Los pulpos mediáticos y las marionetas
Bernard Shaw dijo: “Hay hombres que ven las cosas como son, y se preguntan ¿por qué? Y hay otros que sueñan las cosas como nunca fueron y se preguntan ¿por qué no?”. Igual a éstos era N. Kirchner. La injusticia es una luz vacía. Él le procuró real remedio. Otros la ocultan.
¿Quiénes? Los pulpos mediáticos. La gente cree estar informada con noticiarios cada media hora, o los carteles inmensos: “Último minuto”, “Alerta”, etc., copiados de los canales norteamericanos. Pero lo único que informan son hechos cotidianos: un accidente de auto, algún robo, una muerte, un corte de calle, una línea de subte que no funciona. Eso es sobreinformación diaria (tanto en radio como en la tele) que satura al oyente e igual al espectador. No empondera a la sociedad. Informan y al hablar imitan la velocidad de la luz debido al rating del “minuto” sin aportar más que el qué, dónde y cuándo; quién, cómo y sobre todo por qué, es un enigma. Radios y diarios responden a su adorada patronal.
Ahora surgió otra campaña desestabilizadora de CFK, argumentando que el país se llama Argenzuela y es factible que la Presidenta se vea lanzada de su cargo por la presión de hechos económicos sin control. Fantasías. Como la oposición intuye que no accederá a la presidencia, manejada por corporaciones quiere tomar el poder de cualquier modo. Pero la mayoría hace 11 años que apoya este proyecto. Hoy la lucha es la misma de siempre, entre un modelo constructor y otro destructor. Quieren que se termine este largo recreo y vuelva la derecha fascista. La que promete Espert, factible ministro de Economía de corte liberal: congelar para siempre salarios y jubilaciones. Ah, pero no los precios.
Aquí el vidente se entera de pocas cosas, aunque cada media hora TN y similares repiten las mismas noticias desde la mañana, con diversos rostros de pequeños locutores-periodistas y las exactas palabras que les dictan al oído por la cucaracha. Un despropósito anacrónico propio del siglo XX, no del actual. El periodismo, que a inicios de aquel siglo previo se tituló “el cuarto poder” (porque supuestamente controlaba a los tres que lideran la democracia: Ejecutivo, Legilativo y Judicial) ha demostrado, ya desde los tiempos de Pulitzer -quien era un mediocre publicista- que obedecía al poder central. Con los años, el periodismo fue cooptado por varias empresas y corporaciones. Y ahora detenta el poder real en los países, o al menos forma parte de éste, pues dejó de estar en manos del Estado y de quien vota. Hoy el poder mediático es un pulpo que engulle lo que ve y defiende el interés económico propio.
Aquel argumento repetido en los films norteamericanos de hace medio siglo, el periodista que denuncia al poderoso de la política, el guardián de la democracia, hoy cayó en desuso. No puede denunciar al político o al policía como el responsable: ambos, e incluso muchos jueces, son a veces nombrados por las corporaciones dueñas de los medios. Ellas representan el poder real. El periodista, como simple asalariado, no las puede denunciar, porque son su patrón. Si tiene la valentía de hacerlo, lo echan. Pero hay todavía gente honesta. Otros, dejaron la profesión.
¿Son excepciones? Quizás. No cuentan. Una ridiculez habitual supone que si alguien defiende a un gobierno desde un medio público, quien le paga es “la gente” con sus impuestos; y si defiende a ese proyecto desde un medio privado, surge un tufillo a paraestatal: “lo compraron”. Parece que sólo es lícito controlar al gobierno elegido mediante votos, desde un medio opositor. Y atacándolo. El “periodismo independiente”. ¿De quién? El diario lo pagan quien lo lee y los avisadores. Y la tele la financian también los avisadores. ¿Usted espera que un periodista de tele defienda al trabajador o el control de precios? Su misión es elogiar el libre mercado, y lo hace porque le brinda un gran salario, casa en un country, 4 x 4 y un falso prestigio cada año acrecentado en la derecha.
No hay duda: quien le cree a las corporaciones y los medios peca por ingenuo. En esta sociedad mediatizada, estimulada por Internet y sus signos: twitter, Facebook y los celulares -volátil sociedad de millones de semianalfabetos que descifran teléfonos pero no leyeron jamás un libro- la sombra del Gran Hermano no es futura: subyuga sus mentes.
