuerzas diferentes al oficialismo, Dicha mesa debe contar con la colaboración de especialistas desde infectólogos a psicólogos, desde sociólogos a especialistas en comunicación.

Junto con las políticas macro, una intensa campaña de concientización desde el uso correcto del barbijo, que es la vacuna al alcance de todos, a la necesidad de convencer que en las medidas de precaución individuales está el secreto del éxito colectivo. Que en circunstancias excepcionales como las que vive el planeta, y obviamente nuestro país, no cuidarse es un acto de deserción de una gesta colectiva que pone en riesgo la propia vida del que lo práctica y aún más grave la de sus semejantes empezando por los afectos más cercanos. Mensajes diarios, explicitaciones de responsables y asesores, deben saturar los medios y las redes.  Todos los recursos prácticos y simbólicos deben ser volcados ante el peligro cercano. Una batalla que no admite desertores.

UN GUERNICA ECONÓMICO SIN PICASSO  

Los números de la Argentina son un Guernica económico, sólo que no hay un Picasso que lo lleve a la tela. La pobreza está en las calles de todas las ciudades del país, en el incremento notable de las villas, en los que han convertido las veredas en sus domicilios. La desigualdad es obscena porque se concentra la riqueza y se expande en consecuencia no sólo la pobreza, sino su escalón extremo que es la indigencia. Las estadísticas del INDEC sólo tabulan en forma macro, lo que los ojos visualizan en lo micro. En el caso de chicos hasta 14 años, 6 de cada 10 están en hogares pobres.

              POBREZA EN LA ARGENTINA

Si desglosamos el primer año de la pandemia, vemos el impacto notable en el segundo trimestre que lleva la pobreza al 47%, que se compensa parcialmente con la recuperación de la economía en los últimos cinco meses.

El 42% de pobreza al 31-12-2020 hay que compararlo con dos momentos pico, pero con mucho menos estructura del que hoy proporciona el Estado. En la hiperinflación durante el gobierno de Raúl Alfonsín llegó al 47,30 y en la crisis del 2002 al 57%

Si lo traducimos en personas, saliendo de la frialdad de los números que anestesian, hay en la Argentina al 31 de diciembre del 2020 18,9 millones de personas pobres y dentro de ese número los indigentes ascienden a 4,8 millones. .

Más dramático: los pobres e indigentes de todo el país superan a la población actual de toda la provincia de Buenos Aires al 31-12-2021 en 1.358.859 personas (la población de la provincia a esa fecha asciende a 17.541.141). 

Pasemos a la vida sin vida que padecen los indigentes:

Del 2019 al 2020 se incrementaron los pobres en 3.000.000 en números redondos, de los cuales 1.200.000 son indigentes.

Otro hecho que es una luz roja: en niveles porcentuales cada vez se aleja más la distancia entre el ingreso de los indigentes de la canasta básica para no ser pobre. 

Pero esta radiografía de la pobreza omite la contracara que no se encuentra en los medios ni en la mayoría de los análisis pretendidamente sociológicos, que es la concentración impúdica de la riqueza que ha transformado la sociedad más igualitaria de América Latina de los cincuenta, sesenta y parte de los setenta en una de una desigualdad irritante e inviable. El 50% más pobre recoge el 30% del ingreso nacional y el 10 % más rico se queda con el 33%. Y aunque no hay cifras disponibles, es altamente probable que de ese 10% más rico el 1% retenga la mitad de ese 33%. 

Muchos de los instigadores de la pobreza, derraman lágrimas de cocodrilo como un subterfugio para evitar que se tomen medidas equitativas que afecten sus bolsillos. El último escenario teatral fue el llamado impuesto a la riqueza que llevó al empresario agropecuario radicado en el Uruguay Gustavo Grobocopatel, a afirmar que algunos tendrían que vender su casa para pagar el impuesto. Todo mal actor no puede dejar de exhibir la falsedad de su interpretación.     

