El idioma de los argentinos y el macrismo
“Ordenaré la utilización de la lengua francesa comenzando por Piamonte, que es la provincia más cercana a Francia. Nada más eficaz para introducir las costumbres de un país en otro extranjero, como imponerle su idioma”. Napoleón Bonaparte, comentario a El Príncipe, de Maquiavelo.
Camino por la zona comercial de mi barrio del Conurbano bonaerense, no muy distinto a la Capital ni a otras ciudades del llamado Interior. “Casas más, casas menos”. Miro medio distraído las vidrieras, los negocios, los carteles, mientras me ronda la pregunta que muchos nos hacemos y le damos vueltas y siempre la respuesta nos deja insatisfechos o perplejos o con acidez: ¿cómo ha sido posible Macri?, ¿cómo ha sido posible Mauricio Macri presidiendo el país? Cruzo la calle y no sé por qué me detengo a leer el cartel de un negocito de comidas: “Delivery, Stay, Take away”. Digo que es un negocito y no es despectivo. Vende empanadas, pizzas, algo sencillo, pero el tipo quiere decir que si uno quiere se lleva las empanadas a su casa o las come sentado ahí en una de las pocas mesitas o las pide por teléfono y un pibe las lleva a domicilio. “Delivery, Stay, Take away”. Lo anuncia así. Así será.
Sigo caminando y pensando. ¿Cómo un gobierno que sigilosa pero rotundamente ha encarado el quebranto de la industria nacional, que se ha fijado como su objetivo central la destrucción del trabajo argentino, no sólo es tolerado sino que ha sido elegido en sufragios legales o, aún hoy, visto con aprobación? Marketing, manipulación de los medios de comunicación, hábil manejo de las redes sociales. Puede ser, claro. Los tipos son sagaces. En la esquina, muy bien puesto, abrieron un boliche para picar y tomar algo. Se llama “Lord Clapton”. En los toldos negros con letra blanca se lee: “Beer lounge. Legendary pub. Finger food. Wine. Live shows”. Hay algo de gente tomando cerveza y escuchando un trío. Creo que hacen música country, del sur de Estados Unidos. Uno pensaba (pero qué ingenuo) que no se iban a animar a designar al frente del Ministerio de Energía a quien hasta ayer nomás fue el gerente de la Shell, la multinacional que disputaba el mercado con nuestra empresa nacional petrolera. Welcome Aranguren y ahí fue el hombre, firme y audaz para corregir los atrasos tarifarios que, por obra de la buena fortuna y de las importaciones de gas, terminaron beneficiando a su antigua empresa. Es cierto que los colosales aumentos generan resistencias, pero ¿no se advirtió que ya en la designación de semejante cuadro (se impuso decirles CEO’S) estaba implícito este resultado? Uno me recordaba el otro día que el argumento que supone idoneidad profesional en un gerente de una multinacional, tiene más aceptación en la gente que preguntarse si esa corporación militará un interés contrario o favorable al del país. Puede ser. Pienso y camino y veo los locales medio vacíos.
Doblo en la otra esquina donde hay una zapatería desde hace unos cuantos años, que ahora vende –según se anuncia en la vidriera- “Bags & shoes”. Creo que hasta hace un tiempo no le iba mal. Ahora liquida por cierre: “50 % Off” –dice desesperada la gráfica de la puerta, o sea: vende todo a mitad de precio. Recuerdo que estoy hablando de los negocitos de un barrio, pero sus estéticas, su lengua y sus presunciones no distan de las de un gran centro comercial (de un shopping, como ya es común nombrarlos). De la zapatería me voy recordando la escasa indignación que resultó de un hecho preñado de consecuencias funestas: que el Ministerio de la Producción Nacional y la Cámara de Importadores tengan alarmantes vasos comunicantes, que sus funcionarios –desde el inicio de la nueva cartera- sean intercambiables. Era obvio que ni bien asumían abrirían letalmente las importaciones de objetos que se fabricaban en el país, dejando entre zapateros y textiles las primeras víctimas. Me estoy preguntando hasta qué punto el “ciudadano medio” –llamemos así, por ejemplo, al tipo de los negocitos de este barrio-, se formula alguna pregunta -no digo que tenga una conciencia clara de sus propios intereses-, sólo una pregunta, alguna curiosidad sobre su destino colectivo de acuerdo a sus propias decisiones, sean estas inscribir un anuncio en su vidriera o elegir un presidente, pero de esta cavilación me distrae un hombre humilde que me pregunta por dónde queda la estación de tren.
Cuando se vuelve leo en la espalda de su remera azul la inscripción “Yale University”. Allí fue el hombre nomás a tomar su tren, posiblemente sin saber qué es Yale, dónde queda esa universidad o meditar sobre la serie de consecuencias que conlleva el simple acto de la elección de esa prenda. Su pequeña silueta se recorta sobre el fondo de una enorme, de una titánica publicidad callejera, que en letras rojas arrecia con la palabra ¡OUTLET! Si uno recorre el fárrago de las calles observando las cosas con algún detenimiento, leyendo las carteleras de los comercios, escuchando “la música de fondo” de la ciudad, sintiendo ese sonido continuo y mayormente anglosajón de la radio, la televisión, los boliches, o mirando los afiches de la publicidad callejera, el sentimiento sea tal vez el de caminar una ciudad ocupada por fuerzas extranjeras que implantaron sus emblemas y sus adoratorios en cada esquina, y explorando ese sentimiento encuentre algunas pistas para contestar por qué Macri, por qué un cipayo así ya estaba preparado en la mentalidad de amplios sectores de argentinos hablados por lenguas de vocaciones imperiales.