El día que se presentó Estrógenos (Galerna, 2016) no fueron pocos los hombres del público que se removieron en sus sillas cuando la autora, Leticia Martín, contó cómo el personaje- que lleva justamente su apellido por nombre- quedó embarazado y parió un feto de tres meses por la punta de su pene. 

Un parto peneano que despertó fantasías caprichosas, impresiones, tabúes, temores y que hizo que la novela se volviera toda una curiosidad en el ámbito literario local. Pero creer que Estrógenos es solo eso es injusto y de una lectura de carácter liviana y  necia. Otro de los focos en lo que se enmarcaron comentarios y críticas fue el de la cuestión de los géneros y cómo la escritora- autora de El Gusto (2012), entre otros- buscó "poner a los hombres en el lugar de las mujeres".

La autora rompe barreras corporales y mentales al proyectar una sociedad en la que los hombres - gracias a los avances tecnológicos- pueden alterar sus cuerpos y soportar un embarazo de tres meses, parir por su pene y que la gestación finalice en incubadoras especiales. Pero es una verdad a medias, ya que Estrógenos no es una novela sobre géneros igualados forzadamente sino sobre las libertades; y ahí está la riqueza de su escritura y posición política. 

"A veces pienso que la ideología política tiene mucho que ver con la dirección en la que acostumbramos acomodar la verga". Con una prosa rápida donde los personajes se presentan por sus relaciones y pensamientos, conocemos la historia del publicista Martín en pareja con Cecilia, que quiere tener un hijo, pero ella- como ocurrió con su madre- no desea embarazarse sino que espera que lo haga él. Así se inicia una secuencia de toma de decisiones en un mundo que no es éste pero que no deja de parecerse. Una Buenos Aires con calles y barrios que siguen en pie donde el agua invadió gran parte del planeta, donde el trabajo sigue siendo una preocupación que la tecnología- que superó el temor de convertirse en el mero brazo del hombre- no logró resolver. Una sociedad donde se debate si el ser humano debe o no continuar como especie y en la que la naturaleza empieza a perder su margen de acción. 

Leticia Martin polemiza sobre las libertades del mundo de la información, los derechos, las obligaciones, el aborto, la pornografía, la justicia y en especial sobre cómo el tentáculo anulador de lo políticamente correcto cierra debates que no fueron agotados. Escribir sobre las libertades siempre es político y Estrógenos no esquiva esa revolución. 

— En Estrógenos los hombres pueden ser embarazados, eso es un sorprendente hecho, sin embargo empecemos hablando del contexto que creaste para esta novela en la que el transhumanismo de un nuevo siglo desafía los tabúes; un contexto en el que hay una atmósfera táctil que recorre todo el tiempo las formas de desenvolverse de los personajes ¿Cómo fue trabajar ese ambiente tecnológico y social para la posibilidad de un hombre embarazado?

— Trabajé la idea de un futuro cercano, donde cada vez hay menos tierra y más agua, más calor. Donde los continentes se convierten en islas y las asociaciones políticas cambian. Ya no hay Mercosur en Estrógenos, sino Euramérica. El sueño argentino hecho realidad. Somos, por fin, el primer mundo. Tanto lo somos que nos metimos hasta en el nombre del “nuevo continente insular”. Somos un mismo continente, tenemos una misma vía de conexión digital. Las demás islas están en contacto con Euramérica, pero de modo más esporádico. Además, la tecnología no se detiene y las pantallas conforman el ecosistema predominante del “mujer” post-postmoderno. Pero lo que más me interesó contar acerca de ese futuro no fue tanto el avance maquínico como la relación del hombre con esos avances, el modo en que los cuerpos se prestaban a las diversas intervenciones y, también, el modo en que el Estado avanzaba sobre él. Creo que logré abrir el relato a una serie de preguntas acerca de cómo se verá modificada la capacidad de recordar futura, en relación al avance del registro de la experiencia que plantean fotos y vídeos en la actualidad. Todo pasará por una cámara y todo estará registrado y se podría consultar desde el Nit, lo que indefectiblemente modificará nuestra relación con el pasado y con la memoria.

— No se le escapa al lector que cuando desarrollás la idea de la red Nit muchas palabras como moNIToreo, por ejemplo, recuerdan a esa unidad de información o entropía (también llamada nat) y con la que unís trama, personajes, sentimientos ¿el Nit es otra idea de Matrix?

— Sí, el Nit es el espacio virtual donde cada ser puede encontrarse con otros seres virtuales. Mi idea fue la siguiente: hoy nuestros datos están dispersos en la web. Todos cedimos cantidades de informaciones que hacen a nuestra identidad y éstas informaciones están dispersas, como el sujeto, que navega por los distintos perfiles de su persona, que a su vez fragmentan la unidad del sujeto y que son sugeridos por la propia forma magmática de internet. En mi futuro somos entidades corporales y a la vez virtuales que nos movemos tanto por la geografía territorial como por el Nit, interactuando con los otros, pero siendo, nuevamente, unidades integradas. La idea de que en el futuro la virtualidad se cuela en cada aspecto que hace a la subjetividad de las personas me llevó a largos debates con Martín Felipe Castagnet, con quién finalmente acordé la utilización de ese recurso estético de señalar que el Nit iba a estar colado en cada palabra que contuviera esa sigla. Es casi un chiste, y no todos los lectores lo agarran, pero a nosotros nos pareció un recurso formal novedoso.

