El humo de tabaco sumergía toda la redacción de la revista Confirmado en una nebulosa, ocultando una fábrica de noticias. El informante llegaba más temprano que todos, pues era el encargado de elaborar los textos que servirían de fuente para los redactores. Era un sitio enorme que funcionaba como caja de resonancia para las máquinas de escribir Remington u Olivetti. En ese espacio y bajo el mando de Jacobo Timerman -creador de la antecesora Primera Plana- un grupo de periodistas acogió a Carlos Ulanovsky en su primer trabajo en relación de dependencia, con 22 años de edad. “Cuando entrabas a una redacción te convertías en un par de los que estaban ahí, porque la cercanía era total. Uno creía que era inmortal”.

Una fotografía de 1965 junto a su amigo de la infancia, Rodolfo Terragno, los muestra eternos y bien correctos: de traje, peinado clásico bien definido y lentes de marco grueso. “Era un tiempo sencillo, simple. Mucho más fácil que ahora”.

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Carlos nació en 1943, en casa de un pequeño fabricante de muebles del barrio de Floresta, que enviudó con la llegada del recién nacido. “Mi madre falleció luego de parirme. Era algo muy común en aquella época. Le agarró fiebre puerperal -infección en el órgano genital como consecuencia de los cambios del cuerpo, luego de dar a luz- y papá se volvió a casar cuando yo tenía cuatro años. Esa mujer pasó a ser mi mamá y su hijo, mi hermano”. Lo que iba a ser una familia terminó siendo otra. “Sin demasiadas explicaciones me dijeron que esa era mi mamá. Uno juega, prueba hasta dónde puede llegar la negación. Así se hizo una familia, aunque siempre lamenté que no tuvieran más hijos”.

Tito Ulanovsky creció con el diario y la radio a mano, además del hábito revistero. Hasta se hizo admirador de los textos de Bernardo Neustadt en el periódico El Mundo. “Nunca fui demasiado famoso. Pero cuando me empezaron a conocer, a mis viejos les costaba entender ese tema. Mi mamá me hablaba por teléfono sólo cuando Neustadt me mencionaba”.

Recuerda a su padre como un “tipo divino, muy elemental” y lo pone entre los conservadores para definir su modo de ver el mundo. “Él quería que fuese universitario, pero en la universidad me fue bastante mal. No quise ir a la fábrica, no busqué ningún título, ni me casé con mi primera novia, como él deseaba. Hice todo al revés de lo que él quería“.

La vocación venía peleando por salir desde antes de finalizar el secundario. Tito y Rodolfo le dieron vida a la revistaOrbe desde la mesa de la cocina de los Terragno. Tenían apenas 15 años. Más adelante, Carlos perseveró en la máxima de contradecir al viejo: “Viste como son los vínculos entre judíos, todos se conocen. Entonces le llegó la versión a mi papá de que la mina con la que me iba a cazar era zurda”. Carlos pensó en mentir. Pero también en jurar.

- ¿Cómo te vas a casar con una mujer que es netamente comunista?

- No sabía nada, Papá. Te juro que me entero por vos.

- ¿Pero cómo puede ser?

- No sé, no hablamos de esos temas. Te juro que no hablamos.

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Timerman dejó de lado aquel exitosísimo emprendimiento -Primera Plana- e intentó reproducirlo en Confirmado: nunca lo logró. Fue el resultado de un partido de fútbol entre los redactores de cada publicación, la metáfora más concreta que recuerda Ulanovsky acerca del éxito de Primera Plana. Confirmado perdió 6 a 1 aquel encuentro, de la misma forma en que se vio ampliamente superada en cantidad de ejemplares vendidos.

Esta redacción tiene un lugar particular en el disco duro de Carlos. “Un día salí para casarme por primera vez y otro, para el nacimiento de mi primera hija”. Tito recuerda el cariño de sus compañeros y en especial unos versos de Juan Gelman, que escribía poemitas o versitos para todos los compañeros. En ambas ocasiones, el poeta inmortalizó el momento con su creatividad a manera de obsequio.

En su más reciente libro -Redacciones, de 2012- Ula reconoce a la distancia el haber formado parte de un periodismo en general crítico de los gobiernos democráticos, y por consiguiente, colaborador con la creación de las condiciones para un golpe militar, el de 1966. Si bien nunca se interesó por la militancia, sus razonamientos simpatizaban para el lado del peronismo, la izquierda u alguna corriente progresista. “Pensábamos como obreros, cuando éramos una especie de profesionales especializados”.

