El oyentismo
“El papa es el representante de Jesús en la Tierra (SIC). Jesús recibía judíos, prostitutas y delincuentes. ¿Por qué el papa no va a recibir a CFK? El papa puede lavar los pies de presos en la cárcel. Me encanta el programa. Me encanta su columna”, afirmaba la oyente de Radio Mitre casi como una paráfrasis de aquella parodia que Diego Capusotto solía llamar “¿Hasta cuándo?”. El mensaje llegaba al programa de Alfredo Leuco y era leído al aire. Ni el periodista ni los que lo acompañaban en la mesa repararon que la oyente ubicaba a un mismo nivel a prostitutas, delincuentes y judíos. Lo único que importaba era asociar a CFK con grupos estigmatizados, aun cuando el comentario rebalsara de, como mínimo, antisemitismo.
“Se recuperó la imagen de Cristina en las encuestas en los últimos meses. (…) Entonces me llamaban canalla. No estoy hablando del kirchnerismo si no de una especie de anti ultrakirchnerismo. Así me decían, que soy un canalla, un hijo de puta, de todo… A mí me causa gracia porque cuando yo digo que cae en las encuestas Cristina, me aplauden. Y cuando digo que se recupera, me repudian. ¿Qué es lo que quieren? ¿Que yo oculte a los lectores, a los oyentes? Y el día de las elecciones se van a dar un golpazo”. Con esta resignación relataba sus pesares el periodista opositor Jorge Fernández Díaz, también, en Radio Mitre, y a partir de estos fragmentos obtenidos en la última semana quisiera hablar de lo que denominaré “oyentismo”.
Dado que por razones de espacio no me remontaré a las transformaciones que produjo la irrupción del oyente en radio, me centraré en la función que cumple hoy, función que va mucho más allá de ser la del representante del hombre común. Más específicamente, hay toda una línea de medios que a través de canales de participación e interacción le han otorgado al que escucha una doble funcionalidad que el implicado desconoce. Por un lado, el oyente dice lo que el medio piensa e induce pero no puede decir. En otras palabras, si un periodista avanzara en una línea de argumentación similar al del primer fragmento aquí citado, probablemente reciba el repudio de alguno de sus pares y de una buena parte de la opinión pública. En este sentido, se deja de soslayo que todos los argumentos del periodista se dirigen hacia ese punto y que el oyente esté modelado y constituido por los programas que consume. ¿Para qué? Para que resalte que el periodista no cruza ese umbral y sea visto como aquel que, en defensa de la libertad de opinión, presta el micrófono con la única intención de que la ciudadanía se exprese (siempre con indignación, claro). Algo similar sucede cuando determinados programas de TV invitan a figuras polémicas como Luis Barrionuevo o Jorge Asís. Se los invita porque van a decir las barbaridades que el periodista o el medio no se atreven a suscribir públicamente. Pero el efecto es el deseado pues la opinión (bárbara) resulta dicha y se encuentra disponible para todo aquel que consuma ese medio. Eso sí, claro: el periodista y el medio quedan “limpios” pues no fueron ellos los que la vertieron.
Pero, a su vez, el oyentismo cumple otra función, esto es, la de ubicar en el centro del espectro ideológico al periodista ultra. Dicho de otro modo, los periodistas que han profesado las opiniones más reaccionarias y han avanzado en operaciones burdas y salvajes, de repente, inventan dos polos: el ultrakirchnerismo y el anti ultrakirchnerismo. La operación es bastante simple pues si, nominando, creamos dos polos y somos críticos de ambos, naturalmente nuestra posición pasará a mediar entre ellos. Es decir, nos colocamos mágicamente “en el medio”, en una posición “sensata”, frente a los extremos, pues ser parte de un extremo tiene mala prensa y estar en el medio tiene buena prensa. No importa si desde nuestro lugar de periodistas damos forma diariamente a uno de los extremos; lo que importa es salvar el pellejo y abonar a la construcción de la criatura mientras la denunciamos.