Sobre el vaciamiento y la desjerarquización de la cultura
A sólo horas de conocerse el resultado de las PASO en Argentina nos encontramos con la noticia de la renuncia de Enrique Avogadro a la Secretaría de Cultura y Creatividad del Ministerio de Cultura de la Nación. En su reemplazo llega Iván Petrella, actual secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional, quien según informaron desde el propio Ministerio seguirá con ambas funciones. Asimismo confirmó su renuncia Débora Staiff, hasta entonces subsecretaria de Cultura Ciudadana , y en su lugar quedará Julieta García Lenzi, actual Jefa de Gabinete. A pesar de que ambos funcionarios alegaron motivos personales o la voluntad de emprender nuevos proyectos, se evalúan varias teorías y elucubraciones sobre su sorpresiva salida. Lo que si es una certeza es que la relación con el ministro Pablo Avelluto no era buena y que aquello se veía en el manejo administrativo y programático de las políticas.
Sin embargo lo que genera mayores incertidumbres y preocupaciones en la escena cultural son los movimientos que hace meses comenzaron a producirse en el interior del organismo que parecen indicar el inicio de un proceso de vaciamiento y transformación. En las últimas horas se ha acrecentado teniendo en cuenta que era Avogadro quien sostenía los vínculos con la comunidad artística y escuchaba las demandas del sector, a partir del trabajo en la Subsecretaría de Cultura Ciudadana, la Subsecretaría de Economía Creativa, la Dirección Nacional de Mecenazgo, la Dirección de Coordinación de Gestión, el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el Teatro Cervantes, la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares y el Instituto Nacional de la Música.
El malestar dentro del organismo ya se hizo sentir en las últimas horas cuando comenzaron a correr los rumores de un posible traspaso a las órbitas del Ministerio de Educación de la Nación, por lo que pasaría nuevamente al rango de Secretaría Nacional. Según los propios trabajadores el proyecto existe y sería puesto en marcha luego de las elecciones de Octubre, junto con la desarticulación total de muchos de sus programas y una nueva ola de despidos. De hecho fuentes del Ministerio trascendieron que Juan Urraco, Director de Formación Cultural, anunció recientemente que se mantendrá en el cargo sólo hasta fin de año ya que entonces habrá cambios en los que no se quiere involucrar.
Esto se conjuga con que desde hace varios meses en la mayoría de los espacios no se generan actividades, se ha eliminado o achicado el presupuesto para varios programas y se presentaron muchos proyectos que fueron aceptados pero nunca puestos en funcionamiento. La Junta Interna de ATE del Ministerio de Cultura de la Nación declaró "el estado de alerta y movilización” a través de un comunicado. El delegado general Manuel Cullen sostiene en el documento que "la disolución de la Secretaría de Cultura y Creatividad, que encabezaba Enrique Avogadro, no hizo más que acrecentar el malestar por la parálisis de los programas y la reducción del 30% del presupuesto del Ministerio para lo que queda del año. Recordemos que en esa Secretaría se desempeñan 700 trabajadores”.
En relación a Programas como Quilombo, Opera y Danza, Festival Latinoamericano de Ópera Contemporánea, Orquestas Infantiles tienen cero o muy pocas actividades planificadas para lo que queda de 2017, y en esa línea Cullen denunció que el propio Avogadro pidió a los trabajadores "que sean creativos’" para organizar actividades hasta diciembre ya que no tendrán fondos. Asimismo para 2018 los fondos concursables como Becar, Fondo Argentino de Desarrollo Cultural y Plataforma Futuro y Apex, pasarían al Fondo Nacional de las Artes, y los premios , que se reducirían a dos, serán convertidos en 'premios consagración'.
Otro de los grandes cambios, tal como pasó en la CABA, fue la adopción del concepto y las formas de gestión de las Industrias Creativas, en reemplazo de las Industrias Culturales, que ponen el foco en un sentido más moderno y plenamente económica del sector. Este proceso , que se enmarca en un fuerte cambio de paradigma comunicacional, ha provocado el afianzamiento de la lógica del marketing en el funcionamiento de las industrias culturales, lo que resulta en la homogeneización de los contenidos, una creciente aceleración de las rotaciones, y la sobrevaloración de aquellos con mayor éxito. Lo que termina sucediendo es que la producción cultural se manifiesta desde una clara orientación al mercado, y los artistas, que deben acercarse a estrategias de marketing y economía, son etiquetados y pensados desde el Estado como emprendedores, gestores y empresarios de sí mismos, en sintonía con la proliferación de las industrias creativas. Con ello se perdieron múltiples programas y políticas que estaban dirigidas al fortalecimiento del sector cultural, y fueron reemplazados por grandes campañas de marketing político y alianzas con el sector privado, que pasa a beneficiarse del apoyo público que se les ha venido prestando a las industrias culturales.
