La jabalina de Braian
Hoy mide un metro ochenta y pesa 97 kilos. Nada queda físicamente de ese pequeño que quiso ser jugador de fútbol, marcador central, y hoy es un deportista excepcional. Es Braian Toledo, el crédito de Marcos Paz, “La Ciudad del Árbol”, aunque la cárcel le haya desplazado a esa hermosa ciudad su identidad original. Braian nació con su futuro hipotecado, como tantos otros en donde la desigualdad y la pobreza levantan vallas casi insuperables. Abandonado por su padre y criado por una madre que se puso el hogar al hombro, y que en su lucha diaria, la dureza de su existencia no le dio lugar a la ternura.
Braian -al que cuando la cama para niños le quedó chica, tuvo que tirar el colchón al piso de tierra de su casilla más que precaria, poniendo cartón y trapos en el medio para luchar contra la humedad- es el mismo Brian que una noche se despertó y al encontrar a su madre llorando, le preguntó qué le pasaba y escuchó una confesión que le marcaría su vida: “Lloro porque no sé qué les voy a dar de comer mañana”. Braian decidió ser el hombre de la casa cuando tenía la edad de un niño y después de abrazar a su madre le dijo: “No te preocupés, estamos todos bien, estamos juntos, yo te voy a ayudar”. Aprovechando su capacidad para el dibujo, les completaba las carpetas a sus compañeros trabajando todas las noches por lo que recibía 25 centavos. Con lo obtenido compraba el kilo de pan con que se alimentaban sus hermanos y su madre que trabajaba como empleada de casas particulares. Fue buen alumno y abanderado hasta que en los últimos años su vocación deportiva obstaculizó sus posibilidades de llevar la bandera. Cuentan que cuando se sacaba un 9 lloraba, porque soñaba que con un 10, tal vez recibiría una caricia o un beso de su madre Rosa.
Había empezado los atisbos de una carrera de la mano de su profesor Gustavo Osorio que lo conoció a los 10 años como alumno de la Escuela Municipal de Atletismo de Marcos Paz, y sigue siendo su instructor en los actuales 22. Empezó arrojando piedras, luego pelotitas hasta llegar a la jabalina. En la moto de Gustavo y sentado atrás con su jabalina al ristre, y el casco en la cabeza, cual Quijote y Sancho Panza modernos recorrían en las frías mañanas o en los calurosos veranos los 55 kilómetros que separan a Marcos Paz de la Capital para venir a entrenar en el CENARD.
Hoy, después de los sucesivos éxitos, logró que la pista de atletismo de Marcos Paz sea la única con una corredera sintética para lanzar, ahí donde antes sólo había yuyos y abandono. En 2009 compitió en Italia en el Campeonato Mundial de Menores de la IAAF (Asociación Internacional de Atletas Federados) alcanzando la marca de 79.44 metros, con los que logró el tercer lugar. En 2010, en Mar del Plata, en plena superación, llegó a los 84.85 metros, su mejor marca con jabalinas de 700 gramos, y se convirtió en el nuevo récordman sub 18. Consiguió la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de la Juventud en Singapur. En 2011 obtuvo la medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de Guadalajara. En 2012, ganó la medalla de oro en el Campeonato Iberoamericano de Atletismo en Venezuela, y la medalla de plata en el Campeonato Mundial Junior de Barcelona. En el Mundial de Beijing 2015 fue décimo con su record argentino de 83,32 metros, que es a su vez record sudamericano sub 23.
Tuvo una fuerte decepción en las Olimpíadas de Londres donde no clasificó, al marcar 76, 86 m y quedar al margen de los 12 atletas que accedieron a la final por las medallas.