— A partir de la lógica de los continuistas y los extincionistas no sólo apuntás a una reflexión del estilo malthusiana sino que vas más allá y avanzás sobre las libertades que  en ese futuro empiezan a exceder la cuestión del género ¿Cómo afectaron en tu escritura los recientes debates feministas? Como por ejemplo, cuando invertís roles y contás que el padre de Cecilia presentó el primer proyecto de igualdad de género en el ámbito hogareño...

— Los debates feministas son centrales para la lectura de esta novela, si bien no imprescindibles. Como en todo texto, los sentidos están abiertos a una cantidad infinita de posibles interpretaciones. Pero, desde el lugar de la enunciación, sí existió una búsqueda deliberada de poner en tensión ciertas cuestiones que plantea el avance de la mujer en la conquista de derechos en el ámbitos laboral y político. Cuestiones que ya tienen efectos y que, a futuro, irán modificando todavía más nuestras concepciones del mundo y de la vida.

— Otro de los temas que tocás –además de reflexionar sobre la decisión de tener un hijo– es el aborto. No sólo Martín lo contempla en algún momento; incluso vos usás el término “abortar” varias veces para referirte a proyectos del trabajo de tu personaje y desarrollás la idea del ciudadano prenatal; ¿puede leerse como un triunfo irónico tecno-religioso avalado por ese Estado futuro?

— Mi idea fue marcar que así como el Estado avanza en su intervención sobre los cuerpos y la construcción de las subjetividades –invitándolos a consumir y adiestrarse para responder a las necesidades del mercado– del mismo el Estado Continuista se ocupa de sostener la vida, en modernas incubadoras, luego de tres meses de gestación en el cuerpo masculino. Obviamente el Estado Extincionista se opone a esto, y por eso se desata en la novela todo lo que se desata, gesto que genera, a mi juicio, una serie de preguntas en relación a nuestra actitud pasiva frente al modo en que las tan defendidas “libertades individuales” han sido desplazadas. Hoy, y en el futuro, no se debaten las asimetrías en términos de clase, o la cristalización de las desigualdades –¿por qué alguien tiene la fortuna que tiene,?¿ por qué alguien vive la esclavitud que vive?– sino que discutimos temas casi decorativos, o estéticos, y nos movilizamos más por causas de “corrección política” que de ampliación de libertades individuales. Importa más que algo pueda tener su apariencia virtual, y la información adherida que le corresponde, que pensar la posibilidad real de ese ser. Algo así como que: “importa más la apariencia de la foto de una cena en Instagram, que el sabor de esa cena”.

— Otro de los puntos claves que circulan en la trama es la falta de información desde distintas áreas, como por ejemplo la violencia obstétrica, los derechos sobre la imagen de los niños en gestación, lo que un padre decide contarle a un hijo... "¿De qué sirve tener datos que no pueden circular?"; ¿esa sociedad del futuro que creaste sigue siendo una sociedad de la información?

— Sí, más que nunca. La sociedad de la imagen y la sociedad de la información llevadas a su máxima expresión. Todo se puede ver, rebobinar, revisar, comprobar, todo está escrito, todo circula, todo nos hace todavía más esclavos. Ahí el aire pesimista y distópico que leen algunos.

— Además de escritora estás vinculada al mundo del discurso publicitario y en la novela hay pequeños atisbos ensayísticos sobre ese universo de ideas, ideologías y ventas. ¿Cómo fue trasladar esos conocimientos a la voz de Martín?

— Liberador. Catártico. Bastante estúpido, también.

— Otro de los tópicos que abordás es la pornografía y la necesidad del goce; incluso reflexionás sobre la posibilidad de encontrar ese "segundo realista" que exceda meramente a lo mecánico y a la venta ¿te interesa abordar el tema más extenso en próximas escrituras?

— Puede ser. Nuestra relación con la pornografía cambió y hay mucho para pensar e investigar ahí. Uno se queda en los temas que lo calientan y termina escribiendo sobre eso en lo que quiere estar. Hoy me interesa un poco más entender por qué amamos, qué buscamos cuando amamos, por qué amamos lo inasible, si amar es realista o es solo una ilusión. Pero probablemente alguna vez escriba sobre pornografía. Quizá el día que derribe al zombie platónico que reaparece cada tanto.

— Esta es tu segunda novela y además escribís de manera permanente en diversos medios y publicaciones digitales; también hacés crítica literaria ¿Cómo es estar del otro lado cuando alguien lee y reseña tus textos?

— Debe haber pocas cosas más agradables en la vida que la lectura que un otro, cualquiera sea, haga del texto de uno. Un orgasmo. Una tarde en bicicleta cerca del río. No muchas cosas más. Buena o mala, la crítica expone un trabajo intelectual sobre aquello que uno ha generado. Muestra un interés. Vence a la inanición del sujeto que mira tele, Netflix, cine. No es fácil que alguien nos lea. Una crítica también dice: “le ganaste a todo, nena. Venciste a facebook por un rato, a Twitter, a Instagram, a Youtube”. Soy He-Man cuando alguien me dice: “leí tu libro”. Demás está aclarar que el ejercicio de la crítica –lejos de alimentar el pesimismo u opacar al entusiasmo– pone en acto y baja a tierra pensamientos que antes habitaban el mundo de las ideas. Plasmar pensamientos es materializar algo, producir sentido, ejercer el criterio, pensar, interpretar, tener voz, y una larga lista más de cosas, todas constructivas. Negar la importancia de la crítica es meter la cabeza en un agujero, debajo de la tierra, como el estúpido del avestruz.

"Estrógenos" de Leticia Martin

Novela, 2016

Galerna, narrativa contemporánea

190 páginas