Gracias por el chivo
Quizá recuerden hace unos años. Una noche de principios de 2010 escribí que éramos la mierda oficialista. Decía que porque no tocaba el Clarín y porque me parecía evidente que los hijos de gente Noble eran hijos de otra gente que nunca pudo ver TN. Bueno, aquello parece tan viejo. Lo de los hijos lo arreglaron ya sabemos cómo. Y en aquel año entré a 678 pensando en defender al gobierno de Cristina antes de que se fuera echada por un golpe de Estado más o menos disimulado. En realidad pensé que iba a darme el gusto de decirles lo que pensaba a los que siempre usaron este país para enriquecerse mientras destruían a su pueblo. Darme el gusto antes de ser derrotado. Aquel año murió Néstor y eso me confirmó que era el final de todo. Pero no. Y entonces llegamos mucho más lejos de lo que yo creía. Cristina ganó un mandato más y lo terminó apenas 12 horas antes con la más grande despedida que un presidente tuvo. Perdimos las elecciones contra quienes quisieron sacar al gobierno sin elecciones. Y “la mierda oficialista” dejó de ser oficialista. Quedó sólo la primera parte de la fórmula. Ahora somos específicamente: la mierda.
Quisieron hacernos creer durante mucho tiempo que este programa de tele -que abiertamente se ponía del lado del gobierno- generaba odio por su carácter de “oficialista”. No por las ideas, no por las convicciones, no por los principios políticos que ahí se detentaban con abierta honestidad. Eso fue lo que decían, que lo malo de 678 no es lo que dice sino “dónde” lo dice. Y lo dijimos en el único lugar que pudimos: la televisión pública. Porque los demás medios del país –mientras se declaraban perseguidos y ahogados económicamente por el gobierno- se dedicaron a atacar al gobierno de todas las maneras: siempre las desleales y a veces las leales. Y ganaron mucha plata con eso. Y finalmente les fue bien porque lograron ganarle a la tan odiada letra K de la única manera que Cristina aceptó que le ganaran: democráticamente. Pero eso no les alcanzó a los republicanos de república bananera gerenciada por un manojo de empresas, bancos, y la embajada. No les alcanzó con ganar las elecciones y eso explica por qué siguen obsesionados con el programita de los tres números. Ellos necesitan el cese del kirchnerismo, el silencio de sus ideas, la desaparición de las imágenes de cualquier cosa que lo simbolice. Necesitan que cese y van en busca de esa oscuridad silenciosa. Y aclarémoslo: no son democráticos porque se hayan presentado a elecciones, que fue siempre el Plan B de los verdaderos jefes de este gobierno. Porque el Plan A fue que Cristina se fuera huyendo, derrotada, humillada, castigada, en medio de un país golpeado y desangrado. El país que ellos saben construir. Por eso ahora nos siguen persiguiendo. Porque persiguen el olvido, el silencio, el final. Su obsesionado Fin de Ciclo que saben que no llegó. Y no llegó porque hubo una plaza explotada de futuro.
Yo sé quién soy y sé quién no soy. Y sé qué cosas represento. Y sé qué cosas defiendo. Y sé que soy único como todos, y diferente. Pero que al mismo tiempo sé que en algo soy igual a todos, a cada uno de los que me abrazaron en la plaza del abrazo a Cristina. Me abrazaron, me besaron, nos sacamos fotos, lloramos, y transpiramos juntos. Hacía calor en esa plaza y el chivo de una multitud se me quedó encima. El chivo de los que fuimos a abrazar a Cristina apretujados porque no había lugar para tanto abrazo, para tanta energía, para tantas convicciones. El chivo del amor se me quedó en la ropa y más adentro. Y en los oídos el calor del grito increíble, la plaza gritando “678” cuando Cristina habló de libertad de expresión. Libertad que ella sabe que no le interesa al nuevo gobierno. Este gobierno que en un día ya firmó más decretos que ella en ocho años. Decretos para esquivar las leyes, decretos para asegurarse tener todas las voces, las de siempre, las que lo ayudaron a ganar, a hacer trampa, a mentir, y a esconder su cara verdadera. Todas las voces menos la única voz diferente. Las personas de la plaza saben todo esto. Y saben que durante estos años quienes dijimos lo mismo que ellos pensaban fuimos tratados como delincuentes. Porque Cristina fue tratada como la primera delincuente. Y porque saben que si cualquiera de ellos estuviera en la televisión diciendo lo que piensa, también sería tratado como un delincuente. Esa es la libertad de expresión que quiere el poder real, la que quiere el nuevo gobierno, con un ministro de comunicación al que cariñosamente le dicen El Milico. Por eso, porque esa plaza que me abrazó sabía que abrazaba todo eso, es que quiero decirles: gracias por el chivo.
Cuando ya no estemos en la tele ni en la radio, cuando los medios que se decían K o parecidos dejen de serlo, cuando algunos compañeros que defendían al proyecto se hagan los distraídos, cuando los periodistas independientes sean los más furiosos oficialistas, cuando cambien las leyes para apagar canales enteros, cuando nuestras páginas de internet sean hackeadas, cuando lo poco y débil que construímos en los medios termine por derrumbarse, habrá que inventar otras cosas. Porque lo que en estos años sí se supo construir fue ciudadanos con derechos. Ciudadanos con poder, ciudadanos con ojos abiertos y con ideas claras, con principios fuertes. Con todo eso que los medios más poderosos no pueden meterse. Y con esas convicciones habrá que empezar un nuevo camino que nos lleve al mismo destino. Porque si como dijo Cristina cada ciudadano es un dirigente, cada ciudadano es también 678. Y somos muchos y multiplicarnos es la tarea. Y explicarle al vecino –al televidente atrapado, al que no entendió, al que se cansó de nosotros- será en los próximos tiempos la labor que nos espera. La militancia, lo aprendimos en los últimos días, no es solamente algo que hacen los pibes que se ponen una pechera. La militancia es esta responsabilidad que se aparece como un sentimiento, como un compromiso que asumimos sin darnos cuenta. El deber de estar firmes y unidos cuando la patria necesita de nosotros. Y más firmes y más unidos cuando la patria es una necesidad.