Es bizarro pero es real. O al menos lo era para nosotros los seres humanos ya que la mayoría de los mamíferos machos tienen el pene cubierto de espinas de queratina, similares a las uñas, que utilizan para desechar el esperma de otros competidores e irritar a la hembra para propiciar la ovulación. Si lo están pensando tienen razón, la frase: “¡Qué gata flora!, cuando se la ponen grita, cuando se la sacan llora”, viene de ahí. Los gatitos cuando sacan el pene de la hembra pinchan con las espinas y por eso las gatitas lloran.

Al parecer, nosotros también teníamos espinas. Bueno, no nosotros si sos mujer, nosotros si sos hombre, pero las perdimos al evolucionar. Según un estudio realizado por científicos de las universidades de Standford y Pensilvania, en Estados Unidos, y publicado en la revista Nature, esta característica desapareció en el hombre con un fragmento de ADN que se eliminó durante nuestra evolución. Además, hay quien indica que una morfología más simplificada se asocia a la monógama ya que a veces las espinas tienen tapones copulatorios que se rompen dentro de la hembra y así evitan que el semen de otros machos fecunde el óvulo. O sea, es el mear el arbolito pero del pene.

Hace unos cuantos años nuestro ADN tenía algunas ventajas sobre el del chimpancé, y en algún momento de la evolución perdimos algunas cadenas de información genética. A partir de esa hipótesis, se encontraron con 510 secciones de código perdido y seleccionaron las regiones eliminadas de ADN relacionadas con hormonas masculinas.

Y al final de la nota llegan los mejores amigos de los científicos: los ratones. Estas regiones del código que el humano hoy no tiene, se las injertaron a los pequeños roedores y descubrieron que los bichitos perdían los bigotes sensoriales, el crecimiento del cerebro y las espinas del pito. Así que agradezcamos todos a la evolución: hombres por no ser un rallador y mujeres por no padecerlo.

Fuente: National Geographic y Muy Interesante.