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En mayo de 1971, Horacio Verbitsky lo convenció para formar parte de un nuevo periódico, otra vez encabezado por Jacobo Timerman: “La Opinión. El diario de la inmensa minoría”, rezaba su slogan comercial. Allí se reencontró con Enrique Raab, Gelman, Terragno y compartió con nuevos compañeros como Francisco “Paco” Urondo, Ricardo Halac, Osvaldo Soriano, Miguel Bonasso o Luis Guagnini.

“Timerman me pidió que me siente a mirar televisión y a escuchar radio como si me sentara a ver una obra de teatro”, explica sobre las crónicas que elaboraba en relación a los medios y al espectáculo. Sin embargo, para entender el funcionamiento de los medios, necesitó hacer un curso acelerado. “Todas las noches íbamos con mis compañeros al café La Paz, frecuentado por mucha gente extraordinaria como Germán García, Oscar Masotta, Horacio González, Heriberto Muraro. Fui a preguntarles a ellos qué libros podía leer. Hice una carrerita con esos textos”.

“Fueron los mejores años de mi carrera, una etapa muy feliz”. Además de su ascenso en los escalafones del mundillo, Ulanovsky recuerda los años en La Opinión por los momentos de descanso, que significaban un encuentro de muchísimos talentos del arco cultural. En una de esas tertulias, más precisamente durante la navidad de 1972, Carlos conoció a Marta Merkin, quien sería su esposa durante 32 años, hasta su fallecimiento en 2005. Marta lo acompañó en casi todas sus etapas como fotógrafa. Los retratos que ilustraban sus notas muestran a un joven de cabello oscuro y abundante, con patillas pronunciadas y lentes circulares, además de un bigote con caída a los lados de la boca.

A su estadía en el diario más influyente del momento, le sumó la creación de la revista Satiricón, en equipo con Mario Mactas. Era una publicación de humor “con grandes dosis de sarcasmo, de irreverencia y con frecuencia, de crueldad”. En sus tapas, el humorista y dibujante Andrés Cascioli ilustraba la cabeza de Juan Perón en el dedo medio de una mano, “El gran dedazo”, o transformaba en ratas a buena parte de la clase política en “Al gran queso argentino salud!”. El gobierno de Isabel Martínez la clausuró por “inmoral” cuando el número 24 salió a la calle.

Satiricón -que llegó a vender 250 mil ejemplares- tocó el nervio político más fanático y violento del peronismo. Las “sugerencias” de las revistas de ultraderecha comenzaron a ser más vehementes. Carlos y Mario estaban en la mira deEl Caudillo, una publicación de las entrañas de la derecha peronista, y Cabildo -otra nacionalista católica, xenófoba y antisemita- en un entorno donde la intimidación política crecía y cruzaba el terreno de las amenazas. Entonces, las palabras de su amigo del alma lo calmaron, aunque la paranoia invadía sus sueños.

- Rodolfo, escucháme. Mirá lo que dicen, “el mejor enemigo es el enemigo muerto”.

- No le des bola.

- ¿Por?

- De Timerman dicen cosas peores.

- Está bien, pero yo no soy Timerman.

- No le des bola. ¿A quién le vamos a hacer un juicio? No hay un nombre, una razón social, no hay una dirección…

“Esos tipos resultaron ser la triple A. Creo que hicimos muy bien en irnos con Marta, muy bien. Perfecto”. Su paso por el diario Noticias -ligado a la organización guerrillera Montoneros- fue desde cierto punto de vista, un error que puso en riesgo su integridad, aunque cambiando la perspectiva, también puede ser leído como un acierto: la bomba que estalló en la puerta de aquella redacción terminó de empujarlo hacia el exilio salvador.

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A fines del 74, llegaron a México. Allá, le sacó provecho a su Olympia portátil, la máquina que le permitió volver a sentirse un trabajador de la calle, un obrero de la conversación. Con Marta aportando sus imágenes, trabajaron para distintos medios locales, a través de la ayuda del escritor andaluz Paco Ignacio Taibo. Con graciosos seudónimos -Carlos Alberto Elula o la traducción latinoamericanizada de su apellido, Alberto Del Solar Dorrego, como bromeó alguna vez en radio- pudo firmar varios artículos para la revista argentina Chaupinela. La aventura se hizo insoportable en diciembre de 1975, cuando decidieron desoír los consejos y volver a Buenos Aires.

Culos inquietos, esos que habían formado Satiricón se las rebuscaban para poder seguir escribiendo con mucha cautela. Carlos publicó una serie de reportajes a figuras de la música, el humor, el cine o el teatro para Tête-à-tête con el Ratón. Las conversaciones entre colegas y artistas solían comenzar con un “¿te enteraste a quien se llevaron? ¿Sabés si chuparon a fulano? ¿Te contaron que a mengano lo encontraron atado a una silla con dieciséis balazos?”.