La cultura de Cambiemos y las lógicas del poder
En los últimos años en Argentina, así como en otros países de la región, se produjeron una serie de importantes transformaciones políticas y sociales en las cuales las acciones culturales gestionadas desde el Estado tuvieron un rol central en el proceso de democratización. Cabe recordar que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, reconoce los derechos económicos, sociales y culturales, a la par de los derechos civiles y políticos. Desde esa perspectiva el acceso a la cultura y a los bienes culturales es considerado derecho de todos los hombres, y el Estado el principal responsable de crear las condiciones para su pleno ejercicio a través de las políticas culturales. Claro está que no se trata de un proceso lineal, ni homogéneo ya que las políticas públicas son producto de la permanente disputa de intereses que se produce en el campo social.
Con la creación del Ministerio de Cultura a través del Decreto N` 641 de 2014, luego de años de debates públicos y la lucha de los trabajadores del sector y la sociedad en su conjunto, se consolidó un proceso político basado en la premisa de que las políticas culturales no son meras instancias de producción de eventos fragmentados o espectáculos masivos, sino dispositivos para activar nuevos procesos sociales y generar cambios a largo plazo. Como todas las dimensiones sociales, la Cultura también se constituye en medio de las fronteras, los híbridos y las relaciones de poder. Desde esta perspectiva dinámica, el Estado buscó generar políticas culturales que respeten la diversidad y propuestas que dan visibilidad a aquello que se encuentra subalternizado por las tramas del poder o es considerado inferior desde la visión del mercado.
Toda política pública es resultado de una diputa y la decisión final será netamente política y condensará la de priorización de problemáticas y beneficiarios, aunque aquello implique posponer a otros sectores de la población. Más allá de la decisión administrativa de disminuir el rango de la institución, que implica en términos concretos la pérdida de autonomía así como una fuerte reducción del presupuesto, la desjerarquización causará la desaparición de múltiples subsecretarias y programas dirigidos a fomentar y fortalecer las expresiones populares locales, la cultura autogestiva y la escena independiente, que necesitan de una alianza con el Estado estratégica para potenciar el desarrollo. Lo que se quiebra definitivamente es el paradigma que comprende la importancia de la dimensión cultural como instrumento de desarrollo y de la cultura como estrategia para el cambio social, que tuvo un rol central en la última década a través de la puesta en práctica de programas y dispositivos culturales pensados de forma articulada y transversal.
La Cultura no puede ni debe ser entendida como un espacio armónico o consensual, ni puede quedar inscripta en la matriz de relaciones de dominación y poder. Las políticas culturales no son orientaciones cerradas sino propuestas flexibles, que buscan interpretar creativamente las demandas culturales de la sociedad. Se trata de un territorio de la gestión pública que se diferencia de la educación o de las comunicaciones, y que por ello atiende las demandas específicas y diálogo con los distintos actores sociales.
Justamente lo político es lo que prevalece en el proceso de construcción de una política cultural, frente a la sobreestimación de las herramientas y técnicas de gestión. Nunca se trata de una acción objetiva, ya que su origen esta enraizado en intereses y relaciones de poder. En ese sentido del vaciamiento de los espacios aún existentes y la posible subsumisión de Cultura al Ministerio de Educación consolidan un posicionamiento política del Estado favorable a los cánones establecidos por la cultura hegemónica, los grandes conglomerados del entretenimiento y las corporaciones mediáticas, emprendimientos que controlan los mercados, homogeneizan los contenidos y plantean el retiro del Estado. Sin la participación de la sociedad civil como principal agente de elaboración de políticas culturales, el organismo queda reducido a la reproducción de proyectos desde arriba o simplemente agendas discrecionales ligadas a los intereses económicos y el disciplinamiento social.
La cultura no puede funcionar bajo la ley de oferta y demanda, pues a medida que se fortalecen las grandes empresas se apropian de la mayor parte de la vida pública y esto conlleva la privatización de los bienes y servicios culturales, la transnacionalización de los contenidos y decisiones, y la dersesponzabilización de los agentes respecto de los intereses colectivos y el bienestar social. Un modelo cultural con mirada empresarial genera poco empleo, el quiebre de los vínculos con la comunidad, la concentración de la renta y una reproducción simbólica estereotipada.