Esteban Castromán: "Nada más sci-fi que un eslogan publicitario"
En su última novela, "La cuarta dimensión del signo", el escritor, gestor y editor entrecruza la experiencia personal, sus estudios en la carrera de Ciencias de la Comunicación y su staccato narrativo.
"¡MATALOS A TODOS !" escribe Castroman en el capítulo asterisco que acompaña a las tres partes en la que está estructurada la novela La cuarta dimensión del signo ( Alto Pogo, 2016). El personaje de esta historia es un profesor de semiótica que busca trascender la teoría del Charles Sander Peirce, padre de la ciencia de los signos, pensada como el marco para una teoría del conocimiento.
El titular de la Carrera de Comunicación, en la Universidad de Buenos Aires, espera "expandir las posibilidades de sentido" y avanzar sobre la lógica peirceana del "objeto o signo en sí, lo que representa ese signo y su interpretación" hacia una cuarta dimensión "la experiencia". Una teorización que lo llevará a enfrentarse con un grupo llamado Los Digitales y que desencadenará una seguidilla de asesinatos que funcionan como tira y afloje en las tensiones de la trama que reflexiona sobre la contradictoria idea de las múltiples caras de la literalidad.
Castromán, una vez más, apuesta a la escritura de puntuación ágil en la que se mezclan observaciones precisas de hábitos y consumos que muchas veces pierden fuerza en verosimilitud- el personaje que todo lo puede- pero ganan en el disfrute en la lectura con bellas imágenes. Hay un regurgite del autor de su paso por la carrera de Sociales en la que un simple eslogan de una puerta blindada "Más duras que la realidad", vendidas por la mujer del profesor, adquiere peso simbólico como proceso narrado.
"Experiencia es el verdadero comodín aspiracional de nuestra época", escribe Castromán en la voz de este profesor de semiótica que se burla y al mismo tiempo da cuenta de esa necesidad de la gramática de la carne. La pornografía es su ejemplo y la desmaterialización su contracara.
La tercera parte de la novela vuelve a abrir interrogantes y a intentar saciar- con menor fortuna- el monólogo teórico de una historia en la que la experiencia conduce a la muerte como instinto teórico.
—Al igual que tu novela anterior (el alud en Brasil mientras vacacionabas) tomaste un hecho de tu propia experiencia (una charla con un amigo) como disparador para La cuarta dimensión… ¿Cómo fue el proceso para trabajar otra vez un relato desde tu persona?
— Todo siempre se pone en marcha a partir de la propia experiencia. En El Alud (Mansalva, 2014) fue el tedio bajo el sol, una obsesión poco distinguible, algún recuerdo que regresó transformado. En este libro, fue la conversación con un amigo en una terraza al atardecer donde surgió a modo de chifladura la posibilidad de mezclar universos paralelos que rara vez se juntan: la médula rancia de la academia con el espamento alienante de los cursos de inducción empresariales, cierto tipo de melancolía violenta con el sistema piramidal de ventas.
— Generalmente en tus textos jugás con los bordes entre el realismo y la sci-fi; sin embargo en esta novela te apropiás de un eslogan de una publicidad de puertas blindadas muy identificable ¿por qué esa elección tan puntual?; ¿tomaste algún caso policial real?
— Nada más sci-fi que un eslogan publicitario. Y para escribir esta historia no tomé ningún caso policial real, sino aquella potencia implícita que un anuncio de puertas blindadas es capaz de irradiar desde su promesa.
— En la novela hay un catálogo de asesinatos y sin embargo no llega a transformarse del todo en un policial ya que lo teórico/ ensayístico invade esa violencia transformándola en una clase universitaria para el lector ¿sentís que es así?
— No lo había pensado así, pero bien podría ser la pesadilla científica de un relato policial o viceversa.
— El lenguaje es un elemento clave en la novela desde su análisis pero también desde las formas que adquiere donde ponés en juego la desmaterialización y lo digital ¿qué ideas, lecturas, charlas (pienso en tu vínculo con Zona Futuro donde se trabaja ese tema) actuaron como catalizadores?
— Supongo que la semiótica es una de las disciplinas que mejor encuadra en la lógica de esta época. De repente, todos nos transformamos en analistas de medios y discursos públicos, un comentarismo deportivo y baja línea en foros, redes sociales y periódicos online. Por otro lado, en la novela hay un grupo de terrorismo amateur cuyo gesto ideológico desprecia a la especie humana, escondido tras voluntad tecnofílica y fe ciega en el progreso que persiste desde la revolución industrial. La literatura podría ser una salida de emergencia hacia un paraíso artificial donde pasar el tiempo.
— Más de una vez te definiste como un ansioso y obsesivo ¿qué tanto hay de la estructura del pensamiento del personaje profesor de Semiótica en tu forma de contar la historia?
— La estructura de pensamiento del personaje es un híbrido entre dos Charlies: por un lado, Charles Sanders Peirce, lógico estadounidense considerado el padre de la semiótica moderna, y por otro, Charles Bronson, actor estadounidense de origen lituano que protagonizó la clásica saga de películas El vengador anónimo. Porque la principal motivación para transformar su vida gris en la de un asesino serial es el impulso de venganza a partir de una promesa publicitaria no cumplida: una revancha sígnica.
— Además de escritor sos editor en clase Turista ¿también aplicás esa experiencia a tus textos o los dejás en manos del responsable del sello que te publica y separás roles?
— Prefiero confiar en el criterio del editor del sello y trabajar el texto en función de sus consideraciones.
— Generalmente trabajás con capítulos breves, como cápsulas que pueden leerse en cantidad sin sobredosis, ¿cómo es el ritmo de tu escritura?; ¿y el de tu lectura?
— Soy un lector disperso e inconstante, sin método, desprolijo. Si pierdo el ritmo de lectura, me cuesta mucho retomar la marcha. Por eso trabajo los relatos a modo de pequeñas dosis narrativas que inviten a seguir adelante en la historia.
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La cuarta dimensión del signo, Esteban Castromán
Novela, Alto Pogo 2016
156 páginas
Foto de la nota: Mailén Albamonte.