¿Por qué? La imprenta reinó cinco siglos. Empezó con los sacerdotes y la Iglesia. Detestaban a los laicos escolarizados: su poder se basaba en la ignorancia ajena. Y el héroe (aún el mayor, Don Quijote) luchaba contra los poderosos molinos de viento. La historia del hombre. Antes, lo popular se acercó al personaje. Empezó con ciertos héroes míticos en la antigua Grecia, siguió con los divertidos pobres del Decamerón y los aristócratas shakespeareanos. Después, fue el arribo feliz del Siglo de Oro y más tarde de la burguesía de la Ilustración con su verdadero esplendor y el asalto al poder de la Revolución Francesa. Siguieron las historias siendo terreno fértil de aristócratas (“La pimpinela escarlata” o Dickens en “Historia en dos ciudades”), mientras que “Los novios” en Italia, Balzac, Stendhal y Maupassant en Francia o los ingleses cedían sitio al amor en la clase media olvidando a sacralizados filósofos. Pero Tolstoi, Flaubert y Dostoiesvski buceaban febriles en el alma humana.
El romanticismo de Baudelaire y Rimbaud del siglo XIX dio paso en el XX al simbolismo y al surrealismo, ya firme el teatro de la mujer común (“Casa de muñecas”, de Ibsen) y a un hombre terrestre a medias entre el surrealismo (Lenormand, Ubú Rey, los poetas) y el existencialismo (Sartre, Camus, Ugo Betti). Retornó el barroco de Góngora admirado por Borges, surgían nuevos juglares y una decadencia burguesa que reflejó su podredumbre en Thomas Mann y Gide en la literatura y con Visconti en el cine. Asomaba el notable neorrealismo al mismo tiempo que un teatro de denuncia (C. Odets, Arthur Miller, T. Williams). Pero otra literatura (y otro cine) continuaron la apuesta al reinado del héroe.
Era la literatura del bestseller, la facilidad digna del hombre mediocre. Y esos filmes norteamericanos de una década de oro (1935-45), una y otra vez vueltos a filmar bajo distintas, indisimulables variantes. Luego, la alta literatura tendría cada vez menores lectores, pero en el cine las aventuras las plasman hoy seres que reciben diez balas o se caen de veinte metros sin hacerse nada. Otra vez el superhombre de un poder que gobierna el mundo con celulares, y quizá sea más despiadado con las clases bajas de lo que fue ayer la burguesía. De ahí tanta incultura deambulando este planeta en quienes mandan y en los que obedecen. Hoy lo visual (el exhibicionismo en las pantallas) suplantó a la lectura.
¿De qué sirve leer? Abre la imaginación, que es el mayor estímulo. En cambio la ignorancia hace que un universitario le crea a un multimedio. Refleja la desorientación, la confusión ideológica que hizo a la derecha ganar las elecciones no sólo en esa lujosa Recoleta: ¡en Villa Lugano! Por ello A. Gramsci, fundador del PC en Italia, y muerto tras años en la cárcel fascista, escribió algo cierto: “Decir la verdad es revolucionario”.
Al leer, se aprende que la soberanía nadie tiene derecho a quitársela. Sólo puede entregarla, si acepta renunciar a ella. Como realiza Grecia, pues ahora debido a su deuda es una colonia de Alemania. Igual que una persona. No importa ya en qué clase nazca, o en qué barrio, o de qué color sea su piel. Depende de su decisión entregar su dignidad o no. En nuestro país, demasiados quieren dársela a los buitres. Son los dueños del establishment: poseen campos y empresas o muchísimo dinero (como la UIA, los bancos, los grandes terratenientes). Anunciar sus alcahuetes que no votarán en el Congreso pagar fuera de EE.UU a los bonistas (o pedir una maxidevaluación) es su modo de entregar a otros la dignidad de los de abajo, y agarrar la mayor tajada de la torta.
Como dijo el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, esto es usual en todo el mundo: los ricos llegaron el poder (Piñera lo tomó en Chile, otros en América Latina y los candidatos a presidente en EE.UU y Europa) para evitar aumentos de impuestos y hacerse después más ricos. Nada de regulaciones. Por eso en este instante hay, dice Stiglitz, 150 millones de pobres o que viven mal en EE.UU: la mitad de su población. Aclara que un obrero en Detroit gana menos que su padre en 1968. Y existió una gran inflación, si sumamos la de estos 46 años. La gente igual los vota. Quizás una cara simpática, la sonrisa o una frase les convencen; votan contra sus propios intereses, contra sí mismos. Algo ya tedioso.
