Cuando pande el cúnico
En su ley está el de arriba si hace lo que le aproveche; de sus favores sospeche hasta el mesmo que lo nombra. Siempre es dañosa la sombra del árbol que tiene leche. José Hernández
La nueva ofensiva concertada entre medios de comunicación y servicios de inteligencia empieza a mostrar algunos resultados, para lo que, previamente, fue necesario un cambio en los métodos. Así, de la grotesca operación Fariña se llegó a Báez –uno de los tantos contratistas del Estado a los que, por la propia naturaleza del delito, cuesta horrores demostrarles cohecho–, coronada además por una batería de gigantescas excavadoras comandadas por un enano, en una producción digna del circo de Marrone, pasamos a su versión triple equis: la de un corrupto, disfrazado de corrupto, vestido de negro, con casco de hombre bala y con una C de corrupto dibujada en medio del pecho, sorprendido in fraganti y con las manos en la masa. Más o menos lo que va de “Los puentes de Madison” a “Garganta profunda”.
Histeria y estupor
Esta versión hard a la que sólo le faltó la actuación estelar de Buster Keaton tuvo, además, la propiedad de refrescar la memoria de Lázaro Báez quien súbitamente recordó haber visto al juez Casanello saliendo del despacho de Cristina Kirchner en Olivos. Una jugada a tres bandas con tantas posibilidades de demostración como los cohechos de los contratistas, pero que tiene la virtud de aterrar a los ex funcionarios vinculados a la obra pública, reclutar nuevos arrepentidos y desgastar a uno de los pocos jueces que hasta el momento mostró algún grado de independencia frente a los poderes políticos, mediáticos y/o económicos.
Con no ser poco, nada de esto alcanza para disimular y, mucho menos, atenuar el enorme impacto que la brutal transferencia de ingresos hacia los sectores concentrados de la economía provoca en los bolsillos, lo que vuelve necesario demonizar todavía más al gobierno anterior, transformar los casos de corrupción del pasado en las causas del fracaso del gobierno actual y, lisa y llanamente, mentir a destajo, misión en los últimos días a cargo de los ministros Frigerio y Aranguren.
Lo curioso, por así decirlo, de todo esto es la ausencia de respuesta de las autoridades políticas del justicialismo y el Frente para la Victoria. Las desmentidas y explicaciones de técnicos y periodistas, no resultan de suficiente peso para hacer frente a una ofensiva política: ni los Panamá Papers ni el caso López, que hicieron las delicias del mundo periodístico internacional, así como las disparatadas justificaciones del aumento de tarifas brindadas por el dúo Frigerio-Aranguren merecieron la respuesta orgánica, política del FPV, que naufraga y se desintegra en una interna sin pie ni cabeza.
Es posible que los dirigentes peronistas y kirchneristas se hayan vuelto tontos de repente o que sus autoridades hayan caído en estado catatónico. A lo sumo, el presidente del PJ ensayó una verónica tan torpe que parece un daño colateral de su accidente aéreo.
Todos miran a la ex presidenta, que se mantiene en silencio, apenas roto por mensajes de texto fuera de lugar: que averigüen de donde sacó la plata López no una respuesta adecuada, por decirlo con una buena dosis de complacencia.
Ocurre que, sea quien sea el que ofrezca la explicación que hace falta, tanto para los López como para la crisis energética alucinada por Rogelio Frigerio, se torna inevitable una autocrítica a la que nadie parece dispuesto.
Me tomo cinco minutos y me hago la autocrítica
Valga una digresión: el término autocrítica tiene múltiples resonancias. Quien escribe, la escuchó por primera vez en boca de formaciones de izquierda y, en esos términos, la supone puesta en práctica durante las purgas de Stalin, los autos de fe de la Inquisición y las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Se trata de un Yo pecador formulado a los gritos y, preferentemente, al ritmo de latigazos autoinfligidos.
No la estamos usando aquí en ese sentido, sino en el de evaluar los errores del pasado para formular una nueva estrategia. Vale decir, la autocrítica que, a falta de mejores términos, aquí se menciona tiene menos de crítica que de proposición.
Hecha la aclaración, el señor José López –al igual que el señor Jaime, por cuyas malandanzas el kichnerismo pagó un costo bastante bajo– era un funcionario colocado en el lugar ideal para “hacer caja”. Báez (y Macri, Calcaterra, Caputto, Techint, Roggio y etc., etc.) son la contraparte necesaria para esa caja que, como no puede ser de otra manera, se nutre de los fondos públicos.
El sistema viene de más de un siglo atrás y ya hace décadas fue bautizado como el de la Patria Contratista. Frente a esto, es razonable que la sociedad y en mayor medida, los simpatizantes y activistas del FPV, demanden una explicación de por qué ese sistema permaneció inalterado, y de por qué se reitera la puesta en práctica de la teoría de la “subsidiariedad”, según la cual el Estado es el bobo que pone la plata y financia los negocios de los vivillos.
