La imaginación, la carne y el salto al vacío
Julieta Habif cuenteó para el suplemento. Esta joven escritora se afianza a pasos firmes y en algunos cuantos párrafos se toca, lo piensa y finaliza prolija y mojada. Date un ratito, hacete un favor.
Ayer no estabas y quería contarte que miré el reloj a las 5:01 y, no pudiendo volver a conciliar el sueño, me hice una paja pensando en vos.
Me gustaría decir que no es que me hice una paja, sino que me toqué, porque pareciera que eso hacemos las mujeres. No son pajas, ninguna se masturba. Sólo nos tocamos. Es más gentil. Pero no fue así. Fue burdo y torpe y violento. Fue rápido también.
Es que venía pensándote hace rato y, bueno, por algún lado tenía que sacarte.
Imaginé, antes de empezar a jugar, que te mandaba un mensajito volviendo de una fiesta. "¿Saliste?" decía. Sin el signo de interrogación del principio, igual. Y vos me respondías que sí, pero que ya estabas en tu casa. Y yo te decía veámonos.
No sé bien por qué necesito decorar de contexto nuestra cojida. Creo que tiene que ver con que me gusta verte bajar a abrirme y saber que nos queda buena parte de la noche por delante. Además siempre estás perfumado y me agarrás la cara para darme un beso cuando me saludás.
Cuestión que te toqué el timbre y bajaste y me estampaste contra la pared de la recepción de tu edificio. Ahí empezó todo, cuando pude sentir cómo se te paraba contra mí. Tenías la lengua fría y el aliento a menta de quien se acaba de lavar los dientes. Estabas rico u otro adjetivo que ahora no me sale y ayer tampoco pensé tanto. Pero estabas rico. Como siempre. Y yo tenía ganas de vos. Como siempre.
Subimos, abriste, entramos. Todo besándonos. Ahí yo te dije que iba al baño y, por el pasillo, te grité de espaldas "no te quiero spoilear mucho pero probablemente salga desnuda". Antes de prender la luz, te miro y estás agarrándote la cara con las dos manos.
Salgo en bombacha y a un paso, sin remera, vos. Retomamos lo que habíamos pausado. Yo camino para adelante y vos para atrás hasta chocarnos con la cama. Te pensé así como 10 segundos. Para una paja, por lo menos para esa, es un montón. Pero qué lindo sos sin remera, la puta madre. Tenías la piel caliente y una capa casi imperceptible de transpiración que destrocé cuando te tiré en el colchón. Allá y acá siento a mi cuerpo desesperarse.
Se escucha que nos decimos cosas entre besos apresurados pero no se escucha qué. Es un murmullo interrumpido por labios ansiosos.
Ya acostados, me das vuelta y con una mano agarrás mis dos brazos por arriba de mi cabeza, los sostenés ahí sin que yo pueda moverlos y me chupás las tetas. Primero una suavidad provocadora y después por completo. Bajás y con la lengua marcás el camino de ida, el de vuelta eventualmente. Ya perdió el frío y la frescura de cuando nos encontramos. Ahora está saturada, como todo lo demás. Trato de desacelerar el ritmo de mis dedos, o de apretarme para calmar un poco porque sé que estoy por acabar y no quiero. No todavía.
Subís, te limpiás con (en) mi cuello y giramos. Me decís que estoy muy mojada y es verdad. Me decís que te encanta. Cogemos. Cogemos fuerte, imagino muchas poses muy rápido porque no quiero dejar de pensar en cómo me cogés pero sé que estoy a punto de.
Tres, cuatro segundos de nuestros cuerpos tensos.
Acabé pensando en que acababas conmigo.
Agitada, me limpié los dedos y me puse boca arriba. Me costó dormirme, igual, porque después pensé en que te quedabas abrazándome; pero ahí no estabas. Ayer no estabas y yo tenía ganas de vos. Como siempre.