Vea el mejor canal de Latinoamérica: Telesur. Informa cuanto pasa en la política mundial. La imagen veloz es moderna e imita a los recientes canales de Europa. Sin alardear en cámara un periodista estrella; éste es casi invisible. Como pedía Foucault, busca enfrentar con “la verdad a un poder sin verdad”: el de los medios. Sólo 6,7, 8 lo hace en el país.
Escasa gente sabe en Argentina que la deuda externa de España en 2014 supera los 2 billones de dólares y es el 163 % del PIB. Compare con la Argentina: diez veces (1000 %) menos y sólo un 40 del PIB. Sin embargo, ninguno lo publica. Ahora también España empezó a hacer más con menos –como otras veces la Argentina vivió “con lo nuestro”- y en su horizonte nada avizora una mejoría. Desde 2007, ocurre ya la tercera crisis, con una Depresión incluida. Las recientes noticias sobre la Eurozona suman en Alemania, Italia y Francia una Deflación unida a la Depresión. El 2 % de crecimiento para 2014 no lo creen ni ellos. El desempleo se volvió estructural en la Eurozona e ignoran cómo atacar su paro. ¿O no quieren? La “socialista” Francia nombró nuevo ministro de Economía a un banquero de Rothschild, de 36 años. ¿Lo entiende?
Hoy sus compañeros lo detestan a este “socialista moderno”, como le dicen para no llamarlo llanamente liberal. Macron (es su nombre) dice que para “preservar el modelo social francés” el “motor es la empresa”. El presidente Hollande iba a gravar a las grandes fortunas con el 75 % de impuestos (¡qué dirían aquí los terratenientes!) pero ellas pusieron a Macron (nexo del presidente con los patrones) de ministro. Antes se había burlado del impuesto (“Esto va a ser Cuba pero sin sol”). Como aquí el empresariado nos compara con Venezuela. De inmediato hizo bajar en casi 60 mil millones de dólares los impuestos y cotizaciones sociales de las empresas. Y dijo: “Hay que repensar el principio de la izquierda, según el cual la empresa es el lugar de la lucha de clases”.
Un “socialista” como Biner. ¿O sólo un exbanquero? El capitalismo ha secuestrado a la democracia. Los banqueros meten en su bolsillo una cantidad deshonrosa de dinero, los políticos en Europa usan a su favor la puerta giratoria en la Justicia, y la austeridad no atrae a los jóvenes. Esto no lo publica la prensa nacional. La naturaleza hace que la gente nazca desigual. Es el Estado quien deberá atenuarlo. Esto procura el Gobierno argentino. Se subvenciona a quienes lo necesitan, porque de no ser así, la convivencia se volvería más complicada. Demasiados ya son adictos a reírse de los pobres, pues la insolidaridad es su caldo de cultivo. El patrioterismo también es reaccionario. Incluso los medios lo apañan. Son discriminadores, no aceptan que si se admite a gente de los pueblos de América es porque la solidaridad cierta es plurinacional.
La legitimación social de la integración de UNASUR es ofrecer a todos los ciudadanos que lo precisan, oportunidad de mejorar. Sobre todo a los más vulnerables. Sostiene el ensayista Mark Mizrucchi que hoy las élites económicas carecen de un compromiso entre sus intereses y los nacionales. Lo vemos en los medios. Rige un principio clínico, “primun non nocere” (primero no dañar) si un remedio hace mal. No se da. Acá sí. Los pulpos buscan dañar al Gobierno lo más posible. Jamás cesan.
Método secreto del poder son las “New Tools” (nuevas herramientas) utilizadas hoy mediante internet. Con ellas el “Smart power” (el poder inteligente) despliega una ofensiva moderna en América Latina para avasallar mentalmente a las nuevas generaciones. Es su diplomacia oculta, quizá menos dura que la “del garrote” ordenada por el antiguo presidente Teodoro Roosevelt y que originó invasiones (Cuba, Santo Domingo, Haití, Panamá o Nicaragua, ésta con los “contras”); diríamos más delicada, con idénticos fines: formar líderes neoliberales (cien mil jóvenes latinoamericanos estudian con becas en USA) para gobernar en el futuro en la región. Algunos que estudiaron e hicieron posgrados en USA lo citan muy orgullosos, les sirvió para infiltrarse en gobiernos (Martín Redrado, Martín Lousteau) y otros que no estudiaron allí pero son avalados por USA, los multimedios y las corporaciones, concurren desde hace años a su Embajada a hacer lobby y a pedir instrucciones.
