El partido entre Lanús y Arsenal del último viernes en La Fortaleza dejó unas lindas aristas para detenerse, estudiarlas y debatirlas y sacar conclusiones.

Lo más grueso por supuesto; es lo que tuvo que ver con los fallos arbitrales de Andrés Merlos. De ahí se desprende el velo que cubría uno de los misterios del arbitraje en el fútbol: el tiempo adicionado al reglamentario.

Algo que, debiera ser inequívoco (nada más concreto que un lapso), digo, cinco minutos son cinco espacios de tiempo de 60 segundos, es decir 300 segundos, y así seguiríamos diciendo verdades irrefutables, se transforma en un dolor de huevos que te la voglio dire.

A veces un caso ejemplo es importante para que, desde todos los costados que tiene el deporte, en este caso el fútbol, podamos ayudar en algo a la comprensión del juego y de las situaciones de las que somos espectadores.

Los árbitros determinan una cantidad de tiempo mínimo de juego extra.

Los puristas del reglamento podrán decir que esto siempre fue así; pero también hay que decir que los puristas no son tantos como los entusiastas del reglamento, son menos que los básicos, y bastante menos que los directamente ignorantes.

Esto, entonces, debiera transmitirse con un “Iremos entonces COMO MÍNIMO hasta el minuto 49” si es que el árbitro en cuestión adiciona 4 minutos. Hasta allí el piso y después vemos.

Aparece también, aunque en menor medida y con coartada, la frustración de los jugadores y cuerpo técnico de Arsenal a no haber podido sobreponerse a una situación de adversidad máxima. Se me ocurrió pensar en que  debe pasar por la cabeza de quién tiene a su papá, su novio, su marido, su amante, su hijo, su lo que sea; árbitro de fútbol y que es corrido, ante un error groserísimo que tendrá repercusión en el trabajo y probablemente en los bolsillos de los damnificados, por 30 tipos que solo quieren pegarle mientras lo pasan por televisión. Pensé en la familia de Merlos. Y me sentí terriblemente hipócrita. Porque está claro que todos los equipos y cuerpos técnicos de 1ra división A hubieran reaccionado de la misma forma que lo hicieran los de Arsenal. El ejercicio de no justificar, no necesariamente significa que ante una situación semejante se reaccione con frialdad y astucia, sino que la no justificación desde la crítica, a la reacción violenta, tiene que ver con una cadena de gente que pueda pensar en frío cuando mi cabeza esté caliente. Nunca, en la historia del fútbol, un grupo de jugadores que hayan ido en masa a lapidar con éxito un árbitro, ha podido regresar al campo de juego a reanudar las acciones como si nada.

También se podrá elegir un camino más extremo, justificar todas las reacciones, y enviar al destierro a todos aquellos cuyos actos perjudiquen intereses aliados y ajenos. De ser así, debo prepararme para partir.

Ojalá tengamos todos una buena semana.