En la I Brigada Aérea de Palomar el ministro de Defensa Agustín Rossi encabezó el acto de conmemoración de un nuevo aniversario del bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina:el 1 de mayo de 1982, a lo largo de 58 misiones de combate, los aviones de la Fuerza Aérea hundieron una fragata británica y averiaron otras tres, derribando también dos aviones Sea Harrier y varios helicópteros.

 

En el acto se rindió homenaje a los catorce valeroso efectivos de la Fuerza Aérea que dieron la vida ese día, así como a los cincuenta y cinco que la perderían a lo largo del conflicto.

 

Pero mal que les pese a los integrantes de la Fuerza Aérea, no fue ese el bautismo de fuego de la aviación militar argentina, ni tampoco el de la aviación naval. Para eso, habría que remontarse muchos años atrás, hasta el momento en que el capitán de fragata Néstor Noriega despegaba de la base naval Punta Indio al timón de un Beechcraft AT11 provisto de dos bombas de demolición de cien kilos cada una.

 

 

Una noble causa

 

Eran las 10 de la mañana. El mal estado del tiempo obligó al capitán Noriega a mantenerse en el aire durante más de dos horas en las inmediaciones de la ciudad uruguaya de Colonia, hasta que recién a las 12.45 del 16 de junio de 1955 pudo descargar las bombas sobre la Casa de Gobierno.

 

El objetivo: matar a Perón.

 

Entre las 12.45 y las 17.45, en tres oleadas, la aviación naval tendría su verdadero bautismo de fuego descargando sobre el centro de Buenos Aires más de diez toneladas de bombas que provocarán la muerte de cerca de 300 transeúntes, entre ellos numerosas mujeres y niños.

 

A las 13:05, en la VII Brigada Aérea de Morón, el brigadier Mario Daneri ordenaba el despegue de una escuadrilla de cazas con la misión de interceptar un grupo de North American de la Armada.

 

Tras algunas vacilaciones, decolaron de la base tres birreactores Gloster tripulados por el primer teniente Mario Olezza, el teniente Osvaldo Rosito y el primer teniente Juan García, al mando de la escuadrilla. Minutos después los siguió el teniente Ernesto Adradas.

 

Con capacidad de desarrollar 700 kilómetros por hora y dotado de cuatro poderosos cañones de 20 milímetros, el caza a reacción británico Gloster G.41G FMK “Meteor” era un arma formidable para la época.

 

En cuanto Adradas se unió en el aire a sus compañeros, divisó a dos de los North American rebeldes. Primero Olezza y luego Rosito se lanzaron sobre ellos, sin resultado. Cuando le llegó el turno a Adradas, el North American piloteado por el teniente de corbeta Arnaldo Román recibió de lleno más de diez impactos disparados por los cañones del Gloster. Se trató del auténtico bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina.

 

Desde el segundo North American de la aviación naval, el teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly alcanzó a observar el paracaídas de Román descendiendo lentamente sobre el río mientras el avión se despeñaba hecho una bola de fuego.

 

Al ver que los Gloster iniciaban un giro para lanzarse sobre él, Rivero Kelly descendió en picada sobre Retiro, de donde en esos momentos salía de la estación un tren con destino al Tigre. El piloto naval siguió a la formación y, al alcanzarla, procedió a volar sobre ella para evitar ser atacado.

 

Ya casi llegando a San Isidro, Rivero Kelly se elevó y, oculto en una nube, viró en dirección a Ezeiza. Cerca ya del aeropuerto, las nubes se abrieron y Rivero advirtió que se encontraba sobrevolando la base de Morón, desde la que el North American era perfectamente visible.

 

En tierra, el comandante Agustín de la Vega miró a los cielos, confundiendo el paso de la aeronave de Rivero Kelly con la señal que esperaba para tomar la base. Junto a un pequeño grupo de sublevados redujo a los oficiales remisos y a la totalidad de los suboficiales, que se mantenían leales al gobierno constitucional .

 

Los Gloster en acción

 

Al no encontrar a Rivero Kelly, Síster enfiló hacia el aeropuerto de Ezeiza, que ametralló, inutilizando por completo un Beechcraft AT-IIA Kansas de la aviación naval. Tras él, y también ignorantes de que la Base Aérea de Morón había cambiado de bando, pasaron sobre Ezeiza los cuatro Gloster de la escuadrilla interceptora, destrozando el anfibio Consolidated PBY Catalina del capitán de corbeta Enrique García Mansilla, que procedente de la Base Aeronaval Comandante Espora, acababa de descargar 1814 kg de explosivos de fragmentación sobre la cada vez más concurrida Plaza de Mayo.

 

El Gloster del vicecomodoro Síster terminó de carretear en la pista de aterrizaje de la base de Morón y se dirigió rumbo al playón contiguo a la torre de control. No bien saltó a la pista, Síster fue arrestado por los oficiales que se habían plegado a la sublevación.

