“Me van a pedir perdón”, el dedo índice en alto, la mirada admonitoria. “Me van a pedir perdón porque yo no hablo en vano”. La boca ha quedado abierta en la última sílaba. Cierra los ojos. “Yo no quiero nada más en la vida. Sólo quiero que Dios me diga: está bien, descansá”. Un silencio y vuelve a cerrar los ojos y vuelve al silencio. ¿Reza? Tal vez. ¿Finge? Quizá ¿Actúa su magno papelito de Salvadora Irredenta en la comedia política? Seguramente, pero todo esto es verdadero o falso, salvo que no parece importarle a ella y a sus votantes-que-la-aman!

“Me van a pedir perdón” –sí, señora, ya, la escuchamos.

Elisa María Avelina Carrió invoca a Dios todo el tiempo. “¿Sabés que siento?” –dice consultando a su corazón que, averiado y dolido por la lucha contra la Corrupción y las Mafias, se sabe que es el órgano de su comunicación con Dios-, “siento que vencimos el Miedo, que nos ganó la Fe”. A ella le gustaría que lo escriba con mayúscula (al Miedo, las Mafias, la Fe –digo-,) porque así son sus ansias que nunca rebajan a la mera política. Carrió, la Anunciadora, la Profética, pregona la Buena Nueva, alumbra la mayúscula llegada de un tiempo de República, de Moral, un tiempo en el que no hay luchas de poder contra adversarios políticos, sino contra encarnaciones del Mal. No habla de cuadros tarifarios, de mercado interno, de participación de los trabajadores en el producto bruto, de la tensión Estado-Mercado. Eso aburre o no se entiende y en estos rechazos deben concebirse las adhesiones que despierta en sus audiencias fastidiadas de política. Su epopeya, entonces, no vuela bajo. Majestuoso, su sermón laico se eleva hacia unas alturas donde la palabra República retumba en el hueco de esos muros ideales, y si alguna vez condesciende a nombrar personajes de esta Tierra, sus maldiciones prescinden de particularidades, de actos puntuales y de pruebas (¡“Aníbal Fernández too much”! -grita); los nombra como personificaciones de lo Maléfico, de modo que su acción redentora no se reconoce dentro de la praxis política ni atiende a la historia terrenal de las fuerzas partidarias argentinas: persigue la salvación de las almas, la expurgación de las Patotas Infernales. Este es otro elemento para entender los locos amores que despierta: su despojo del logos político y su abrazo al ascendente ardor místico de estos tiempos new age.

“Lilazo” –levanta un cartel una muchacha en el microestadio de Ferrocarril Oeste en el cierre de campaña. Carrió, anfitriona, star-comic, ocupa el centro del escenario y ahora, por ahora, no amonesta, no más “me van a pedir perdón” ni dedo en alto; ahora escuchamos su stand-up: “Yo estaba medio aburrida y medio muerta, pero ¡resucité! Como hace 40 o 50 años, yo muero y resucito y eso indigna a los kirchneristas. Ni arrugas tengo” –se palpa su rostro híper maquillado que brilla, hace un silencio y remata: “estoy espléndida”.

Es instructivo ver las caras de los dirigentes de Cambiemos ocupando el ring-side: Santilli, a carcajada limpia, exultante, le dice algo al de al lado que no ha de ser muy público porque se tapa la boca como los jugadores de fútbol antes del tiro libre; Gabi Michetti -la que dicen que no entiende- ¡fascinadísima!, no hace más que reírse y aplaudir; Vidal agradece monacalmente sus elogios, se toma el pecho y se inclina y toda ella se insufla de santidad, pero después recupera su mirada fría y parece recordar la distancia que debe tomar con respecto a esa criatura que dispensa gracias y reprobaciones desde el centro de la escena; Pinedo está quieto y no se anima ni a sonreír y todo su expresión corporal es una pregunta que muchos dirigentes se hacen cotidianamente: ¿qué hacemos con esta?; Larreta se hamaca entre el festejo y la compostura, salvo que su gestualidad pétrea no lo deja moverse mucho, pero es seguro que el tipo piensa lo mismo que Pinedo y que el atildado Sanz, y está preso de la misma incertidumbre ¿y ahora?, ¿con qué va a salir? Patricia Bullrich mira apenas, desapacible, sobre una excomulgada segunda fila.

“Todos ustedes, jóvenes, aprendan, de lo único que puedo enseñarles que es mi propia vida y mi propio ejemplo”. Aplausos. El microestadio de Ferrocarril Oeste aplaude, las manos con pulseras amarillas se agitan y los dirigentes también: dudan pero aplauden. “Yo morí en Cristo mil veces, Ave Fénix…”. La historia ejemplar, la mártir biografía, va al lugar y clausura el debate sobre la vida comunitaria.

“Don Yo” le decía Alberdi a Sarmiento, con sorna. Doña Yo pasa a ejercer por fin su función de presentadora porque ya es hora de Mauricio: “…y ese líder, que aunque a él no le guste, lo voy a hacer el mejor presidente de la historia: Mauricio Macri”. Flamean las multicolores banderitas de Cambiemos y el rugido podría escribir que ahora es infernal pero ella odiaría esta palabra aquí. No sé si la gente que grita y aplaude y festeja escuchó lo que dijo la anfitriona. Si Macri será el mejor presidente de la historia, lo será por su Creación. Es ella el demiurgo. Los ruidos no habrán impedido escuchar a los atentos ni disimular la preocupación de muchos dirigentes de Cambiemos ante este frenesí megalomaníaco de la opulenta “Lilita”.

¿Qué hacemos con esta? -la sorda pregunta que asedia sus conciencias. “O ella anexa al macrismo o el macrismo, dificultosamente, la anexa a ella” –ha planteado inteligentemente Horacio González.

Tal vez el recelo que genera Carrió dentro del espacio crezca a la par que sus votos en la ciudad de Buenos Aires. Paradojas de las alianzas, el sabor de la victoria que paladea la Anunciadora no sea tan dulce para muchos de sus “socios” de Cambiemos. Los atentos ven detrás de sus pasos los destrozos, los restos de cuerpos amontonados de partidos, siglas, acuerdos electorales y coaliciones efímeras, arreciados por una desorganización psíquica que hoy luce como “incorrección política”, y muchos intuyen que su progresión electoral aflojará los pocos diques de su verba torrencial y caótica y que, enaltecida con un notable resultado en las legislativas, no sólo puede comparar el desgarrador hallazgo de un cadáver con Walt Disney, sino volver a recordar que Macri fue alguna vez para ella “el empresario ligado al robo del país”.

“Yo estaba loca porque tenía un sueño” –sí, señora, ya lo dijo.

Si la fiesta se desarrolla como muchos auguran, al final de la noche de este mismo domingo 22 de octubre los incómodos socios de Elisa Carrió aguzarán su recelo ante la criatura que alimentaron. Una estrella que representa un momento de descomposición del discurso político que tan bien se lleva con ciertas indolencias porteñas, pero que puede penetrar en el seno del macrismo como aquel caballo griego y hacerlo implosionar. Ellos saben que ese “loco sueño” puede devenir en pesadilla.