De igual modo, quien muestre la falsedad de las afirmaciones de Aranguren-Frigerio respecto a la carencia energética argentina, debería explicar por qué, tras doce años de gobierno “nacional y popular”, el sistema de servicios públicos sigue regido por la ley Dromi, conservándose intacto el mismo entramado de negocios consagrado por el jurista estrella de la entrega del patrimonio nacional.
¿No es oportuno, acaso, explicar y aceptar lo que los funcionarios de los últimos gobiernos jamás quisieron escuchar ni aceptar respecto a la continuidad de un sistema de servicios públicos organizado no según las necesidades nacionales ni, mucho menos, las populares, sino diseñado para mayor beneficio y prosperidad de un sector parasitario del empresariado vernáculo e internacional?
Las políticas estatizadoras del primer peronismo no surgieron de ninguna clase de manía nacionalista de Perón, sino que eran fruto de una larga experiencia de luchas nacionales por la soberanía, cuyo antecedente inmediato había sido Hipólito Yrigoyen, pero cuyo origen habría que buscarlo mucho más atrás, tal vez en los escritos económicos de Manuel Belgrano o en el Plan de Operaciones redactado por Mariano Moreno, pasando por las Cuestiones argentinas de Mariano Fragueiro.
Además de falso, resulta siempre peligroso el creer que la historia del mundo empieza cuando llegamos a él: nos veríamos una y otra vez obligados a reiniciar, siempre, el mismo camino, desde el descubrimiento del fuego en adelante.
Flores de un día
Pero si la ausencia de una voz orgánica que conteste las operaciones de inteligencia y la sarta de barbaridades que a diario dicen los funcionarios macristas obedece al temor a producir esas reflexiones y a esbozar líneas de acción diferentes a las ya recorridas, su consecuencia es el desconcierto, el pánico y la dispersión.
Trataremos de soslayar con una tautología la discusión bizantina acerca de si Cristina Fernández conduce o no el campo popular, que parece ser una línea divisoria de aguas en ese espacio: conduce el que conduce. Y más allá de que alguien lo haga, es bueno siempre recordar que, por eso de que como los soldados napoleónicos cada peronista lleva en la mochila el bastón de mariscal, la conducción es compartida entre conductores y conducidos y cabe demandar, a cualquiera, similar grado de seriedad y responsabilidad.
La ofensiva de que hablábamos al inicio parece provocar estragos entre la dirigencia y la militancia del campo nacional, desatando un “sálvese quien pueda” del que, como suele ocurrir, nadie queda a salvo. En ese plano, el “caso López” desató una cascada de ataques de histeria y “astutos” movimientos tácticos. Para seguir en la tónica del absurdo, en nombre de la unidad los diputados nacionales del Movimiento Evita se escinden del bloque del Frente para la Victoria. De igual modo, otros dirigentes y activistas califican de traición esa ruptura y parecen dispuestos a colgar de una ganchera los cadáveres de Emilio Pérsico y el Chino Navarro. Siempre en nombre de la unidad, la solidaridad y la organización, naturalmente.
Las razones que llevan a uno, dos o más diputados a separarse del bloque que integran pueden ser variadas, pero pocas tienen la seriedad que unos y otros llegan a atribuirles. El momento elegido por el Evita es ciertamente inoportuno y algunos de sus motivos tal vez sean semejantes a los que llevaron a la mayor parte de los senadores a aprobar un proyecto que, en nombre del mejoramiento de los haberes de algunos jubilados, desfinancia el sistema y pone bandera de remate a las acciones del Anses, mientras se abre un blanqueo todavía más bochornoso que los anteriores y se eliminan impuestos a la riqueza. ¿Cuál es la moneda de cambio? En algún caso, la continuidad de los contratos a las cooperativas de trabajo del Evita; en otros, la devolución del 15% de coparticipación retenido a las provincias, muchas de las cuales no tienen con qué pagar los sueldos. La devolución será en comodísimas cuotas, como para que ningún gobernador se tiente con el ejemplo de Espartaco, y muy presumiblemente el Evita se vea obligado a nuevos “gestos de buena voluntad”.
Comprendiendo las razones, se puede discutir y disentir con esas respuestas, pero sin nunca perder la perspectiva y echar todavía más leña al fuego de esa interna en la que finalmente, el único propósito de cada quien consiste en salvar la ropa.
