Me rasco la cabeza, miro para un lado y para el otro, y pienso: ¿cómo se nos puede llenar el mundo de preguntas de un domingo para el otro? En siete días pasamos de ser un equipo renovado y con aspiraciones de campeonato a uno que ante el mínimo golpe se cae a pedazos.

Ante un muy humilde Colón volvimos a ser el mismo equipo del desastroso semestre pasado: sin actitud, ni carácter, ni peso, timorato e inseguro. River es un equipo que sufre cambios abruptos y profundos. En estas cuatro fechas quedó demostrado. Ahora, ¿es culpa del técnico o de los jugadores?

Al finalizar el encuentro, Ramón Díaz disparó: "El equipo no jugó, ni presionó, ni tuvo dinámica. Para jugar con esta camiseta hay que dar más". Clarito, ¿no?

Lo que queda fuera de discusión es la muy discutible decisión táctica de presentar una defensa inédita. Cabrera -debutante-, Pezzella y Funes Mori. Para jugar con línea de tres, los defensores deben ser rápidos, intuitivos, seguros y en lo posible que tengan más de cien partidos en Primera entre todos ellos. Así nos fue. El rival atacó cinco veces y nos metió tres goles.

Los volantes externos volvieron a tener otro deslucido partido, no influyeron ni en ataque ni en defensa. A su vez, el equipo no los aprovecha ni encuentra la forma de explotarlos.

Ponzio sigue en un pozo muy profundo del que no puede salir, y para colmo Kranevitter no estará en el clásico ante San Lorenzo.

Lo muy poco rescatable de esta nueva dolorosa derrota es Manuel Lanzini. El volante siempre encaró, generó ilusión y peligro. Para destacar, en el gol le cedió una fantástica asistencia a Cavenaghi.

A propósito de ello, se le venía pidiendo goles a los delanteros y el capitán marcó dos seguidos. Para su desgracia, ninguno sirvió para sumar puntos. A nuestro favor, está que dentro del área el 'Torito' sigue exhibiendo su jerarquía.

¿Qué será de la vida de este River? La única que le queda es cambiar la actitud y afinar mucho la faceta futbolística y conceptual. O de lo contrario, todos se hundirán en el mismo barco.