Adicción huelguística de trenes
El gran parador de trenes de la línea Sarmiento es un adicto al paro compulsivo. Un paranomaníaco desorbitado que ajeno a todo tratamiento de curación sindical no cesa de causar estropicios sociales.
Con su melenita champán al viento y al viento también sus angurrias patronales-laborales sigue viviendo del éxito de su nicho extorsionador. Y lo explota con la eficacia del dueño de una factoría privada. Es que el gran parador serial logra plena satisfacción cuando con su grupo de tareas huelguísticas consigue que decenas de miles de pasajeros se queden haciendo señas en el andén. Y anclados en Morón, Moreno o Liniers se amontonan y conduelen desorientados, humillados y maltratados. Verlos así en trance de ira planetaria excita su corazón de izquierda celebrado por la derecha y su goce alcanza en esos momentos el cenit. “Miren cómo los jodo a todos: a los pasajeros, a los gerentes, al ministro y al Gobierno”, se dice ante el espejo del baño de una estación recién inaugurada, mientras se pasa el cepillo fino, el aerosol matizador y el cepillo ondulador por la melenita. A la vez que calcula que deberá pasearse por radios y canales de televisión en su papel de castigador del gobierno desde su presuntamente ultrajado lugar de trabajador. “Qué buen lugar- se congratula- es como un limbo ideológico libre de pecado”
Su liderazgo es innegable y mediáticamente exitoso. Cuanto más se empeña el Estado en mejorar los ferrocarriles más el gran parador serial se empecina en frenarlos. ¿Cómo lo logra con tan escasos recursos humanos-unos cientos de trabajadores agremiados- y unas decenas de conductores, boleteros, señaleros y guardabarreras que de pronto se encabritan por algo y clausuran el servicio? Lo hacen. El Estado es fácil, la democracia es todo vale y la razón es del que tiene la mano que mueve la palanca. Nadie los va a detener ni a despedir por eso; el poseído se escuda en el sindicalismo y en el significado primordial e histórico que con fundamento la sociedad le atribuye y respeta. Abusa del hábito hasta que lo ensucia; abusa de los derechos para ampararse y abusa de la locomotora ordenándole que frene en lugar de alentarla a que parta.
El gran parador de trenes es imparable. Pero alguna vez va a parar de parar.