El último jugador de fútbol que pensaba el fútbol
El retiro de Juan Román del fútbol irá sumando páginas día a día. Tomaremos conciencia con el tiempo, a tiempo, de que uno de los mejores jugadores de la historia de nuestro fútbol -el mejor de los últimos tiempos-, ya no estará en las canchas, ni el noticiero, ni en boca de aduladores y detractores.
La mueca de tristeza irá mutando, será nostalgia. Se celebren o se puteen esos resultados. Se maldiga por Román o se brinde a su salud. Se lo adule y festeje o se lo relativice y ningunee.
Se va el 10 de La Carpita, el club de papi fútbol que lo fichó. La cancha de La Carpita es muy parecida a la Bombonera, con una pared a un costado y una platea alta al otro. Un gimnasio donde la fricción de los pies en el piso, los pelotazos y los gritos de padres y chicos retumbaban. Y él, Román, siempre calmo, allí, serio, pensando todo a los 10 u 11 años.
Se retira el flacucho pelilargo de la quinta división de Argentinos. Aquel que empezó jugando de 5 y que con el tiempo se forjó como enganche, conductor. El que tuvo que cortarse el pelo porque lo llamó José Pekerman a la selección juvenil. El que hacía jugar a un equipo que tenía sólo en la mitad de cancha al 'Lobo' Ledesma, el 'Cuchu' Cambiasso, La Paglia, y adelante a 'Suchard' Ruíz, sin contar al arquero Cambiasso, Herrón y Elfand, entre otros.
Quién escribe, pudo ver varias veces a ese equipo en donde jugaba un amigo, Pablo Cavagna, uno de los pocos que no llegó a Primera en el país. Tras un partido en la vieja cancha de Argentinos donde Román la había descocido, esperamos con los pibes del barrio debajo de la tribuna a nuestro héroe.
Charlábamos con los que iban saliendo del vestuario -Martín Tradito, la 'Chancha' Herrón, Ceferino Denis-. Mi amigo le pidió al 'Cabezón' -así le decían a Riquelme-, que se acerque para presentarnos. Recuerdo la timidez en el saludo, en los gestos, al recibir nuestros elogios y las cargadas de sus compañeros.
Román nunca habló mucho con los que no lo conocen. Hablar no era lo suyo, lo aprendió con el tiempo. Supo, eso le enseñó el fútbol también, con quién hablar y a quién dar notas. En qué momentos sí, en cuáles no.
El futbolero lo conoció con la camiseta argentina, en los sudamericanos y en el mundial de Malasia 97', donde se coronó con otro equipo brillante, junto con Aimar y una camada de pibes brillantes.
Una de las máximas zonceras reza que es un pecho frío ¡Ja! si las pedía todas, en cualquier cancha. A ver, ¿cuál es el 'potrero' profesional más difícil para jugar? Brasil. Y ahí Román la rompió. En Brasil es palabra santa, amargó a casi todos los equipos. En Palmeiras lo recuerdan, Gremio lo sufrió en la final de la Copa del 2007, Corinthians otro tanto.
No jugará más el crack que ganó un par de Copas Libertadores y pasó al Barcelona. Allí tuvo la mala suerte de que el entrenador sea el holandés Van Gaal, el mismo que tuvo problemas con Rivaldo y Lucio, con Rummenigge y hoy pelea con Falcao en Manchester.
Van Gaal le dijo algo así a Riquelme: "Cuando el equipo tiene la pelota, usted es el mejor jugador pero cuando la perdemos, jugamos con uno menos". Bielsa creyó algo parecido y no lo llevó al Mundial de 2002 y los platos rotos los pagó otro.
Riquelme condujo en la Copa del Mundo de 2006 a una de las selecciones -la de Pekerman-, que más ilusionó a la distancia. La historia dirá que fue quién abrió el durísimo partido del debut ante Costa de Marfil, con un pase entrelíneas para que Saviola convierta.
