El mar inacabable
“ Murieron 17 chicos en un naufragio en el mar Egeo. En total fallecieron 41 personas” (Titular de diarios, 22 de enero 2016). “Sólo llevaré bajo tierra, la pesadumbre de un canto inconcluso” ( Dr. Ernesto Guevara, carta a su madre en 1955, antes de ser el Che)
Caos. Sobrevivientes de guerras petrolíferas,
martirio, invasiones, sin trabajo en sus países
o con labor esclava, salarios para no subsistir,
miles de migrantes alucinan viajar lejos, lejos.
Solos bajo el cielo, fe y mochila por equipaje,
apiñados entre las voces de la noche y ebrios
de aire marino buscan una alborada: salvarse.
Flamean sus almas frente al desnudo viento,
atisban con ojos cerrados un puerto invisible
imaginado en esa devastada llanura africana,
oyen con oídos hambrientos el canto de aves
aún mudas (esperándoles) en la nueva ribera.
Sin tiempo a saber palabras en otro idioma
ni a escuchar sus pasos en un nuevo hogar
ríen y tejen fantasías para mañana, aunque
el espejismo de huir agoniza frente al miedo.
Nada poseen salvo aquella débil esperanza
al rezar danzando sobre las peligrosas olas;
cesa el hechizo de la última estrella del alba
cuando el rocío se convierte en un temporal
y los refugiados en barcazas invocan a Dios.
Sus labios sellados por una silenciosa pena
se hunden en el Mediterráneo o en el Egeo.
Perdido un futuro que jamás tendrá nombre,
caen niños a su tumba de agua: “Soñemos
que vivimos dichosos en otro tiempo y país”.
Perduran sus gritos tras cruzar tierras antes
del mar que divide como una voraz aduana.
¿Por qué tantas ilusiones no llegan a la orilla?
Si arriban surge otra mancha: la desigualdad.
Dios no te pide aceptar vivir. No hay elección.
Vida del desheredado, no serás nunca dulce.