Mugre, inundación y abandono: un viaje al interior del Hospital Evita de Lanús
Diario Registrado visitó el Hospital Interzonal de Agudos Evita, en el sur del conurbano. El policlínico donde nació Diego Maradona se encuentra en condiciones lamentables y con falta de personal.
La última lluvia que cayó por la mañana hizo que el techo de la sala de espera colapsara. Sobre esa pared, un cuadro de Evita con los brazos extendidos, como si intentara frenar un derrumbe mayor. Es lunes doce y treinta del mediodía, los restos de yeso y cartón todavía descansan en el piso y los asientos. Podría ser una intervención artística. Pero no, esto es el Hospital Evita de Lanús.
Inaugurado en agosto de 1952, un año después de la muerte de Eva María Duarte, el Hospital Interzonal General de Agudos Evita, o simplemente ‘el Evita’, ocupa toda una manzana y tiene su entrada sobre la calle Río de Janeiro N° 1910. Su construcción estuvo a cargo del ministro de Salud de Perón, el Dr. Juan Ramón Carrillo, con el apoyo económico de la Fundación Evita. El edificio tiene dos mellizos, también construidos en la misma época: el ‘Eva Perón’, en el partido de San Martín, y el Presidente Perón, en Avellaneda. Los tres tienen problemas pero aseguran que ninguno se ve tan mal como el Evita.
El ingreso al policlínico todavía conserva elementos de su apogeo. Las paredes revestidas de mármol y el busto dorado de Eva Duarte en el epicentro del salón dan a entender que la cosa va en serio. Una mujer pasa caminando y con su mano izquierda acaricia el hombro brillante de la abanderada de los humildes. Hay mística peronista en el aire.
Pero el impacto inicial de la suntuosa arquitectura de los cincuenta es opacado por pisos emparchados con cemento, lamparones de humedad, carteles con indicaciones impresas en papel A4 o directamente escritos a mano alzada. Un olor fétido, que después sabremos de dónde proviene, nos invade. Y mugre. Un montón de mugre por todos lados.
El Evita tiene unos 1.200 empleados. Por el tamaño y la demanda actual, se calcula que, entre todas las áreas, hay un faltante de personal del cuarenta por ciento. No sólo hacen falta médicos. También gente en limpieza, recepción y seguridad. En enero, por falta de vigilancia, delincuentes ingresaron por la entrada de ambulancias y asaltaron a los pacientes internados y a sus familiares.
Este interzonal de agudos fue pionero en contar con servicio de terapia intensiva en el sistema público. También tuvo una de las primeras salas de neonatología de todo el conurbano. El 30 de octubre de 1960 nació ahí un tal Diego Armando Maradona.
Un profesional del laboratorio que pidió no ser identificado cuenta que en la actualidad faltan insumos de todo tipo, incluso vacunas: “Dicen que no llegan por cuestiones burocráticas, que es porque falta una firma en una carpeta, pero en realidad esto es un recorte solapado. No admiten que hay un ajuste”.
Entre los faltantes está la PPD –la prueba cutánea de derivado proteico purificado–, que sirve para detectar la tuberculosis. Sí, hay casos de tuberculosis.
Hoy los ascensores funcionan, aunque la persona que me señala el recorrido sugiere no usarlos porque “nunca se sabe cuándo puede pasar algo”. En agosto, un paciente y un camillero sufrieron graves heridas tras caer al vacío; el gremio CICOP denunció que trabajadores se han quedado encerrados; cuando el ascensor está fuera de servicio, los enfermeros tienen que trasladar a los pacientes por las escaleras.
Ningún rincón del Evita desentona. En las escaleras hay restos de comida, envases y un pañal usado. “Ese pañal ya estaba ahí la semana pasada”, dice con sorpresa mi acompañante. Los pocos empleados de limpieza hacen lo posible por mantener los baños limpios, pero no dan a basto. Al costado del ingreso de las ambulancias, se ven tiradas cajas plásticas de color rojo que dicen “Peligro biológico. Descartador de agujas y cortopunzantes”.
Los sectores remodelados, con materiales de menor resistencia, están peor que los originales. El moho le ganó a la pintura en varios techos y paredes. En Otorrinolaringología el cielorraso de durlock se vino abajo. En los consultorios externos que pudimos visitar se repite la imagen de techos agujereados. El hospital bien podría llamarse El Colador de Lanús.
La médica Stella Di Niro, titular de Auditoría y Facturación, con treinta años de servicio en el Evita, elige la hilera de sillas menos rotas de los consultorios externos para que nos sentemos a dialogar. “Si todavía este edificio está en pie es por los materiales con los que fue construido. Pero los arreglos nuevos pueden durar apenas meses. Acá se necesita un presupuesto para mantenimiento muy alto que debería estar por fuera del presupuesto hospitalario.”