OPOSICIÓN IMPRESENTABLE, ALIANZA GUBERNAMENTAL CRISPADA

La oposición es impresentable y en los halcones de Juntos por el Cambio se advierte una irresponsabilidad inaudita. Están dispuestos a oponerse a la ley de gravedad si el gobierno se atribuye su autoría. De ir contra la vacuna Sputnik V como lo hicieron, a criticar su insuficiencia. Describir al Kirchnerismo como Chernóbil. Proponer la privatización en la compra y distribución de las vacunas. Hacer denuncias descabelladas de envenenamiento de la población a través de las vacunas. De calificar las restricciones protectoras como infectadura,  a afirmar que “somos el hazmerreír del mundo”.  Si ayer hablaban de que se habían robado uno o dos PBI, ahora lo han trasladado a que se han apropiado de la totalidad de las vacunas. Retoman, en la práctica, sin enunciarla, una consigna perdida en el tiempo: “ Cuanto peor, mejor”. El radicalismo está subsumido en el PRO y pasa por una larga noche sin un solo dirigente que supere el subsuelo político.  Hay que reconocer que es difícil diferenciar un radical de un macrista y eso revela que Juntos por el Cambio, mientras no aparezca una renovación de raíz, permanecerán unidos. Si Alfredo Cornejo, diputado radical y Presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical propone la independencia de Mendoza, Mauricio Macri, máximo referente del PRO, consideraba hace unos años que nunca entendió el reclamo por las Islas Malvinas y por qué había que pretender incorporarla al territorio nacional si fuesen deficitarias. Es una visión liliputiense que nunca mencionará ni incorporará el concepto de Patria Grande. Las palomas de la coalición son macristas asintomáticos con un perfil políticamente más moderado y con los cuales tal vez es posible establecer algunas políticas concertadas sin dejar de olvidar que como le dijo Horacio Rodriguez Larreta a Jorge Fontevecchia el 5 de noviembre del 2017:  “Vidal y yo somos lo mismo que Macri”. En su afán de diferenciarse, el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, jaqueado por los halcones y aprovechando errores del gobierno nacional en su relación política en el periodo de ondas de amor y paz, suscribe en los hechos la política que hubiera aplicado Macri siendo gobierno, una versión light de Jair Bolsonaro: “Que se mueran todos los que se tengan que morir.”

El “Frente de Todos”, una construcción sin antecedentes en la que como todos sabemos la vicepresidente que designó al presidente, es la que tiene la mayor cantidad de votos. Eso origina un desequilibrio de origen, porque si hay algo permanente en política y en la vida, es que el que tiene más capital político impone condiciones, es decir orientaciones, propuestas y cargos. Alberto Fernández en cuanto a sustento político, no en cuanto a formación y discurso, se parece mucho a Daniel Scioli. Carece de base de apoyo propio, y no le interesa conformarlo. No tiene diputados ni senadores. Es genéticamente moderado, que se expresa en su autodefinición como socialdemócrata. Eso ayudó a ganar las elecciones, pero se revela como una limitación a la hora de gobernar. Hace equilibrio entre las posiciones más radicalizadas de Cristina Fernández y las de Sergio Massa cercanas al macrismo en algunos aspectos.  Carecen de un lugar para dirimir posiciones enfrentadas, discutirlas y llegar a una línea aceptada por elección. Trabajadores, gobernadores, movimientos sociales no participan ni forman parte en las discusiones y mucho menos en las decisiones.  Las discusiones son públicas y en la enorme mayoría de los casos se imponen los criterios de Cristina. Eso va produciendo un deterioro evidente de la figura y palabra del presidente, abonada por un fuego permanente de 24 horas todos los días del año por la prensa y los medios más potentes embarcado en un periodismo beligerante con el objetivo de erosionar posibilidades electorales. En un panorama social y sanitario gravísimo, son suicidas los conflictos en materia de seguridad de Berni- Frederic, o los chisporroteos que quedaron exteriorizados en la designación del Ministro de Justicia, clara imposición de Cristina, así como las desmentidas y contramarchas de la mayor parte de las afirmaciones y propuestas del Ministro de Economía Martín Guzmán. Que Berni vaya contra Frederic y luego desaire al Presidente de la Nación y por elevación a Sergio Massa (“Yo nunca me fui del partido, hubo quienes durante diez años cascotearon a este espacio político y después volvieron”), sólo puede entenderse porque cuenta con el apoyo por ahora incondicional de la accionista mayoritaria de la coalición.

El Procurador General de la Nación propuesto por Alberto Fernández y aceptado por la oposición, el prestigioso juez Daniel Rafecas, que puede ser aprobado con los dos tercios de los votos necesarios, no cuenta con el visto bueno de Cristina que cajonea el avance en el Senado y por lo tanto continúa una figura muy cuestionada como Eduardo Casal. Gestos claros de tensiones, entre otros, fueron los homenajes a Néstor Kirchner en un aniversario de su nacimiento realizado por el Presidente sin la presencia de Cristina ni de Máximo, o el acto central del 24 de marzo realizado por la vicepresidente en Las Flores, sin la presencia del Presidente y con Sergio Berni sentado en primera fila. Los medios oficialistas prefieren mirar para otro lado como si esto no sucediera o, eterna polémica, para no hacerle el juego a los medios opositores y al poder económico.        

