Diario de viaje: canciones como máquina del tiempo
Nunca es el mismo recital-misa, ni aunque sea en el mismo lugar. Del pasado más dulce, exhausto y pleno vuelve uno, y vuelve con canciones. Única máquina del tiempo real las canciones.
Otra vez a un autódromo en Mendoza fuimos a correr nuestras carreras. Los de siempre y los que llevaron su suerte de principiante. Todos lobos sueltos a pastar placeres que alborotan los placeres de otros. Amantes de un tipo al que aseguran no entendemos y al que sólo celebramos y bailamos por nuestras penas y nuestra soledad.
Dicen que pagamos mucho por nuestro efímero estado de ánimo embarrado. Que si no escuchamos no nos importa. Que somos todos pajaritos bravos muchachitos. Fundamentalistas desacatados, parados al costado del camino, jodiendo sin flaquear.
Y tienen razón ¡Siempre fuimos y seremos unos drogones! Es verdad: nos tomamos todo. Tomamos lo poco o mucho que tenemos y nos vamos a donde el artista invitado invite. Tomamos las ciudades por un par de días y emulamos el carnaval y sus excesos. Nos tomamos todo, hasta de las sonrisas en el pogo final, sin payasos ni asesinos ya.
¡Extra extra!
Nuestras misas son fiestas: noticias de ayer
¡Extra extra!
Ahora resulta que somos bandas rockeras bonitas educaditas
¡Extra extra!
Ahora dicen que nuestro infierno encanta
Uno vuelve de otro show-misa del pasado y trae su máquina del tiempo, las canciones: para los pajaritos bravos muchachitos que somos, para la que toma cerveza a punto (a punto calentito) y para los que la raya que separa vida y muerte es tan angosta como su dolor.
Una canción consuelo para los que se asustan de que haya quilombito en un cielo de dos, para los que se burlan con todos sus lindos dientes y para los que pedimos temas en la radio. Para los del corazón como un hotel, los que andan en las vías sin mirar atrás, y para las que siempre juegan con fuego.
Canciones para verlo un poco con nuestros ojos, letras para todos nosotros que al fin hemos quedado en este manzanar sin lo mejor de lo mejor del amor. Y eso es cosa de Dios, que por cierto no nos quiere.
En las sienes, como borrones, quedan las banderas y tonadas de Tucumán, Salta y Mendoza. Tragos y humos de los de Azul, Santa Fe y Córdoba. Caras paraguayas, chilenas y uruguayas. Sonrisas platenses, de Tierra del Fuego, Corrientes y San Nicolás.
...y entre banderas rojas como corazones blandos ondeando nuestro vino envasado regalado así con etiqueta negra al servidor de los venenos. El 'viejo' calvo ese que nos hace explotar como bombas pequeñitas en un pogo final con los ojos bien abiertos, ciegos de felicidad.
Y termina al fin otro, y no es uno más, show-recital-misa de un par de días. Somos pajaritos pero bravos, muchachitos sin edad casi eternos adolescentes durante nuestra ceremonia. Y por tanto, adolecemos de fundamento alguno para explicar todo este crimen que resulta nuestro empalagoso show.
¡Extra extra! El que abandona no tiene premio