El país de la curandera
Los que hacen de la cultura un lugar para pocos, esos carceleros de museos y academias, esos profetas de la pulcra tragedia, esos que hacen turismo por la herida y la sonrisa del pueblo, olvidan que la cultura también cura empachos, rompe maleficios, hace payés, porque aunque no salgan en las tapas de los suplementos culturales ni les otorguen el konex por su labor, las curanderas son protagonistas de la cultura popular ¿Qué hubiera sido de la formación de Favaloro sin la sabiduría de las curanderas? ¿Qué de San Juan sin la presencia de la sanadora Doña Felipa? ¡Sí! ¡La cuna del civilizador Sarmiento, tuvo como máximo referente cultural a una curandera! ¿Qué hubiera sido de tantos campesinos y puebleros, que ante la ausencia de médicos, recurrieron a las milagrosas remedieras, esas curanderas que además del cuerpo, sanan el alma?
De tantos cuentos de lugares lejanos (que tanto excitan a los referentes de la alta cultura) hemos tenido noticias de sus hechiceras, sin embargo en todos esos pequeños países que conforman este gran país tenemos a nuestras magas, las llamamos curanderas y con yuyos, masajes, oraciones y agua, efectúan curas por los diversos rincones de nuestras comarcas. Para comenzar hablar de las curanderas debemos antes mencionar a las machis. La machi, hechicera araucana, especie de puente entre el misterio y el mundo, entre lo sobrenatural y lo humano, entre la rígida medicina occidental y la sabiduría ancestral, algo así como un sol rebelde y salvaje que surge en la noche de lo establecido, como un idioma remoto que regresa para alcanzarnos una nueva manera de decir la vida: “Cume lahuen mangelan/ Quintuam mahuida meu/ Mellico lahuen” La machi cura el alma, por eso mismo, sana al cuerpo: “hoy te sacaré/ tu demonio, que te tiraron./ Vengo porque dije: Voy y al volver traigo su demonio,/ Que te tiraron/ y que te había dejado en ese estado” La machi lucha contra los espíritus maléficos, sana a través de la milenaria ceremonia llamada “Machitún” ,en la que entra en trance y diagnostica la causa del mal, y también indica su remedio correspondiente: “Te daré un buen remedio/ pues de otro modo no serìa buena machi; / buscaré en la montaña/ sólo lo hierba mellico” La música es fundamental para la tarea de la machi, ya que a través del kultrún y su retumbar cósmico ahuyenta el mal espíritu causante de la enfermedad. Se cree que la machi adquiere su don en el sueño, y si bien es sanadora, fundamentalmente es la consejera moral del pueblo: indica por dónde caminar la vida y por dónde descaminarla.
La curandera es heredera cultural de la machi, aunque su don no lo adquiere en el sueño, sino que abreva en la tradición, como cuando su abuela le enseñó ,de niña, a curar el empacho o mejor dicho, a tirar del cuerito. O cuando su madre le inculcó cómo quitar el mal de ojos, recitando la siguiente oración: “Con un ojo te han mirado /con dos ojos te han ojeado/ con tres ojos te han curado” y su tía, le explicó la manera de vencer la culebrilla. Y todas lo hicieron dejando bien en claro que el yuyo es la gran varita mágica.
La curandera es uno de los más importantes paisajes espirituales de la cultura popular, varios poetas se han encargado de pintarla en sus versos. El poeta uruguayo Fernán Silva Valdés escribió: “La curandera recita/ con los labios apretados, / un credo dicho al revés/ para que no lo oiga el diablo” El genial León Benarós hizo la biografía poética de Petronila Tejada, curandera de Azul: “Aunque no es ponderación/ ni alabarla me propongo,/ diz que curaba las fiebres;/ qué digo, hasta el chavalongo./ Y con especial virtud/ y del modo más sencillo,/ aliviaba los ardores/ que vienen del tabardillo...Con unto de tamarindo/ iba atajando ese mal,/ y bien que lo reducía,/si no era caso fatal...Una vez, me acuerdo, curó de un daño/a un paisano del Tuyú/ pasándole por la cara/ una pluma de ñandú...Así disponía, en el caso,/ la Petronila Tejada,/ curandera y comadrona,/ mujer experimentada” El autor de Adán Buenos Ayres, Leopoldo Marechal, escribió un epitafio poético para Restituta, la curandera: “Curandera por arte, vocación y malicia, la vieja Restituta/ duerme aquí (si es que duerme). /Carpía tierras en el camposanto/ y arrancaba cebollas/ de maligno semblante./ Con un sapo clavado en una higuera/ curó todos los males/ asombrosos del sur. /En su olla tiznada/ cocinó mil destinos: ataba y desataba los caballos del odio;/ sabía el arte oscuro de apagar y encender/ ese ardor forastero/ que decimos Amor” El poeta de la meseta patagónica, Elías Chucair, recupera en su obra, a doña Milagros, curandera patagónica: “Por su nombre y apellido/ seguro que ni se acuerdan.../ pero decir Doña Milagros ,/ es nombrar la curandera/ más mentada que existió/ por pagos de esta meseta...su fama fue más allá de nuestras propias fronteras” Y por supuesto, nuestro poema nacional, Martín Fierro, también la tiene presente: “Cuando el viejo cayó enfermo/ Viendo yo que se empeoraba/ Y que esperanza no daba/ De mejorarse siquiera,/Le traje una culandera/ A ver si lo mejoraba”
Algún día nombraremos patrimonio cultural a las manos de la curandera, algún día bautizaremos un viento como “plegaria de curandera”, algún día comprenderemos que mucho antes de que llegara Greenpeace para indicarnos cómo debemos cuidar el planeta, estaban las primeras ecologistas, las machis; algún día reconoceremos que la Pachamama tiene hijas dispersas por nuestros campos y comarcas, las llamamos gualicheras, remedieras, curanderas. Ellas nos recuerdan que donde acaba la ciencia, comienza la sabiduría de la naturaleza.