Está claro que los medios opositores juegan a quebrar la unidad del “Frente de Todos” para garantizar el triunfo de los que gobernaron del 2015 al 2019. Como se ha dicho desde el oficialismo se intentan minimizar conflictos que se expresan de la peor forma y que más por espanto que por amor no conseguirán sensatamente la fractura. Es desde el interior del propio Frente que empalidecen la figura presidencial devaluando su autoridad en sintonía involuntaria en la mayoría de los casos, con los que desde la vereda de enfrente lo califican como títere, Tío Alberto, y en el colmo de la irrespetuosidad como Míster Gardiner.  Isabelizar o Bordaberrizar la figura presidencial en un contexto de gravedad social y sanitaria es jugar a la ruleta rusa. El autor de esta nota tiende a estar mucho más cerca de las posiciones que expresa Cristina que los otros dos referentes. Pero la idea de que se camina mejor amputándose las piernas está lejos de ser un camino transitable con éxito. Es preciso señalar para no escribir la versión Billiken del campo nacional y popular que Cristina Fernández es un cuadro político que supera largamente, por formación y capacidad expositiva al resto de los políticos nacionales. Pero no ha demostrado, salvo en la jugada que llevó al triunfo a la fórmula Fernández-Fernández, grandes dotes de estratega. Desde el 2011 al 2015, después de haber sacado un porcentaje electoral notable y una diferencia sobre el segundo sin antecedentes, desmembró el frente y terminó jugando a desgano con el candidato Daniel Scioli al que postuló sin apoyarlo decididamente. También mostró falencias manifiestas en la selección de sus colaboradores. Como la mayoría de los líderes políticos, la generosidad no es una de sus virtudes visibles.

Con este panorama, el gobierno debe mover a todos sus jugadores en forma integral, incluso los que están en el banco, tomando decisiones audaces, discutiendo en privado las diferencias. Acá en este escenario no hay nadie que sobre, ni nadie, funcionario o militante, solo en posición de testigo.

NO SE PUEDE SURFEAR SOBRE LA SEGUNDA OLA

Una ola más intensa y contagiosa avanza sobre una estructura social anémica y anoréxica, sobre un Estado exhausto. Con un país que hace tres años tiene caída del PBI, y que la pandemia y la herencia macrista llevó al 10% en el último año. Pasamos, como ese péndulo que atraviesa la vida política argentina, de una cuarentena prolongada a una apertura también prolongada, a contramano de la mayor parte de los países europeos y de los latinoamericanos limítrofes.

Es un momento dramático, de decisiones muy difíciles que hay que tomar, con indudable costo político ahora, que pueden ser más costosas después,  que resultan imprescindibles para atenuar una segunda ola que insisto, pueden terminar con la sostenibilidad sanitaria y la incipiente reactivación económica.

Los elementos positivos con que hoy se cuenta, en relación a marzo del 2020, es que se sabe mucho más acerca de la enfermedad y existen las vacunas cuyo aprovisionamiento es lento. Los negativos son la virulencia de la segunda ola y que avanza sobre un Estado agotado para subsidiar el cierre transitorio de la economía, una situación social explosiva y una sociedad que llegó al hartazgo, alentada irracionalmente por la oposición,  en materia de restricciones. Si a esto se suma las miserias políticas en un año electoral, estamos ante un panorama más que preocupante. 

La comunicación es deficitaria y los hechos contradictorios: se autoriza un gran movimiento de personas con fines turísticos durante Semana Santa y a posteriori se evalúan medidas para restringir la movilidad. A diferencia del inicio de la pandemia donde había una clara decisión de apostar a la salud y a la vida ahora se oscila entre aquella premisa y la economía. Indudablemente hay que hacer un justo equilibrio entre ambas, pero los mensajes deben ser claros. Primero la vida y en la medida de lo posible que las medidas de protección de aquella afecten lo menos posible a la economía.       

Lo que está en juego es gravísimo, y es imprescindible acertar. No hay medidas mejores sino menos malas. Es la encrucijada que le ha tocado a este gobierno, una de las peores de la historia.  Como sostenía Carlos Marx: “Nadie elige el tiempo que le toca vivir.”

Errar puede tener consecuencias aún más peligrosas de las gravísimas que nos infligió la pandemia.

Lo que es seguro, es que no se puede surfear sobre la segunda ola.

Publicado en la Tecla Ñ