En marzo del 77, se estaba gestando una nueva etapa de Satiricón pero un comando de fuerzas no identificadas secuestró durante diez días a quien fuera director desde la primera etapa, Oskar Blotta, al jefe de redacción Mactas y a la correctora Silvia Vesco. Luego de la liberación y antes de que se subieran al avión, le dejaron en claro a Tito que debía seguir el mismo camino: en aquella redada Ulanovsky había sido uno de los apellidos nombrados.

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El llamado a elecciones por parte del militar Reynaldo Bignone en 1983, le puso un matiz distinto al regreso. Carlos y Marta habían llegado a Buenos Aires pocos meses antes del anuncio, por lo que el miedo que se volvía a instalar en sus vidas con los Ford Falcon verdes, se coloreó con partidos, militantes y actividad política.

A Tito, la era naciente lo encontró con buena suerte. A pesar de que se sintieron en un país extraño en su retorno, consiguió iniciar su etapa en el diario Clarín, el de mayor venta cuando se acababa la dictadura. Fueron siete años en los que afirma haber obtenido “el título habilitante de una carrera que había iniciado varios años antes, pero que nunca había cursado con la intensidad y el grado de realidad de esa época”.

Un desacuerdo en torno a un ascenso marcó la despedida, del que sería un verdadero conglomerado de empresas de medios algunos años más tarde. Carlos nunca se olvidará de aquella hepatitis que lo obligó al descanso. Tampoco borrará la visita de Jorge Lanata a su casa, para pedirle que se uniera al colectivo de Página 12, mientras el amarillo característico de la enfermedad que ataca al hígado todavía se apreciaba en su rostro. “Página tuvo un rol esencial en la evolución y afirmación de la todavía joven democracia recuperada. Fue un notable renovador generacional del periodismo y un valioso semillero”.

Recuperado y con el ánimo por las nubes, Ulanovsky emprendió su cargo de Jefe de Redacción en Página 12, aunque insatisfecho con su desenvolvimiento en esa función pidió volver a la tarea de cronista. Resignó sueldo, invirtió en disfrute. La estadía tuvo punto final en 1992. Hoy tiene una postura más crítica. “Esa idea de control que buscó imponer Página, creo que se da de una manera tangencial pero no central. En lugar de divorciar definitivamente al periodismo del poder, lo acercó. Recuerdo editores a las ocho de la noche, rogándole a determinadas figuras con la frase `tengo la tapa abierta para vos´”.

Desde 1986 y hasta el último número publicado, Carlos fue colaborador permanente de la revista Humo®. El sarcasmo y la ironía eran el combustible explosivo del proyecto que nació 1978 y se bancó buena parte de los años de mayor terror en este suelo. Cascioli era el alma mater de lo que fue la alternativa al pensamiento único, al terror infundado en la desaparición y el asesinato, a la prohibición del pensamiento. Humo® jamás le temió a los poderes y continuó su publicación a lo largo de 21 años. Con la impresionante suma de 330 mil números vendidos mensualmente durante su apogeo -en el 83- y las mejores caricaturas de los personajes políticos del gobierno militar, Humo® penetró fuerte en la juventud a través de ideas de cambio, razonamientos innovadores y poesía inspiradora. Carlos además resalta el valor que tenía la revista para los periodistas: “Era una usina de resistencia y refugio de inteligentes profesionales”.

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Ula habla del “lugar en donde uno puede parecerse más a sí mismo” para referirse a la radio. No son pocas las emisoras que transitó para llegar a entender el hábitat natural del periodista, además de las redacciones gráficas. Desde 1975 se animó a ponerle humor a la radiofonía junto a Alejandro Dolina y Mactas, madrugando Mañanitas nocturnas por Radio Argentina. Por una infinidad de estudios Carlos alternó conducciones, participaciones y columnas con una visión constructiva de la cultura, los medios o el espectáculo.

También se acuerda de El Ventilador, por Radio América entre 1997 y 1998. “Tengo los mejores recuerdos de Adolfo Castelo y Jorge Guinzburg, fueron dos años divinos. Siempre lamenté que Jorge no quisiera seguir: la situación nos privó de seguir hermanados y juntos en una cosa que era muy divertida. Nos cagábamos de risa y teníamos éxito. Castelo estaba en su mejor momento y el petiso resolviendo todas las cosas”. Este trío es de los más recordados en la radiofonía, en especial por sus personajes y la manera que impusieron en el abordaje de las noticias.