Quién me enseñó
Seguramente a esta altura haya quedado claro para tantos analistas progresistas que insistieron en lo contrario, que existen demasiadas semejanzas entre el gobierno de Cambiemos y el de la Revolución Libertadora como para seguir haciéndose los tontos. El medio por el que arriba al poder no cambia la naturaleza de una fuerza política. De hecho, una ventaja de 700 mil votos (apenas 350 mil personas) sobre un total de 25 millones no es una diferencia que habilite a arrasar con todo y con todos, como si se tuviera a la Flota de Mar anclada frente al puerto de Buenos Aires. Sin embargo, una vez más y como siempre lo ha hecho, la derecha se pasa por los cuartos las leyes y las reglas que suele esgrimir en el llano, y su esquema general de gobierno, hasta en sus detalles, es una reproducción en la que los bandos militares de Aramburu-Rojas fueron reemplazados por los DNU de Macri-Peña, y el Plan Prebisch por las lucubraciones del trío Broda-Espert-Melconian dragoneados por los grumetes pirata Sturzenegger y Prat Gay. Lo demás, la política de alineamiento automático con la potencia hegemónica, el endeudamiento, el reingreso al FMI, la apertura de las importaciones, la desprotección de la industria, el crecimiento del desempleo, la inflación galopante, la persecución política, la pérdida de derechos laborales, no son más que una versión moderna y mucho más reaccionaria de la Revolución Libertadora.
Este es el marco en que se produce la ofensiva mediática y tiene lugar el panic attack de dirigentes y activistas que olvidan o ignoran las demás semejanzas con los años posteriores a 1955.
En esos años oscuros, de retraimiento y persecución, ocurrió que ante la defección y desconcierto de los dirigentes y la lejanía y el creciente desprestigio de Perón, fueron nuevos simpatizantes y activistas los que recuperaron el núcleo de la obra peronista, dejando de lado los serios errores técnicos y políticos, el absurdo culto a la personalidad, las tramoyas, negociados, pequeñeces y alcahuetería sistemática de tantos funcionarios pertenecientes al círculo íntimo de poder, y en no pocos casos alentados por el propio General.
Ninguna fuerza política, acrítica y seguidista, construida y conducida por medio de la administración del poder y la interpretación de la voluntad, según los casos, del líder o la jefa, puede resistir un cambio tan abrupto en la situación sin verse seriamente alterada. Y es tan comprensible la tendencia de los dirigentes a fingir que nada ha ocurrido, como la tentación a la iconoclasia por parte de quienes no ocupan ese lugar, dispuestos a tirar, cada día, un dirigente por la ventana.
Pero nada de eso, ninguno de los conflictos, disidencias y enfrentamientos, dan cuenta del estado de situación popular. La abrupta reducción del poder adquisitivo del salario, la pérdida de puestos de trabajo, la restricción del consumo, el aumento de precios y tarifas y el cierre de empresas y comercios no encuentran en ninguna fuerza política, y mucho menos en el PJ y el FPV, una cabal representación. No es nuevo, pero lo que vuelve a ocurrir es que los problemas de la sociedad van por un lado y las preocupaciones de la dirigencia y la militancia políticas deambulan por las antípodas.
Es posible que los trastornos que a veces hoy sufran notorios dirigentes kirchneristas consistan en el repudio que provocan en ciertos círculos de la sociedad. Para quien escribe, los insultos recibidos por Aníbal Fernández cuando acababa de instalarse en un asiento de primera clase de un vuelo a Londres, constituyen una cucarda, un reconocimiento que sería completo si una reacción de sentido contrario pudiera ser suscitada en los sectores populares. No hemos hecho un estudio de campo, pero más bien que no hace falta: así como los cajetillas detestan a Aníbal Fernández hasta el punto de animarse a lincharlo si el acto les resultara impune, a los pobres les importa un pito Aníbal Fernández. He ahí reflejados los alcances y los límites de esos doce años de gobierno.
Pero más allá de estos “detalles”, la vieja y ya obsoleta dirigencia del campo popular no da cuenta del real estado de la sociedad, no reflexiona acerca de las razones de su derrota política y cultural ni propone nuevos horizontes, sino que sigue desgrananándose en base a conflictos y diferencias que no tienen la menor relación con los problemas esa sociedad que pretende representar.
En la vida y en la historia, las cosas van y vienen, y nada está escrito ni atado. La manipulación informativa y cultural tienen su importancia y significación, pero finalmente prima la realidad, priman los problemas reales de las gentes de a pie, que no se resuelven con ningún cosmético ni con ninguna operación mediática o publicitaria. Pero claro, para dar cuenta de esos problemas, hay que hacerse cargo de ellos.
En todo caso, y ya que con Hernández empezamos, terminemos con él:
Mas Dios ha de permitir
que esto llegue a mejorar;
pero se ha de recordar,
para hacer bien el trabajo,
que el juego, pa calentar,
debe ir siempre por abajo.