Contramarca
Fuera de la repulsa que provocó en algunos ámbitos y las discusiones que suscitó en otros, la intervención de Felipe Solá en el segmento del programa televisivo de Gustavo Silvestre referido a la reforma laboral, da pie a algunas disquisiciones.
Sanata de sacristán
Tras unos cuantos disparatados balbuceos en su proverbial tonito plañidero de sacristán de pueblo, Solá terminó haciendo pata ancha gracias a la escasa capacidad y al nivel de prejuicio que muchos periodistas –por lo menos, los del programa, que en determinado momento parecían incapaces de distinguir un violoncello de una olla a presión– cultivan respecto a los dirigentes sindicales y al mundo gremial en general.
Más allá de la incoherencia general de su exposición, propia de un sketch cómico en el que un verdugo de la revolución francesa despreciara a la silla eléctrica por timorata y gradualista, Solá dijo algo así como que el voto de los diputados de su bancada estaría en línea con el grado de oposición a la reforma que mostrara el sindicalismo.
Fue ese el mágico momento en que los periodistas cayeron en la trampa y se abocaron a criticar a la CGT –a la que seguramente ni siquiera están afiliados– en vez de cuestionar a los diputados –que, como ciudadanos, votan cada dos años– o, con mayor justicia y precisión, a ese diputado en particular, a quien facilitaron la impostura de fingir una defensa de los trabajadores cuando lo que en realidad hacía era justificar una eventual traición.
Si el papel de los diputados en materia de legislación laboral fuera marchar detrás de la dirigencia de la CGT y votar de acuerdo a lo que la CGT hiciera tanto en la negociación como en la huelga o las mil formas de lucha callejera ¿para qué harían falta los diputados? Con que en temas como la reforma laboral se diera a los dirigentes gremiales las atribuciones que tienen los diputados, ganaríamos plata. Otro tanto podría hacerse, según los items, con otras organizaciones de la sociedad y aun del Estado: en materia de legislación educativa podrían decidir docentes y estudiantes, así como gendarmes y comisarios integrar las comisiones de seguridad de ambas cámaras.
No sería muy original, ya que, casas más casas menos, en eso consistía el corporativismo, pero tratándose de un diputado nacional lo menos que podría esperarse de él es que defendiera la importancia o, al menos, el sentido, de su laburo.
El punto en cuestión
Arrimándonos un poco más al núcleo del asunto ¿no se le ocurre al diputado Solá la posibilidad de que los sindicatos y aun la CGT necesiten de la protección que puedan brindarle los diputados que dicen estar del lado de los trabajadores? Dicho esto sin restar importancia al papel de los jueces, pero ya se sabe, el poder judicial está siendo desplumado de a poquito y sin que chille: basta con las carpetas, las presiones y las amenazas, entre las que, dicho sea al pasar, lo ocurrido con Gils Carbó merece el desprecio y la repulsa no ya hacia el multimedio como tal, como empresa e instrumento de poder, sino hacia quienes trabajan en él, vueltos ya más magnetistas que Magnetto o, en el mejor de los casos, recurriendo al argumento esgrimido en su defensa por Adolf Eichmann: son empleados, de algo tienen que vivir y finalmente, como eficientes trabajadores, se limitan a cumplir órdenes independientemente de cualquier parámetro ético o moral.
Las organizaciones gremiales y, en particular, sus dirigentes, son más débiles y más vulnerables que cualquiera de los tres poderes del Estado. Por ejemplo al paso y para no abundar, un sindicato puede perder la personería gremial que, con la aquiescencia de un ya muy disciplinado poder judicial, a esta altura depende de la discrecionalidad del ministro de Trabajo.
Los sindicatos pueden ser intervenidos, además, como ha ocurrido con el SOMU (para alegría y prosperidad de la próximamente senadora Gladys González), o tal o cual sindicalista acusado de algún delito que pudo o no haber cometido, como ha sido el caso de Medina, y aun sin proceso, ser remitido a prisión, porque si esto se le puede hacer a un diputado nacional (desde luego, con el acuerdo cómplice de la mayoría de los bloques, entre ellos y principalmente, el que integra el señor Solá), ¿qué no podrá hacérsele a un dirigente gremial?
Los sindicatos y centrales gremiales son –y nunca han sido otra cosa, en ningún lugar del mundo– organizaciones defensivas: defienden los ingresos, las condiciones de labor, los derechos, de los trabajadores. Para ir más allá se requiere de otros instrumentos –un partido político (el laborismo inglés, la socialdemocracia europea, el partido comunista en otros sitios) un ejército revolucionario (el Rojo durante las revoluciones china y soviética, el Rebelde de la revolución cubana), los movimientos nacionales en las colonias y semicolonias–, donde la organización gremial siempre funciona como retaguardia y base de sustentación: su papel y, más importante aun, su posibilidad, no consiste en lograr la liberación nacional, el socialismo o pelear por los intereses históricos de una clase, sino que consisten en la defensa de los intereses concretos de los trabajadores, no como categoría histórica o social, sino como personas de carne y hueso.
Pretender –como finge hacerlo Solá o como parecen creerlo seriamente los periodistas del mencionado programa de TV– que la CGT o los sindicatos actúen como vanguardia es, o bien una irresponsabilidad y una enorme muestra, casi un alarde, de ignorancia, o, en el caso del diputado Solá, un engañapichanga argumental destinado a hacer pasar por razonable e inevitable lo que muy presumiblemente acabe siendo una claudicación.
Tartufos
Un dirigente político y, en mayor medida, un legislador que presuma de estar del lado de los trabajadores, no puede marchar detrás, como furgón de cola de las organizaciones gremiales, de la misma manera que un ciclista se escuda detrás de un camión, sino delante, como protección y aun como vanguardia, haciendo punta y creando el espacio detrás del cual puedan marchar las organizaciones defensivas de la sociedad, entre ellas, las que organizan a los hombres según su trabajo y aun en ausencia de él.
Esto no quita responsabilidad a algunas dirigencias gremiales dispuestas a aceptar ciertos puntos de la reforma a cambio de que el ejecutivo (o dicho con mayor propiedad, el FMI y los fondos buitre) retire otros: la naturaleza del proyecto, en sus tres esferas –impositiva, laboral y previsional– es de un nivel de perversidad sin precedentes. Ninguna organización gremial debería aceptar propuestas tan regresivas como la reintroducción del trabajo esclavo en sus modernas formas de “pasantía” o de cálculo anual y no diario de la jornada laboral, o absurdos como el de “blanquear” a los precarizados a cambio de precarizar a la totalidad de los trabajadores formalmente empleados.
Al hacer hincapié en el que el sindicato es una organización defensiva, no pretendemos justificar el nivel de claudicación al que parecería dispuesta la cúpula de la CGT, pero sí puntualizar que la obligación de cualquier diputado que presuma de no estar al servicio de la plutocracia es la de proteger a las organizaciones sociales y no escudarse detrás de las imposibilidades y limitaciones, objetivas y subjetivas de la CGT, para lavarse las manos y tratar de quedar bien tanto con las víctimas como con el verdugo.