Probablemente, los padres de Riley Pearson, un niño de seis años, no tuvieron en cuenta aquella mañana en si el aperitivo constituía una opción saludable a la hora de preparar el almuerzo de su hijo, hecho que desencadenó en un enfrentamiento entre su escuela y su familia.


El pequeño recibió una carta de expulsión de cuatro días firmada por la dirección del centro Colnbrook, en el condado de Berkshire, al oeste de Londres, por abrir una bolsa de galletitas saladas en un momento en que los colegios británicos declararon abiertamente la guerra a la comida basura, debido a una alta tasa de sobrepeso y obesidad infantil.


Los padres de los alumnos recibieron una circular informativa a principios de año en la que se pedía la colaboración de las familias para tratar de corregir el toque de atención recibido en 2012 por los inspectores del Ofsted -Oficina de estándares de educación- respecto a la política alimentaria. Allí se exigía suprimir los dulces, el chocolate, las bebidas carbonatadas y los aperitivos salados de la bolsa del almuerzo de los niños a partir del 14 de enero.

La medida causó el rechazo por parte de la madre, Natalie Mardle, de 24 años y embarazada de su cuarto hijo, que trabaja en el cercano aeropuerto de Heathrow, desde el primer momento. "No entiendo qué derecho tienen para decidir cómo podemos dar de comer a mi hijo. No hay más que ver a Riley para comprobar que no le vendría mal coger un poco de peso", asegura Mardle.


La bolsa de comida habitual del pequeño constaba de un sándwich, un yogur y el paquetito de galletitas saladas, convertidas ahora en el centro de la discordia. "En casa come frutas y verduras, pero a mi entender una dieta equilibrada debe incluir hidratos de carbono, azúcares y grasa. No creo que se deban excluir algunos alimentos, se trata en todo caso de combinarlos mejor", señaló Mardle.


Jeremy Meek, el preceptor de la clase de Riley, aseguró que el niño había "roto sistemáticamente las reglas de la escuela" y que habían hablado del tema con los padres.