Empresarios y legionarios
Consciente o inconscientemente el comportamiento empresario es guiado por la estructura filosófica que va interiorizando a través de los años. Cuando se ha ignorado la teoría prescriptiva: análisis de portafolio, curvas de experiencia; no es fácil comprender las limitaciones y la utilidad a largo plazo de ciertas decisiones. Al pretender pasarse por el arco de triunfo desconocer la complejidad de las decisiones estratégicas. Si te compraste todas las empresas, concentraste los ingresos de un grupo empresario te puede pasar esto con el paso del tiempo. Tres empresas del mismo grupo economico que rezonga y amenaza a través del biógrafo personal del CEO, un reconocido cientista político devenido en lo que vemos. “El mandatario avanza sobre las empresas de telecomunicaciones con un mecanismo de control que ni siquiera la ex presidenta se había atrevido a usar cuando estaba en el poder. Contra la Justicia y los medios: ¿Alberto se impondrá donde Cristina falló?”. Alguien dijo: “Uno tiene principios hasta que esté dispuesto a perder dinero por ellos”.
El presidente suele solicitar que sean solidarios, que acepten “no perder sino ganar menos”. Tenemos que instalar un debate que tiene que ver con los comportamientos empresarios. Recuerdo cuando la gente se burlaba de los japoneses con sus cámaras fotográficas, cuando viajaban los ejecutivos estaban al acecho de todas las informaciones que pudieran ser útiles para sus empresas. Una especie de civismo de empresa. Interés popular por la economía nacional, una cultura de la economía es lo que ha salvado a muchos países de las fatalidades electorales, los ciclos políticos inestables. Esta cultura común debe adaptar sus políticas a reforzar la posición internacional de la economía. Jamás debe volver a ser el simple encuentro provisional de los intereses de la máquina de hacer dinero.
Una opción es el esquema básico que buscó aumentar al máximo sus beneficios en un plazo corto de tiempo y lo consiguió. El mismo que desde la oposición ahora pide planes a largo plazo, cuyo horizonte como oficialismo nunca pasó del trimestre, una perspectiva estadounidense en el que el (quarter) es la constante preocupación. Los resultados trimestrales. Esta visión no se esfuerza demasiado en pensar por el futuro de la gerencia intermedia ni los empleados de la empresa, mucho menos por la armonía social ni la eficacia económica. Pero de ninguna manera representa el pensamiento empresario en forma exclusiva. Miremos a Hugo Sigman, el médico psiquiatra que modificó el paradigma farmacéutico.
La teoría hegemónica tanto en la enseñanza como en la investigación económica argentina es inconcebiblemente estadounidense. Simplemente no somos EE.UU., existen otros países y asuntos económicos que no están contemplados. Para ese ideal no puede haber más que una lógica pura y eficiente que es la economía de mercado, todo el resto que mezcla el carácter institucional, lo político o social, la racionalidad de los precios, no es más que corrupción y decadencia.
Hay que beneficiar a los ricos para que sean más ricos y los pobres que se pongan a trabajar en lugar de esperar programas sociales diseñados para ejercer la pereza. Esta hegemonía cultural sobrevivió a todas las vicisitudes de la historia de los últimos cuarenta y cinco años y no deja de reforzarse, como si la chilenización argentina fuera un proceso inexorable, superando cualquier crítica.
En solo cuatro años se ha dilapidado el 43% del PBI. Mientras continuamos mirando los fuegos artificiales del obelisco, los beneficiarios del hundimiento siguen aplaudiendo desde Miami y felicitando a Pepita la pistolera desde la Costa Azul. El cosmos infantil organizado quedó detrás del decorado de Costa Salguero y dejó una realidad muy distinta. Degradación social, primer puesto en fuga de capitales y último lugar en vacunaciones. Otra vez los golden boys superdotados de las finanzas hicieron fortunas en dos años y dejaron el país en la ruina. A pesar del anti peronismo visceral de los industriales argentinos, aunque no lo reconozcan en público, esta situación les dinamitó la cotización de sus empresas.
La frontera que separa a un país en decadencia de uno prospero está representada, en parte, por la preferencia por la construcción de un futuro y por el goce del presente. Hay que entender que estamos en un sistema capitalista donde es más que razonable que esa preferencia empresaria se mida en término de impuestos, préstamos y tasas de interés. No somos un país comparable a otro. Vivimos en un gran territorio con extraordinaria concentración de riqueza y mayoría electoral peronista. Para la generalidad de los ricos y una considerable parte de la clase media la noción de justicia social es considerada casi revolucionaria, indecente, para quienes el único sustituto aceptable en la lucha contra la pobreza es por medio de la caridad y las iglesias. Cualquier cuestión referida a la Seguridad Social es interpretada como “contra las clases dirigentes”.