Esto revela que la mayoría de estos políticos son marionetas. La gente inquiere por qué tantos poseen egos desmedidos y un deseo ancestral de poder: casi todos se autoconsideran presidenciables, en cualquiera de los partidos. Los maquiavélicos golpistas (Carrió, Solanas, Michetti) hicieron daño y lo seguirán haciendo si algunos despistados los votan.
Otros usan argucias para lograr el poder y traicionan (casi todos) pues son moralmente deleznables. Su madre les inculcó la trascendencia o los manipuló como ellos intentan hacer ahora. Sigilosos, se mueven en las sombras, transitan de un partido a otro (Lavagna y Patricia Bullrich son ejemplos) porque no quieren perder la cuota de poder que alguna vez tuvieron, sino acrecentarla. Por eso, con frialdad imaginan intrigas espurias. En su currículo el arribista destila la falsa modestia, llegó por méritos propios o acomodos. Pero esencialmente por una mano ajena.
Incluso los senadores y diputados se jactan de sus injustos privilegios, exhiben con vulgar astucia la cruda ambición para avanzar posiciones. ¿En qué basan el liderazgo implacable? Saber cuidarse de los aliados. Son similares a Cavallo, que en 1994 mandó “a lavar los platos” a los científicos que hoy envían un satélite al espacio. No valoran la política de Estado. Seres irrisorios que nunca podrían dialogar con otros en el mundo del espíritu. Porque leer es dialogar, enriquecerse sin el dinero. Un libro puede modificar a un lector. Para Quevedo es “escuchar con los ojos a los muertos y tener conversación con los difuntos” de valía.
Al margen de géneros literarios, los jóvenes leen libros esenciales de psicología (Freud, Jung, Adler); incluso a Marx, Marcusse, Foucault; y a la literatura política argentina (Hernández Arregui, Jauretche, Viñas, Abelardo Ramos, las cartas Perón-Cooke). El peruano J. Mariátegui y decenas de autores de opuestas opiniones abren los ojos del militante.
Esto ayuda al joven a estar atento ante quienes procuran crearle más desmemoria. Muchos que saquearon el ahorro interno, luego partieron (Cavallo entre ellos) y vuelven codiciosos desde el desierto estéril para trabajar no sólo a favor de los buitres, sino de cualquier candidato que se rinda sin chistar ante el Neoliberalismo y no cuestione la pedantería y el engolamiento financiero corporativo. Hundidos en el barro llamado “fin de las ideologías”, les ponen condiciones a los futuros candidatos, desprecian a los jóvenes idealistas. Porque les temen. Nunca tuvieron votos. Vuelven exigiendo espacios de poder para sus amigos. El New York Times llama a Cavallo “estrella de rock financiera” por la fortuna que hizo ganar, como padrillo del criadero de una elite local neoliberal.
Especulan e intentan apostar al ganador de mañana. Afuera del poder son opositores y dentro de él, obsecuentes. Hemos visto muchos. Son los que jamás atesoraron sueños ni utopías. Sólo aman apilar dinero.
Los jóvenes de hoy son menos cínicos que los de otras generaciones. Si bien para algunos la meta es sólo ganar más plata, otros tienen una mirada crítica sobre los discursos que escucharon desde niños y ya se rebelan contra la época de los ´90, aún sin haberla conocido. Vivieron sus efectos: desempleo, hambre, tristeza. Por ello están militando. No admiten ser otra Generación Inútil embobada frente al Neoliberalismo.
Están creando un mapa genético de esta renovada generación: pensar en el otro. Ello les otorga una identidad, su lugar en el mundo. Saben que la omnipotencia juvenil no lleva a nada. Los adultos los sueltan en el planeta con todos esos chiches de moda (la mayoría, inservibles) en las manos. Pero los mejores se resisten. Por el hecho de ser joven, no lograrán mucho si no deciden unirse a otros en procura de algún ideal.
Confiemos en que luchen (afirma una canción) “hasta que la ganancia egoísta ya no manche la bandera de los libres”. Lucha que es parte de la región. Si no lo comprendemos no seremos nunca nosotros mismos.
Mañana podrán contarles a los nietos los valores por los que lucharon.