La fábula autobiográfica marcada
“La máquina de proyectar sueños” (Interzona, 2016) de Cecilia Szperling invita a una lectura de capas veladas entre lo que fue, lo que pudo ser y el vacío entre ambos.
“…A veces esa marca no es en el papel si no en el tiempo, esa lectura que corta esa espera en dos, que transforma ese tiempo muerto en la entrega a la imaginación o hasta la toma de una decisión cuando la lectura nos deja vernos como en un espejo”, reflexionaba Cecilia Szperling a la hora de pensar en el ciclo Libro Marcado que creó, y que cura desde hace varios años, junto con los encuentros Lecturas+Música y Confesionario en radio.
Y es esa posición de la autora, ante una lectura siempre introspectiva, la que se cuela apenas se abre su última novela "La máquina de proyectar sueños" (Interzona, 2016). Szperling la presenta como una "fábula autobiográfica" e inmediatamente genera en el lector la necesidad de entrar en el juego de encontrar las marcas que dividen las aguas entre lo personal y esas pequeñas enseñanzas literarias cubiertas de ficción.
Como en Aira y su "Yo era una niña de siete años" pero todavía mucho más como en esa prosa tan de contacto con los clásicos de Poldy Bird; Szperling inicia una narración que trabaja desde lo onírico y aspiracional en un mundo femenino que va mutando a veces de manera fluida otras de forma áspera y dolorosa como la historia del capataz que obligó a su hijo a pegarle un tiro a un perro policía que habían criado.
Una nena que empieza ese lento e inexorable camino hacia la pubertad donde sus hermanas, padre y madre conforman un círculo de protección pero al mismo tiempo de creación de exigencias y miedos personales. Un sistema de relaciones donde la literatura funciona como marca propia para la autora que avanza con vívidas imágenes y sensaciones para luego mezclarlas con cierta posición ingenua y de necesidades que funciona en el marco de la voz que narra.
Con una prosa- que no escapa al giro poético- que se debate entre un leve ascetismo que evita ciertos nombres y el abuso de diálogos, e imágenes que surten efecto inmediato como "La lava alquímica color verde turquesa tornasolado combustionó" o "Me quedo con un aura de acuerdo, de entendimiento, como si Madre hubiese terminado nuestra charla con la frase No ves que somos iguales, flotando en el techo del vagón de tren cafetería"; Szperling maneja un ritmo con vaivenes para desarrollar la historia donde la llegada de un bebé, una vecina en tetas fumando cigarrillos, el laboratorio de Madre, los cambios en el trabajo de Padre, un beso, una insolación, cuerpos que se acercan o un peculiar niño en un estanque pueden alterar un mundo de percepciones tanto para el personaje como para el lector.
La novela funciona como una proyección en la que la desilusión con los seres queridos juega un fuerte papel en la conformación de la voz y psiquis de la narradora que siempre se muestra honesta consigo misma. No teme herir a su Madre y reemplazarla o competir con sus hermanas ya que son las pulsiones las que la movilizan y todavía hay lugar constante para la prueba y el error sentimental.
“La máquina de proyectar sueños” tiene un progreso estructurado por capítulos, que muchas veces lo que hacen es agrupar anécdotas y situaciones de manera eficaz para crear una atmósfera continua, y un epílogo "sin oxígeno" en el que personaje y autora se unen en la necesidad de escribir; la de narrar una novela para exorcizar el duelo de saber que se está creciendo en un mundo donde no todo es literal.
La máquina de proyectar sueños
Fábula autobiográfica
de Cecilia Szperling
Interzona, 2016
176 p.