Luego de pasar por varios diales y resignificativos cambios de nombres, Ula se divierte haciendo un programa llamadoReunión cumbre, disfrute nacional: un magazine de fin de semana por Radio Nacional en el que él mismo decide contenidos, invitados, informes, música. En constante comunicación con sus compañeros, verlo manejar los pedales del aire con señas y volantear los turnos alrededor de la mesa uno se da cuenta de que obtuvo el registro de conductor hace rato, sin tirar ningún conito.

A la salida del edificio de Maipú 555, donde funciona la emisora pública, recibe y da saludos a los que se cruzan en su camino. Ula es dueño de una extraña calma. Siempre rodeado de afectos, su compromiso con la amistad es impermeable a las arrugas. Se nota en su memoria de elefante que no olvida los nombres de tantos colegas en los que confió, se ve en su capacidad formadora de grupos, se halla en sus ganas de enseñar.

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Ula se lleva mal con las redes sociales. Aunque exponga sus argumentos para sospechar de un texto de 140 caracteres, sabe que la era digital llegó para cambiarlo todo. “Ya en 1985 sale en EEUU, USA Today, a imagen y semejanza de la televisión. Con la sugerencia de tiempo de lectura que tenía que tener cada nota, a todo color, sin títulos, con múltiples entradas. Los lectores tenían que devorarlo en 30 o 40 minutos”. La aparición de la edición digital y la suma de pautas publicitarias pusieron en jaque la importancia de los contenidos. “Con la dictadura del diseño, los diarios empezaron a perder tramos de lectura cediéndolos a favor de que hubiera una presentación más atractiva”.

La década marcada por los procesos de privatización impactó directamente en la economía de los medios, que concentraron la influencia en pocas tapas y muchas empresas auspiciantes para los dominantes. Al mismo tiempo, la sociedad empezó a descreer de la clase política. “La credibilidad que ganaron los periodistas en los 90, hizo que muchos creyeran tener el poder de los jueces para impartir justicia. Lo nuestro es informar, escribir, transmitir y nada más”.

Tito tiene una queja con respecto al desarrollo de la actividad en la actualidad. “La figura del editor es inútil, tiene que ver con cuestiones administrativas. Funciona como garantía de una línea editorial y de salida, frente a un paro”. Mientras tanto, viendo la mitad del vaso medio lleno advierte la oportunidad de este lapso. “Un ámbito de polarización con opiniones tan opuestas, hace que todos debamos decir desde dónde estamos hablando y creo que es una situación interesante, ya que el periodismo es el ejercicio de la mirada propia”.

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En su departamento del barrio de Palermo, las hojas y recortes de cada publicación están atesoradas como prueba de suelas gastadas, como relatos de exilio, como museo vital. Las caras y firmas de sus compañeros de ruta lo acompañan desde su archivo de historias propias. Aunque el espejo haya cambiado el reflejo y su cabello haya cambiado de color, su mirada transmite aún el compromiso, el entusiasmo y la energía.

Desde 1974, acumula 14 libros publicados que abordan la historia y las discusiones sobre el funcionamiento de los medios, desde su aparición. Días de radio y Paren las rotativas son obras que recorren las escuelas de periodismo de todo el país. Descubrir la obra que representa el trabajo de este hombre, significa internarse en cada etapa histórica de los argentinos. El ejercicio de memoria que proponen sus investigaciones no tienen otro objetivo más que el de transmitir el oficio. Se trata de varios manuales de consejos más que útiles, para el desarrollo de un trabajo de obrero dirigido a las masas, en busca de un debate interno, de sembrar el pensamiento a través de las generaciones.

La nostalgia no está precisamente en la lista de sentimientos que le genera la vorágine de información actual, pues no le quedan “deudas de realización”. En agosto de 2013, Ula recibió una Mención de Honor otorgada por la cámara de Senadores de la Nación, tras 50 años de trayectoria. “Pienso seguir haciendo libros. Asumo que a los 70 estoy más cerca de mi retiro que de continuar en la actividad. Laburo porque necesito laburar, ganarme mi sueldo”.

Las manos de Carlos evidencian el transcurso del tiempo. Son dedos que golpearon rígidas teclas a toda velocidad por varios años y que también sufrieron el estrés del cambio hacia la era de la PC. “Sueño con no caer en la decadencia física. Es a lo que más miedo le tengo. No es ninguna hazaña vivir 94 años. Sueño también con el bienestar de mis hijas y mis nietos. Nada más”. Vive otra época sencilla.