En cinco horas, la eternidad
“Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir” (Los Redondos)
Cinco horas. Cinco horas solamente. Casi nada, o todo, depende. Para Laura Carlotto deben haber sido la eternidad, esas pocas horas. Porque ese fue el tiempo que le permitieron tener a su bebé recién nacido junto a ella. Imagino que lo sostuvo con amor, sobre su pecho, mientras el pequeño Guido dormía los primeros instantes de la vida que le iban a robar, y que le restituyeron este martes.
Entonces, en cinco horas, la eternidad. Luego se llevaron de nuevo a Laura al centro clandestino de detención La Cacha, donde la tenían secuestrada. Y así la separaron de su hijo, porque los genocidas tenían la perversa teoría de que así, al crecer, no se convertirían en ‘subversivos’, como sus progenitores. Por eso a muchos de los niños apropiados en familias de militares los educaron en el odio y el resentimiento, como supimos al encontrarlos y restituirles su identidad. O los daban a otras familias, para alejarlos de sus parientes de sangre, para que ni siquiera sepan quienes eran sus padres, qué pensaban. Porque los querían hacer diferentes a sus mamás y sus papás militantes. Seguro que quien robó a Guido quiso eso, que creciera alejado, que fuera distinto. Ayer Estela dijo que la familia que lo tuvo “lo crió bien”, ella ha de saber más que nosotros, claro. Confiamos en ella, siempre. Guido fue afortunado en comparación de otros nietos recuperados, como Juan Cabandié, que tuvieron una formación triste y oscura en sus casas.
Pero tenemos otra mala noticia para los genocidas, los que están en las cárceles purgando sus condenas de asesinos y torturadores, y a los que todavía se está enjuiciando: la idea original que tuvieron para desarrollar el plan sistemático de apropiación de bebés fracasó. Con Guido fracasó. El parecido con sus padres, Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, es evidente. Músico como papá, sin saberlo. Adhiere a las políticas de Derechos Humanos, como su abuela y sus tíos, sin saberlo. Ha militado por causas justas, como su mamá, como su papá, sin saberlo. Porque no pudieron, porque 36 años después Guido les demuestra que el amor es más fuerte, que la sangre es más fuerte y tira. Por eso Guido dudó, por eso Guido buscó, por eso Guido encontró a Estela. Y nos regaló el día más hermoso del año.
Tan poco tiempo parecen esas cinco horas en el abrazo de su mamá. Hasta ayer Guido no sabía de quién era hijo, pero conociendo sus opiniones vertidas en los últimos años en su cuenta de Twitter sobre la memoria, los juicios a los genocidas, la ley de medios, etcétera, nos damos cuenta de que las casualidades no existen: Guido construyó su identidad, a pesar de que se la robaron en su primer día de vida, construyó su identidad separado de su raíz, construyó su identidad porque tiene la sangre de Laura y El “Puño” Montoya corriéndole en sus venas. Porque en cinco horas, la eternidad. El abrazo de su madre, para siempre. Aunque no lo recuerde, aunque no lo haya sabido hasta ayer. Lo lleva en la piel, lo lleva con él, desde el primer aire que respiró sobre el pecho de Laura, para toda la vida.
Es poco tiempo. Unos trescientos minutos. Pero fue el inicio de todo. Fue todo hasta este martes, hasta la restitución histórica. El abrazo de mamá antes del fin, ahí, apretado contra su pecho, corazón con corazón, latiendo la misma sangre. Un instante, para siempre. En cinco horas, la eternidad.