Román hizo que el equipo haga bailar a Serbia y Montenegro en el mejor gol de una selección nacional en un Mundial. Y también hizo el sacrificio en una posición inédita ante Alemania en cuartos de final -como Van Gaal, José le pidió que marcase en el regreso-, porque pensó y aceptó que sería lo mejor para el equipo. Cuando él salió por Cambiasso a diez minutos del final, con el partido aún 1 a 0 arriba, comenzó la debacle de la selección.
Pueden contártelo al revés, puede ser. Todos contaremos y mostraremos a nuestros hijos el caño a Yepes, el taco y caño a Charles Pérez en cancha de Rosario Central, la pisada una y otra vez contra la línea ante Makelele en la final ganada al Real Madrid en Japón.
En las retinas queda su manera acompasada de llevar la pelota, el gesto técnico al patear, su relojeo a la espera de que el lateral pase por el costado para asistirlo o bien usarlo de cortina para encarar. Román pensando, ordenando, tomándose su tiempo, bajándole el tempo al tiempo del partido.
Lo que no podremos explicarles a las nuevas generaciones son otras cosas: lo que provocaba en el rival en la cancha, la sensación de peligro en cada pelota parada a favor de su equipo, la importancia de su sola presencia.
Su liderazgo, con todo lo bueno y lo malo. Es que hay que ser conductor (los que gobiernan son así de tiranos, gobernar es el delito), de los destinos futbolísticos de uno de los equipos más grandes de Argentina. Hay que pensar mucho y bien para calzarse al hombro la flaca historia del Villarreal y clasificarlo, por primera vez a la Liga de Campeones.
Hay que tener personalidad y llevar a ese equipo ignoto hasta la semifinal de la Champion, tras dejar atrás a poderosos como el Manchester United o el Inter de Verón, Zanetti, Cambiasso y Samuel.
Román estuvo a un paso de la hazaña que hubiera sido eliminar al Arsenal del francés Herny y compañía. Pero erró él mismo un penal a pocos minutos del final que hubiera llevado a su equipo a una histórica e inédita final de Champion.
Se retira Juan Román Riquelme, el ídolo de los otros -porque no soy hincha de Boca-, que nos llenó los ojos a todos. La Bombonera fue como el patio de su casa. Qué bosteros son los bosteros que no lo aman. Pobres de ellos. Quién no quisiera tener un ídolo así, con tanto sentido de pertenencia, con tanto título a cuestas, celebrado así, como un niño.
Qué sonrisa la sonrisa de Román, en este mundo del fútbol donde los futbolistas necesitan sonreír a todos para caerles bien: a los sonrientes periodistas, a los sonrientes dirigentes, a los sonrientes barras.
Uno simpatiza por esos héroes, los únicos en este lío de tener que ser perfectos dentro y fuera de la cancha. Juan Román Riquelme, dentro de una cancha, fue el mejor compañero de quiénes no eran sus amigos en el vestuario. En el pasto, Riquelme fue solidario, jugó e hizo jugar y brillar a sus compañeros. Amado, odidado, celebrado y ninguneado, como un verdadero ídolo.
Para tomar dimensión, si es que se duda de que se retiró uno de los jugadores más grandes de la historia de nuestro fútbol, junto con Alonso o Bochini, haga un repaso de las declaraciones de las máximas figuras mundiales.
Gracias Román. Pobre del que no disfrutó de vos. Pobre de ellos, pobre de nosotros que no te veremos más, con la sonrisa escondida detrás de la mueca adusta con la que jugaste, como vivís. Aunque dichosos de nosotros que fuimos contemporáneos y pudimos verte, aquí y allá.
Esta mueca de tristeza será resignación, nos ganará la nostálgica y épica sensación de evocación de grandes momentos al recordar a todos los Riquelmes.
Al 10 de La Carpita, al flacucho de Argentinos, con cara de nene en la juvenil, con la camiseta de la selección dando indicaciones, con la de Boca a punto de patear un tiro libre que terminará en gol; o con la de Barcelona en el banco de suplentes, y la de Villarreal, rodeado de tipos marcándote.
U otra vez con la del 'Bicho', donde decidiste ponerle final a tu carrera, sobre el mismo pasto donde empezó todo esto, la historia que lograste escribir, para siempre.