Complicando relaciones: la ambigua política presidencial respecto de la República Federativa del Brasil
El 30 de noviembre de 1985 el presidente de la Argentina, Raúl Ricardo Alfonsín, y el presidente de la República Federativa del Brasil, José Sarney, firmaron la Declaración de Foz de Iguazú, dando la piedra basal del proyecto de integración latinoamericana más importante existente hasta el presente: el Mercosur. Tal fue la importancia de este tratado que a partir del año 2004 se estableció el Día de la Amistad Argentino Brasileña como conmemoración de aquel encuentro original. El proyecto del Mercosur no era solamente una asociación de libre comercio como intentaba establecer Estados Unidos de América con su abortado proyecto del ALCA, que era una extensión del tratado que tienen en América del Norte con Canadá y con México y que prácticamente ha producido como efecto perverso la total subordinación de la política industrial mexicana a la política industrial estadounidense.
Integrado originalmente por la República Argentina, la República Federativa del Brasil, la República Oriental de Uruguay y la República del Paraguay, luego se sumaron la República Bolivariana de Venezuela y el Estado Plurinacional de Bolivia. Pero en el Mercosur, la relación central se da entre la Argentina y Brasil, por cuanto son las economías más sofisticadas y complejas que no solo dependen de exportaciones primarias, sino que tienen una base industrial relativamente desarrollada y producen tecnología que, en algunos niveles, es de punta en el mundo - por ejemplo, la industria aeronáutica brasileña o la industria de máquinas agrícolas argentina.
Pero los Estados Unidos de América han intentado en forma incansable alinear a todos los países de América con sus políticas internas, externas, y la existencia de un bloque económico sudamericano con políticas independientes siempre ha sido un obstáculo para sus proyectos, y siempre han operado mediante sus agencias de inteligencia para abortar en lo que puedan estos planes de acción.
Durante el ciclo de las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80 del siglo XX, ciclo que comenzó con el golpe contra el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende en Chile, en septiembre de 1973, los Estados Unidos pusieron en marcha al “Plan Cóndor”. Un plan en el que su Agencia Central de Inteligencia intervino activamente para reprimir todos los movimientos de protesta contra la ruptura del ciclo democrático, y contra la violación sistemática de los Derechos Humanos que se imponían en América Latina.
El nuevo ciclo democrático de América Latina, luego de la caída de las dictaduras militares, y el proyecto de generar organismos multinacionales que permitan políticas económicas y exteriores independientes, y adaptadas a las propias necesidades de los países latinoamericanos, llevó a un nuevo activismo estadounidense, esta vez ya no mediante golpes militares directos, cuyos costos empezaron a ser imposibles de mantener políticamente, sino manipulando a los gobiernos democráticos instalando candidatos afines, como el caso del actual presidente argentino, Javier Gerardo Milei.
En Brasil la CIA intervino en agosto de 2016 para ayudar en el proceso de destitución contra el segundo mandato de la presidenta Dilma Rousseff. Dicho proceso culminó con el reemplazo de Rousseff por su vicepresidente Michel Temer, quién facilitó las condiciones para una posterior campaña electoral muy agresiva que permitió que un oscuro diputado de origen militar como Jair Bolsonaro terminará siendo elegido presidente de la república federativa del Brasil.
Al mismo tiempo, se intentó cancelar la posibilidad de una candidatura política del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien finalmente fue investido presidente en las últimas elecciones presidenciales del año 2022.
Pero la Argentina, en dirección contraria, eligió un presidente que tomó como punto central, un alineamiento incondicional y total con las políticas exteriores de los Estados Unidos de América y que no ha evitado ninguna situación en la que remarque esto. Y esto lo ha llevado a una curiosa y extraña cruzada contra un comunismo inexistente, que tuvo como uno de sus episodios más estrafalarios, la acusación al presidente Luiz Inácio Lula da Silva de ser comunista. Se trata de copiar, sin cambiar una letra, la retórica del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, que caracteriza como comunista sencillamente a cualquier gobierno que quiera tener una política exterior independiente.
Pero dado que la relación entre la Argentina y Brasil es central, no sólo para la continuidad del Mercosur y de cualquier proyecto de integración en Latinoamericana que sea consistente, sino para la propia economía argentina, cuya integración económica con la economía brasileña ha sido creciente en el tiempo, particularmente en sectores claves como la industria automotriz o la industria siderúrgica, rápidamente el presidente libertario tuvo que enviar a su canciller Diana Mondino para tratar de reparar los daños causados por su verborragia no contenida.
Sin embargo, el problema no son meramente las cosas que el presidente dice, sino su posición internacional, es decir un alineamiento incondicional con los Estados Unidos de América que nos lleva a fragmentar e impedir el crecimiento de una relación sólida en el tiempo con nuestros hermanos brasileños, relación que ha superado muchos obstáculos y suspicacias, y que va en nuestro propio interés nacional, ya que la economía brasileña y su mercado interno son los más grandes de Latinoamérica (en el año 2023 el PBI de la República Federativa del Brasil fue de 2.081 billones de dólares, mientras que el PBI de la República Argentina, apenas alcanza a un cuarto de este, con un valor de 641 mil millones de dólares).
Se trata de otra lamentable asociación, totalmente inconveniente para nuestra república, con una política exterior que no es nuestra, ni nos conviene ni nos beneficia en nada, porque los estadounidenses piden adhesiones, pero no las pagan. Es así como este alineamiento saca a Argentina de su posición histórica de neutralidad, a tomar bando. ¿Será en el futuro cercano posible, asumir hipótesis de conflicto con países latinoamericanos? Ya se inventaron puntos de conflicto con Colombia, Venezuela, Chile, y Bolivia. ¿Será el siguiente en la lista Brasil?