Se invirtió la ley de gravedad
Las teorías económicas ortodoxas, en sus distintas vertientes tienen rasgos comunes.
Todas tomaron como modelo de ciencia a la ciencia empírica, en realidad la mecánica newtoniana.
Ello trae aparejado distintas consecuencias. Por un lado se postula que las leyes económicas se cumplen siempre, en todo momento y en todo lugar. Una muestra de esta concepción es la pertinaz insistencia del Fondo Monetario Internacional (un organismo que adoptó y predica una postura neoliberal) en recomendar las mismas medidas para todos los países en cualquier circunstancia. Así la desregularización de los flujos monetarios son aconsejados para Argentina, Sudán y Polonia, en momentos de gran liquidez y cuando escasean los fondos, cuando la economía crece o en medio de una fuerte recesión. Ello a pesar de que la experiencia mostró que esas medidas son totalmente perjudiciales. Cuando llegan los fondos crean una primera sensación de euforia y solidez en los sectores altos y medios pero inexorablemente perturban la situación general ya que aprecian fuertemente la moneda local con el consiguiente incentivo a la importación de productos y servicios y desalientan las exportaciones. El resultado, como bien sabemos los argentinos, es la destrucción del aparato productivo y el desequilibrio de las cuentas externas, solucionado inicialmente con el aumento de la deuda que cuando se hace insostenible provoca el movimiento contrario al inicio del proceso, es decir la salida en masa de los capitales.
Si bien la desregulación de los flujos monetarios disloca la economía cuando llegan y provocan al caos cuando se van sigue siendo preconizada no solo por los organismos internacionales de crédito sino también por los economistas ortodoxos bajo el supuesto de que la libre circulación de los factores de producción genera una mejora de la eficiencia en el sistema global. Este razonamiento adolece de dos fallas fundamentales. Por un lado, consistente con la idea de una ciencia fuera del tiempo, no tiene en cuenta las transiciones, supone que los efectos de las medidas económicas son automáticos y, por otra parte, si se trata de la libre circulación de los factores de producción debiera extenderse a todos los factores, a los máquinas, herramientas, tecnologías (en parte también propiciada) y también a la mano de obra. Pero en este caso ni los más puramente ortodoxos sugieren el libre tránsito de todas las personas de un país a otro sino que por el contrario se crean más y más barreras para impedirlo.
La concepción de la economía como una de las ciencia duras asigna un lugar privilegiado a la noción de equilibrio, dando por sentado que esa es la situación normal de los sistemas económicos que sólo excepcionalmente salen del equilibrio para volver inexorablemente a éste. Sin embargo la evidencia empírica muestra exactamente lo contrario, lo habitual es el desequilibrio de los sistemas económicos, que ocasionalmente pasan por el estado de equilibrio y requieren permanentemente políticas públicas.
Por otra parte ese modelo de ciencia supone un sentido determinista del devenir. Cuando se consideran, por ejemplo las ideas de Walt Whitman Rostow con respecto al desarrollo se percibe el sentido determinista y único del camino que deben andar todos los pueblos. En este sentido las sociedades ricas del primer mundo son puestas como modelo a copiar, sólo el mercado y la democracia liberal son metas plausibles y las etapas están predeterminadas. Para este economista la transición entre el subdesarrollo y el desarrollo se puede describir a través de cinco etapas que todos los países deben atravesar: sociedad tradicional, precondiciones para el despegue, el proceso de despegue, camino hacia la madurez y etapa de alto consumo. No se tienen en cuenta las diferencias de la naturaleza, ni la situación social, ni los valores y creencias de casa región y ni siquiera el hecho de que una nación llegue al nivel de desarrollada implica un cambio en la situación para que otra lo alcance. De hecho las naciones desarrolladas principios del siglo XXI no difieren muchos de las existentes a fines del siglo XIX. Cabe pensar si las naciones desarrolladas no son sub-desarrollantes para el resto.
El neoliberalismo propició, y con éxito en los Estados Unidos, el Reino Unido, y en muchos otros países que debían reducirse los impuestos a los ricos, flexibilizar las relaciones laborales, eliminar los subsidios, desregular los flujos financieros, adaptar las normas jurídicas para garantizar las ganancias del capital y en general hacer todo lo necesario para que los ricos fueran más ricos porque ellos generarían el crecimiento económico y que, en definitiva la riqueza automáticamente fluiría desde la cima de la pirámide social hacia abajo, sin necesidad de una intervención estatal a favor de una mejor distribución del ingreso. Es decir que se produciría un goteo o derrame que llegaría a los pobres.
Pero lo paradójico es que la ley de gravedad, ley paradigmática del modelo de ciencia al que debía aspirar la economía según quienes aconsejaban esas políticas ha sido violada precisamente por la aplicación de las ideas pregonadas por el neoliberalismo. Así se produjo el hecho de que el goteo o derrame que debía beneficiar a los más necesitados se produjo en forma inversa, se beneficiaron los de la cima de la pirámide y se perjudicaron los de la base.
Si tomamos el caso de Estados Unidos donde a partir de Reagan se aplicaron con rigor las políticas neoliberales vemos que del crecimiento total de la economía producido desde ese momento el 60 % fue a parar a las arcas del 1 % de los más ricos y que los más pobres perdieron valor adquisitivos en los últimos 30 años.
La experiencia Argentina es también clara en ese sentido: en los dos períodos en que se aplicaron esas políticas (durante la dictadura y en la década de 1990) si bien se produjeron algunos años de crecimiento del PBI la situación del 50 % más pobre se deterioró ostensiblemente.
La conclusión es clara: ¿hacia dónde se derramó el crecimiento? Hacia arriba.