En lo único que nos parecemos a EE.UU. es en la baja tasa de ahorro, la diferencia es que nosotros no podemos darnos el lujo de decir que el déficit comercial es una señal de vitalidad económica y cuando recibimos capitales financieros en dos años huyen. Tampoco tenemos dólares ni los imprimimos por billones para pagar las cuentas.
La opción sigue siendo la economía de producción y trabajo gestionada a largo plazo (aun sin presentar el plan que piden quienes perdieron las presidenciales), pero con objetivos muy claros, concretos y diametralmente opuestos a los deseados por la oposición. Esto implica poner el horizonte más allá de las Islas Caimán y de los Panamá Papers. Par eso hay que llamar a los empresarios y sentarlos en una mesa de concertación económica y social, como había anunciado el presidente Alberto Fernandez.
La cuestión que se debería plantear es el régimen economico, que nunca es homogéneo ni gestionado de la misma forma, durante más de tres periodos. Y, solo hay dos maneras de construir riqueza: siendo competitivo en la producción o habilidoso para la especulación. La total liberación de las transacciones, las devaluaciones, la caída del salario, no bajaron los costos como creía el grupo productivo más grande, ni trajeron la posibilidad de comprar con crédito UVA como pensaban los economistas de Cambiemos.
En otro orden de cosas nunca jamás, se habían visto tan reducidos los lazos afectivos que unían a los accionistas propietarios con sus empresas. Durante el periodo anterior ni siquiera fue el objetivo parcial la renta operativa de sus empresas, sino la jugada financiera y la formación de activos externos (fuga). Esa búsqueda desmedida estuvo totalmente desconectada de las realidades argentinas concretas por cuatro años. El delirio financiero especulativo, que ha generado ganancias enormes sin fundamento real, trajo efectos desmoralizantes en el empresariado productivo nacional y de las PyMES. Este aspecto no debe ser subestimado, no es menor.
Históricamente en la Argentina ser accionista o propietario de una empresa, nunca tuvo la lógica estadounidense, la empresa no es un paquete de acciones (Keynes). En EE.UU. el dinero es el fin en sí mismo, las empresas y las cosas son medios. Da igual comprar una empresa o una obra de arte. Se adquiere y desguaza sin que se derrame una lágrima. Los colaboradores, son “capital humano” o “recursos humanos”, más que “seres humanos” con familia, proyectos y una vida, como en Alemania, Italia o Francia. La impaciencia del bolsista no es la del constructor, o del empresario metalúrgico, todo tiene un espíritu monetario que suplantó hace mucho tiempo el espíritu del dueño. Los empresarios norteamericanos son renuentes a asumir riesgos industriales, por eso sus grandes marcas se manufacturan en las factorías medievales del sudeste asiático.
En 2016 la desregulación se convirtió en un concepto de fe, un credo de los CEOs que gobernaron el país. El libertinaje llegó al colmo, dos años jugando a la ruleta rusa financiando inversiones en LEBACS con deuda externa para después pasar capital e intereses a dólares y regresarlos al lugar donde vinieron. Esa conmoción de alrededor de u$s 100.000 millones indiscutiblemente propagó las perturbaciones que hoy nos escandalizan.
Es justamente ese comportamiento lo que se debería contrastar con una recuperación real y que pueden producir las empresas más lucidas, como fue entre 2003-2007. Recuerde que mientras los pronósticos de los macroecolobbistas en esos años daban caídas o leve subas del PBI, la economía creció a tasas chinas 30%. Hoy tenemos el ejemplo de una automotriz alemana que invertirá u$s 1.000 millones para la modernización de dos plantas industriales. La firma está exportando cajas de cambio manuales desde Córdoba y ya incorporó un segundo turno de producción.
Todos sabemos en la Argentina quienes son los empresarios que se identifican con su empresa, en cambio hay legionarios que hoy están y mañana huyen a otra parte, con todo lo que ganaron en la Argentina. Inclusive existen directivos legionarios sin sentido de pertenencia, ni afecto por la empresa donde trabajan. Son ejecutivos que cuando ven venir la crisis se escapan con su dinero.
Nada ha de ser tan determinante para la Argentina y se puede discernir muy bien entre empresarios y legionarios. Con los mismos títulos en la tarjeta de visita, hay diferencias esenciales. El verdadero obstáculo no es ser el heredero, si desempeña la función social que tiene que acometer. En la Argentina hay empresas nacionales que bajo el régimen de los emperadores antoninos designan a un hijo que luego se les convierte en legionario. Y, en lugar de proseguir la obra de su familia, capitalizar y crecer; elige la opción offshore.
En el modelo de producción y trabajo, los propietarios buscan ganancias mediante el desarrollo de la empresa y no del nomadismo financiero. No existe oposición entre ganancia social y éxito empresarial, sino un sentido de tiempos diferentes. En ningún país del sistema se discute la propiedad, ni la empresa se disocia de su función social. Cambian las formas, pero esto es general. Cualquier lector sabe que por debajo de cierto nivel de pobreza el marginado se convierte en irrecuperable. No queremos vivir en esa sociedad.