Él lo contó así a Página 12: “Si bien puedo preparar Río y me puedo dar el lujo de ir allí, nunca voy a recuperar los cuatro años que me rompí el lomo para preparar Londres y para buscar este momento. La revancha no creo que exista, porque nunca volvés a tener el momento que tuviste. Aprendí mucho acá en Londres y trataré de aplicarlo en Río 2016. Pero más allá del resultado estoy muy contento, porque me sentí cómodo y disfruté mucho”
Cuatro años después logró clasificar entre los 10 mejores del Mundo en Brasil. Un éxito notable. En las pruebas clasificatorias llegó a los 81,96 metros. Ahí eliminó a su admirado atleta finlandés Tero Pitkamaki, campeón mundial en el 2007. Cauto había declarado: “La madurez de un lanzador de jabalina se alcanza alrededor de los treinta años. Ni siquiera en estos juegos voy a alcanzar mi mejor nivel. El pico será en el 2020 o 2024 ”
Entre ambas olimpíadas, superó una persistente lesión, se fue de su casa, se puso de novio y le construyó una casa a su madre, con la que estuvo un año sin hablar. Braian le declaró al periodista Martín Estevez de “El Gráfico” hablando de su familia: “Débora ( su hermana) tiene una personalidad parecida a la que yo tenía: habla poco, es tímida. Ignacio es diferente porque no pasó lo que pasamos Débora y yo. Es un diablo, pero conmigo es un santo. A mí hermana le ofrecí pagarle los gastos de sus estudios, con la condición de que intente terminar. “No te pienses que me llueve plata”, le digo. No es por desmerecer ningún trabajo, pero no quiero que ella tenga que limpiar casas, como mi mamá. Porque ahora mi mamá sufre mucho de la espalda y tiene las manos lastimadas por tanta lavandina. Para ayudarla, tuve que construir una casa. Con lo que gano entre la beca que nos da el ENARD y lo que recibo de algún sponsor, no me alcanzaba para pagar un alquiler y ayudarla a ella. Entonces decidí que, para dejar el alquiler, había que construir una casita. ¡Pero ni para comprar materiales tenía! Le pedí prestado a mi amigo Marcelo y me ayudó Sebastián, el marido de mi prima. Tampoco tenía para pagarle a un albañil, así que a él le pagaba lo que podía; y yo estuve todo el año pasado trabajando de peón. Él trabajaba de 7 de la mañana a 6 de la tarde en otro lado, y cuando terminaba, me ayudaba a construir mi casa. Es un tipazo. Yo preparaba pastones, los materiales, le alcanzaba las cosas. Trabajábamos hasta las 11 de la noche, porque al otro día yo entrenaba y él se iba a laburar. Y los sábados y domingos, casi todo el día. Terminamos en enero de este año, pero todavía estoy devolviendo la plata que me prestaron. Es lindo porque extrañaba terminar de entrenar e irme caminando. Siempre hice eso cuando volvía de entrenar: miraba al cielo, soñaba, pensaba…”
Braian decidió no demoler la casilla donde padeció su infancia y acunó sus sueños y para que el éxito no lo haga olvidar de donde partió.”
Cuando se le acercan sus admiradores, sobre todo los chicos les dice: “ No dejen nunca de soñar”
Ahí va Braian y su jabalina. En su rostro la decisión de superación. Pero cuando arroja la jabalina, la jabalina de Braian, no es sólo la jabalina lo que arroja. Arroja el llanto y las palizas de su madre, el abandono de su padre, el frío del colchón sobre el piso de tierra, los días del trueque, los guisos y el arroz escaso, el agua a dos cuadras de la casilla en la única canilla de su barrio Martín Fierro.
Ahí va Braian y su jabalina. La jabalina de Braian. Esa que lo arrancó de la pobreza extrema. La que se concreta entre otras paradojas en la comida. Lo que le confesó al periodista Martín Estévez: “Cuando empecé a competir me decían: “Comete un pollito a la plancha con ensalada, y en mi casa no había eso. Era guiso de arroz y polenta….Desde hace dos años, cuando voy a un cumpleaños, llevo la vianda con lo que tengo que comer. Me transformé en un conejillo de Indias, no como lo que quiero, no me acuesto a la hora que quiero y todo lo que hago gira en torno a una sola cosa: lanzar lejos”
Ahí va Braian y su jabalina. A su lado, como siempre Gustavo Osorio. Camino a las Olimpíadas de Japón del 2020. Gane o no una medalla, ya está en el podio. Le ganó a un destino que la desigualdad y la pobreza levantan como inexorable. Esa es, sin lugar a dudas, su mejor marca.