El cuerpo de Timerman, última trinchera de la batalla por la verdad
“Quiero saber dónde se van juntando las golondrinas muertas, adónde van las cajas de fósforos usadas (…) las nieblas, la borra del café, los almanaques de otro tiempo”, se preguntaba Julio Cortázar en su poema El interrogador.
Héctor Timerman, quizás, cambiaría de inquietudes. A dónde van a parar las operaciones de prensa, las mentiras en tonel, las injurias que buscan afectar la subjetividad más íntima de una persona. “Al hígado”, tal vez respondería su cuerpo herido, levantado la mano para emitir su opinión.
La verdad, emociona la defensa que la presidenta de la Nación hizo de su canciller. Conmueve porque sus declaraciones en twitter fueron más un abrazo de compañera, que un discurso político de apoyo a uno de sus funcionarios y de justificación de sus actos de gobierno. Los 140 caracteres que permite cada mensaje en esa red social, parecen poco, pero Cristina los hace rendir y alcanzan. Hay diarios que se imprimen sobre sábanas de papel y son puras mentiras. No hay mediaciones entre la líder y su pueblo, que lee de primera mano, sin pasar por el filtro y los editores de los diarios hegemónicos, sus pareceres.
Cristina se refirió a “Héctor”, que “sufrió mucho por cómo fue tratado por cierta dirigencia comunitaria que lo llegó a agraviar calificándolo de traidor". Y añadió luego que “es judío, pero primero es argentino. Como yo, que soy católica pero primero soy argentina. ¿Y eso qué tiene que ver? Mucho, por lo menos para mí. No puede haber nada más importante que la Patria. Sin Patria no hay familia, no hay futuro. Tampoco hay memoria y mucho menos verdad y justicia. Por mí no se preocupen pero; ¿alguien se disculpará con Héctor? ¿Alguien le pedirá perdón?". Difícil, Cristina.
Como de costumbre, la misma derecha que hegemoniza la conducción política de las instituciones judías argentinas y que injurió a Timerman, sobreactuó algo que habría sido parecido al agravio. En su réplica, la DAIA calificó de “fascista” la humana defensa que la presidenta hizo de su ministro de Relaciones exteriores y Culto, porque Cristina privilegió su condición nacional antes que su credo religioso.
¿Y qué otra cosa quieren que haga? Así como Timerman es ministro del gobierno argentino y como tal debe cumplir la función constitucional de representar el interés nacional fuera del país (y no el de los ciudadanos argentinos de creencia judía ni de cualquier otra), Cristina está funcionalmente obligada a hacer lo mismo, pero recargado: todas las políticas de las carteras de su gobierno deben perseguir el mismo objetivo.
La dirigencia comunitaria judía de este país, todavía debe una explicación pública (a los ciudadanos de origen judío, pero también a los demás argentinos y argentinas, porque los atentados terroristas contra la AMIA y antes la embajada de Israel fueron crímenes contra el pueblo de la Nación Argentina), por sus tibiezas, omisiones, cuando no actos de grosera complicidad en el lacerante estado de impunidad. La DAIA, ayer apéndice del menemismo, hoy es del PRO. Y además, tampoco representa a la totalidad de los judíos argentinos, cuya mayoría no está institucionalizada en ninguna organización comunitaria. Quienes calificaron ligeramente de “traidor” a Timerman, ¿hicieron lo mismo con Rubén Beraja, procesado junto a Menem, Anzorreguy y el policía preferido de Macri, Jorge “Fino” Palacios, por encubrimiento?
El propio cuerpo es el último escenario donde se libran algunas batallas. Esas batallas son las más urgentes y definitorias, tanto que ponen en riesgo al propio cuerpo, a la propia vida, en su libramiento. Sobran testimonios de esta dramática condición en el sino de los luchadores por la libertad. El Che, Jesucristo, Agustín Tosco, Chávez. Y Néstor Kirchner también. Los dirigentes más encumbrados, con mayores responsabilidades en los hondos procesos populares de transformación, también son personas. No son semidioses inalcanzables, lejanos. Son impuros y perfectibles como su pueblo. Quizás su mejor representación. Su síntesis. Pero nada más que eso. Como cualquiera, están condenados a somatizar en sus cuerpos las alternativas de los combates que implica esa transformación.
Hay algo de épico en ese condicionante maldito, sin embargo. De tanto luchar por la vida, por la justicia, por la verdad, algunos enferman. O mueren. Sufren. Son negados hasta tres veces, por sus propios hermanos. Deben marchar al destierro, o al ostracismo, apenas acompañados por su verdad, que es la verdad de millones que no tienen cómo ni dónde decirla. Costos de la generosidad en tiempos de la cólera y la ambición. El precio de la osadía de buscar la verdad, en medio de una sociedad manipulada hasta el límite de la náusea y el autoengaño.
Timerman, sin embargo, habrá de recuperarse pronto. Por más que Clarín lo quiera “sacar de la vida” y ya no sólo de la cancillería, como dijo el propio ministro, viviremos y venceremos, como cantó el pueblo de la Venezuela Bolivariana, durante la enfermedad de su líder, y también tras su muerte. Mientras tanto, aquí, en el sur, seguimos esperando al 6 de agosto, día en que, dicen, por fin empezaría el demoradísimo juicio oral por encubrimiento a los autores, todavía desconocidos, del bombazo en la AMIA. 21 años después.