 

El teniente Adradas había aterrizado después de Síster y se acercaba al playón. Cuando Síster fue detenido, Adradas descendió subrepticiamente de su aeronave y corrió hacia los vestuarios, para ocultarse en un armario, casi seguro de que, de ser descubierto, sería ultimado.

 

El comandante Agustín de la Vega, que había asumido el comando de la base, ordenó el despegue de una escuadrilla, ahora con el objetivo de disparar contra la Casa de Gobierno. La escuadrilla partió a las 15:31 y, de camino al objetivo, los Gloster cañonearon el Departamento Central de Policía.

 

Una vez agotadas las municiones, los pilotos de la Fuerza Aérea regresaban a la base para de inmediato trepar a otras aeronaves, ya provistas de combustible, así como de las municiones y artefactos explosivos necesarios. Las sucesivas oleadas de Gloster de la Aeronáutica causaron numerosísimas bajas entre militares y civiles ubicados en los alrededores de la Casa Rosada; el propósito era disminuir la presión que los soldados leales y los cada vez más nutridos grupos de trabajadores ejercían sobre el Ministerio de Marina.

 

 

Agitando pañuelos me iré

 

Alrededor de las 15 horas, el vicealmirante Olivieri, atrincherado en el Ministerio de Marina, ordenó enarbolar una bandera blanca. Al verla, numerosos trabajadores comenzaron a cruzar Leandro Alem en dirección a la plazoleta del Correo, pero fueron sorprendidos por el vuelo rasante de cinco Gloster que llegaban desde la Boca. Varios obreros los saludaron agitando los pañuelos: los cazas a reacción de la Fuerza Aérea eran muy diferentes de los aviones que desde el mediodía habían ametrallado y lanzado bombas de fragmentación sobre la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo, el Departamento Central de Policía, las columnas del Regimiento 3 de Infantería de La Tablada, la multitud de trabajadores concentrada en Crovara y General Paz, las antenas de Radio del Estado, instaladas en la terraza del edificio de Obras Públicas, en Belgrano y 9 de Julio, la residencia presidencial, las instalaciones de Radio Pacheco, el local de la carnicería y verdulería La Negra de Pueyrredón 2267, el Regimiento Motorizado Buenos Aires, etcétera, etcétera.

 

Algunos de los que agitaban los pañuelos, saludando alborozados la llegada de los cazas de la aeronáutica, cayeron abatidos por la metralla mientras otros alcanzaron a esconderse debajo de la recova de Leandro Alem, momento que aprovechó Olivieri para arriar la bandera blanca y reanudar el fuego contra la multitud.

 

Luego de ametrallar Paseo Colón, los Gloster Meteor de la Fuerza Aérea viraron hacia la izquierda y tras un amplio arco, descendieron sobre el Congreso y pasaron sobre la Avenida de Mayo disparando sus cuatro cañones 20 mm. Una vez sobre el río, dieron la vuelta y en una nueva pasada volvieron a ametrallar la Casa de Gobierno.

 

En esos momentos una columna de blindados de Ejército se aproximaba a la base aérea a toda velocidad. Mientras en Ezeiza, los marinos se preparaban para huir, en Morón, De la Vega daba a sus pilotos orden de despegar y, luego de atacar una vez más Plaza de Mayo, escapar al Uruguay.

 

Proveniente de Ezeiza, un Douglas C 47 de la Armada cargado de comandos civiles descendió en la base de Morón para evacuar a los conspiradores, entre los que se encontraban el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz y el conservador Antonio Vicchi. El dirigente socialista Américo Ghioldi, el tercer integrante del “triunvirato revolucionario” que asumiría el gobierno una vez muerto Perón, ya estaba en Montevideo.

 

Cerca de las 18 horas, la escuadrilla de Glosters integrada por el capitán Carlos Carus y los tenientes Néstor Marelli y Armando Jeannot, atacaron el Departamento de Policía y la Casa de Gobierno, ametrallándola durante más de diez minutos. Por su parte, el teniente Guillermo Palacio arrojaba sobre los trabajadores concentrados en Plaza de Mayo su tanque de combustible suplementario con casi 800 litros de nafta. Lanzado a alta velocidad, al gasificarse la nafta en la caída, el tanque habría de explotar convertido en una bola de fuego.

 

Durante las seis horas en que se prolongó su bautismo de fuego conjunto, los pilotos de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval asesinaron a más de 350 personas, hiriendo y mutilando seriamente a otras 845.

 

“El pueblo, sobrecogido de espanto ante el increíble espectáculo –publicó al día siguiente el matutino Clarín–, reaccionó pronto y condenó lapidariamente a los empresarios de tal violencia, destrucción y muerte. Ninguna causa, por grande que fuera, podría justificar semejantes métodos de lucha. Las sombrías horas que vivió la capital de la República no han de ser olvidadas fácilmente”.

 

No lo parece.