El subsuelo es el sector que peor se ve. No se usa hace veinticinco años porque las filtraciones de las napas lo mantienen inundado de manera permanente. Cuando llueve mucho, el agua mugrienta puede llenarlo todo y rebalsar hasta la planta baja.
El olor del hall de entrada se agudiza al bajar las escaleras hasta volverse nauseabundo. El agua hoy llega hasta el primer escalón inferior, y está tan negra que no se ve el piso. En las paredes hay telarañas y cucarachas. Los mosquitos zumban en el oído y se me posan sobre la mano mientras sostengo el celular para iluminar y sacar fotos. Escombros por todos lados. Se pueden ver las habitaciones derruidas por el agua y el paso del tiempo. Un motor encendido que se encarga de bombear agua negra hacia la calle hace un ruido tenebroso.
Pero el subsuelo no siempre se vio así. Los residuos patológicos, los cuerpos que se dirigen a la morgue e incluso la comida circulaban por esos pasillos bajo tierra hacia todas las áreas del edificio. También funcionó ahí el vestuario de enfermería, hasta que las filtraciones no lo permitieron más. Un rumor que circula entre los trabajadores de la institución dice que durante la última dictadura cívico militar la entrada de una de las habitaciones fue cerrada con cemento y todavía sigue así.
En medio de este abandono, los profesionales hacen lo que pueden para mejorar la salud de las cientos de personas que acuden allí todos los días. El problema es que últimamente cada vez son menos.
“No recuerdo época en la que no faltaran recursos en el hospital. Pero en los últimos tres años se ha jubilado mucho personal y no lo reemplazan. Por ejemplo, en el Evita hay un solo alergista. Se tomó vacaciones y no había otro especialista para reemplazarlo”, cuenta la médica Di Niro.
En el sector de guardia las caras son de afección y cansancio. Jorge, un trabajador de 52 años que no cuenta con obra social, tiene una dolencia aguda en la zona derecha de la espalda y hace siete horas que espera que alguien lo vea. “Tengo un dolor en las costillas que no me deja dormir, estoy acá desde las cinco y media de la mañana. Me dicen que espere y que espere, que hay demora, y yo sigo esperando”.
En la zona de internaciones las enfermeras intentan compensar la dejadez del edificio con la amabilidad de quienes saben tratar con personas. El hospital tiene alrededor de doscientas camas. Sin embargo, no todas las habitaciones pueden recibir gente. En algunos casos, porque los baños están clausurados. En otros, porque las camas están rotas.
Pero ahí no sólo duermen pacientes. El hospital es albergue de personas en situación de calle, como una señora mayor con una afección psiquiátrica que hace quince días duerme en un banco a la espera de que alguien la traslade o una pareja que hace meses tiene sus pertenencias a un costado de la entrada. La médica Di Niro cuenta con angustia que son varios los que “vienen a buscar refugio en las escaleras o bajo el techo de la guardia”. Desde la crisis del 2001 no veía nada igual.
Para entender mejor el cuadro, fuimos hasta el Concejo Deliberante de Lanús, donde nos recibió el presidente de la comisión de Salud y jefe de bloque de Unidad Ciudadana, Mariano García. “El vecino no se queja de la atención, sino de la falta de personal y de insumos”.
García reconoce que “la decadencia edilicia no empezó en la gestión de Cambiemos, pero ahora hay un agravante que es la falta de insumos y de personal. Estos problemas se acrecientan por la ineficiencia de las salas municipales de atención médica del distrito y porque cada vez son más las personas que no tienen cobertura de salud y deben acudir al sistema público”.
El presupuesto del Interzonal Evita depende de la provincia de Buenos Aires, que gestiona María Eugenia Vidal. Si bien son de la misma fuerza política -Cambiemos-, ante las quejas de los usuarios, el intendente Néstor Grindetti no se hizo cargo del problema y le tiró la pelota a la gobernadora.
"Marta ¿Cómo estás? Te cuento que el hospital depende de la Provincia”, se desmarcó el intendente ante la consulta de una vecina por Facebook. Lo cierto es que las excusas jurisdiccionales no resuelven el problema.
La crisis económica de estos últimos años empeoró la situación social de miles de personas. Cada vez son más los que dependen de un sistema de salud que no está a la altura de la circunstancias. El Evita es apenas un botón de muestra de esta situación.
Pero lo más duro no es el estado del hospital, sino que las quejas de quienes se atienden son apenas un murmullo.
Los que “caen” en la salud pública son atendidos en medio de la mugre, el mal olor, la decadencia edilicia, la falta de insumos y de personal. Los años de una vida al margen de los derechos más básicos hacen que para estas personas el hospital sea sólo otro problema de tantos. Quizás los gobiernos están esperando que sea Evita la que se levante y les devuelva la dignidad. Lo peor de la pobreza no es ser pobre, es que te acostumbran.