Espejo
El sector concentrado agro exportador protagonizó un nuevo lock out exponiendo una vez más su absoluta falta de solidaridad con los más desprotegidos y mostrando que la codicia y la ideología reaccionaria son más fuerte que la racionalidad ya que esta vez el aumento de la recaudación por el incremento del 3% en las retenciones de los productores de más de 1000 toneladas de soja estaba compensada con alicientes fiscales para los productores más pequeños y para las economías regionales. Por suerte la medida no tuvo la repercusión esperada por sus portavoces más allá de alguna declaración absurda como “sin campo no hay Nación” (ya que podría extenderse a muchas otra afirmaciones como “sin industria no hay Nación”, “sin educación no hay Nación”, “sin Estado no hay Nación”, “sin cultura no hay Nación”, etc.)
En esta declaración de Lilita Carrió está subyacente un mito muy arraigado en muchos sectores del país. Es casi un lugar común decir que la Argentina agroexportadora de fines del siglo XIX era un país rico, cuyo producto bruto por habitante era superior a muchos de los países europeos y que a no ser por los gobiernos populistas que estuvieron en el poder en 1946 a 1955, 1973 a 1976 y 2003 a 2015 hubiéramos disfrutado del nivel de los países desarrollados.
Miremos otro caso no igual pero que tiene algunas semejanzas porque a veces mirarse en un espejo que refleja una imagen más grande aunque algo distorsionada sirve para conocerse mejor.
Es bueno saber que a fines del siglo XVIII Haití tenía un ingreso per cápita tres veces superior a la renta media del mundo de ese entonces, sin embargo no se escuchaban voces que augurarán un futuro prometedor a este país de centro América.
Lo que sucedía es que el ingreso, básicamente proveniente de la explotación del azúcar y el café, estaba concentrado en la población blanca que era menos del 10% de los habitantes; el resto eran negros esclavos cuyos ingresos apenas les permitían sobrevivir.
¿No tiene un dejo parecido a la presunción de que la renta media de la Argentina era mayor a la de la mayoría de los países europeos? Si bien nuestro caso no era tan extremo como el de Haití vale tener en cuenta que los promedios de ingresos y de riquezas no dicen mucho si no se tiene en cuenta la distribución de los mismos.
Esa Argentina añorada contaba con una minoría riquísima que desplegaba sus lujos en Buenos Aires y ostentaba hasta tal punto su riqueza en Europa que generó la despectiva expresión francesa de rastaquouère (españolizada después como rastacuero) para definir a una persona inculta, jactanciosa y adinerada aplicada a los magnates argentinos que “tiraban manteca al techo en París” mientras que la mayoría de la población vivía en condiciones miserables en el campo o hacinados en conventillos en las ciudades.
Veamos como siguió la historia de ambos países con “altos” ingresos medios.
En Francia hubo una primera abolición de la esclavitud decidida por la Convención en 1794, pronto suprimida por Napoleón en 1802. Haití declaró su independencia en 1804 tras una victoriosa revuelta de esclavos, pero recién en 1825 Francia reconoció al primer país independiente de Latinoamérica. Para ese reconocimiento la potencia europea exigió que el pequeño país antillano compensase a los dueños de esclavos por la pérdida de sus propiedades: las tierras y los propios esclavos que tenían un considerable valor de mercado en el momento de su liberación. En otros países de Europa e incluso en Francia para el caso de otras colonias la solución fue que el Estado compensara a los esclavistas por la pérdida de sus esclavos (hasta ese extremo se aseguraba el derecho de propiedad privada); en cambio en el caso de Haití lo resuelto fue más perverso: ya que eran los esclavos quienes se liberaron que fueran ellos los que pagaran su propia libertad. Obviamente que Haití carecía por completo de los recursos para pagar los 150 millones de francos oro que exigía Francia lo que derivó en una deuda enorme a pagar en el futuro que sumió al país en una pobreza extrema de la cual aún hoy no ha podido salir.
En la Argentina la mezcla de despilfarro, corrupción e incapacidad para gobernar de la clase dominante derivó en sucesivas crisis, la mayor de las cuales fue la de 1890. En este caso no fueron los esclavos los que debieron pagar; fueron las clases bajas y medias las debieron padecer para satisfacer las deudas contraídas. Se afirmó que se estaba dispuesto a pagarla, aún gobernando "sobre el hambre y la sed de los argentinos". Obviamente no se trataba del hambre y la sed de la parte superior de la escala de ingresos y riquezas sino de los de abajo de esa escala.
En ambos caso fueron los más desposeídos los que pagaron y los amos y/o terratenientes los que siguieron “tirando manteca al techo”.