Es difícil de explicar. Despierta la admiración de millones de personas, algunas de ellas no lo vieron patear una pelota. Lo conocieron por sus explosiones mediáticas, o por su paso errático como DT de la Seleccion Argentina. Son 53 años de una leyenda. A veces destratada, vapuleada y hasta golpeada por un sinfín de mediocres que se alimentan de la desgracia ajena.

Todo le costó el doble a él: su infancia, su gloria, su vida, sus perdiciones…

Él puso la vara más alta, la elevó a niveles insospechados. Todo aquel que quiera ser alguien en el mundo del fútbol inevitablemente deberá medirse con Diego. A veces surgen competidores y es ahí cuando comienzan a buscarlo. A él, a sus enojos, sus formas, sus berrinches, su pasado y sus miserias. Esas que tenemos todos, que escondemos, que nos hacen sentir débiles, personas de carne y hueso (aunque no tenga nada de malo serlo, nos asusta el hecho de solo pensar que somos mortales).

Muchas veces me enojé por actitudes o por dichos de Diego. Debe ser difícil vivir siempre bajo la lupa, con gente que busca cualquier detalle para denigrarte.

En fin, no me imagino lo que pasa por la cabeza de un genio del fútbol como no hubo ni habrá otro. Sería un lindo ejercicio sufrir los acosos que sufre, ponerse un rato en su piel a modo de ofrenda por, a veces, no comprenderlo. No entendemos que el es uno más de nosotros, y eso lo hace el más distinto.

Por su origen, por su personalidad, por sus hazañas, por sus peleas diarias contra él mismo, es y será único. Es el verdadero ídolo, el que es transparente, auténtico y se muestra como uno de nosotros. Es difícil de explicar pero me hubiese gustado ser Maradona por un día, con todo lo que eso implica.