Sobre la tribuna y sus tiburones
En la segunda entrega de #CuentosPermitidos, el 'Negro' Ariel Prat -músico, poeta y murguero-, nos convida de sus experiencias como letrista de la barra de River.
Ariel Prat es músico, poeta y murguero, su primer libro de poesías "Curiosidad y azar" se cruzó en su camino músical solista y su participación en discos y shows de bandas como Bersuit Vergarabat -él se define como el sexto integrante-, León Gieco, La China, La Chilinga y Juan Carlos Cáceres. Este relato está incluido en 'Batata Negra' su último libro.
De mis tiempos de tablón.
Los "arrebatadores" tribuneros, eran llamados "los ganas". Cuando salían de arrebato a eso le decían ellos mismos "soguear" y/o "cortar", según eran: cadenitas de oro y afines o relojes, en ese orden.
Los "punguistas" clásicos, que a veces laburaban en solitario, aprovechaban el amontonamiento en las bocas de acceso y en las avalanchas, su trabajo consistía en manejar bien sus "ganchos"(dedos),"bolsiqueando" y "apurando" a los giles, con carpa y maestría, eso sí.
Ambas clases de actividad eran ejercidas por "los José", así se los denominaba “familiarmente” en el ámbito de mi equipo por ejemplo, cuando yo paraba.
Los primeros nombrados oportunamente arriba, iban en grupo o patota y a menudo eran incontrolables a la propia jefatura de la barra. No todos vivían de eso; entre ellos aparecían ocasionales por "dinámica callejera", digamos. Otros solo probaban su status ante los compinches y compadres de parada.
En la tribuna, a veces salían solos, mientras "la gilada" (la gente menos avisada y descuidada que va a mirar el partido tranquila) estaba en lo suyo y actuaban. Pero a veces pintaba "mancada" y se equivocaban sogueando la cadenita de oro de algún ex capo de la misma barra o un allegado respetado por la misma, o incluso algún "rocho" de pro.
Ahí se pudría todo y se armaban esas peleas que a la mayoría de la gente en el estadio le causaba asombro y porque no, algo de morbo que entretenía, quedando ese típico claro en medio de la tribuna y mucha gente pegándose golpes, rodando escalones abajo espectacularmente. Más de uno no sabía en la barra ni a quién ni por qué, como en mi caso, pero "¡vamo a darle!".
Cuando la cosa no dio para más y la barra cambió de conducción, pudo pasar que según la orientación y el origen de los flamantes capos, se los corriera a los bichos estos; entonces se vinieron en ciernes otros combates, que a veces fueron más allá de la tribuna. Algunos se abrieron de la barra prudentemente, otros dieron pelea, agrupados lejos del centro de la tribuna, aunque esto acarreó "ajustes" de tanto en tanto, hasta que surgió un pacto entre ambos bandos y todo volvió a la tranquilidad.
Los que no eran hinchas de verdad, apenas delincuentes sin colores, se fueron silbando bajito a intentar "copar" una tribuna de otro equipo, con suerte y demostrando tener aguante suficiente, contando también con un socio local y natural que les dio el visto bueno. Sobre todo, pudo ser el desembarco, aportando un conocimiento esencial a la barra del “nuevo club”, al llegar el día en que el equipo se enfrentó al que ellos pertenecían antes, entonces estos "desterrados del tablón", aprovecharon para intentar la clásica "vendetta" en el posible enfrentamiento antes o después del partido, en ese partido aparte de la calle.
Algunos motivos de lealtades y traiciones que tal vez no sean tan pasados de moda en las intimidades del tablón perdido, visto lo visto.
Ahora cuando voy me ubico en una platea. A pesar de ello y de todo lo que pasó en el medio, cuando mi mirada lleva otro color, la cabeza lleva otros muebles y las chapas volaron, me asomo a la popular y mis ojos panean la escena con la sabiduría de un marchante.
Cuento trapos, bombos murgueros, quienes y cuantos se suben a los fierros, si reconozco a alguno todavía, echo una ojeada a los de enfrente, mido… con la fuerza de la costumbre, como la que lo lleva el pintor de paredes cuando entra en una casa de invitado por primera vez pero que casi imperceptiblemente, roza acariciando con las manos la superficie de la primera pared que encuentra, inspeccionando nomás, a puro instinto.