No es hora para Hamlet
Ser o no ser, el dilema que pone Shakespeare en boca de Hamlet, atraviesa e inmoviliza a la militancia kirchnerista, a los que apostaron a un proyecto y hoy se encuentran entre desconcertados e inmovilizados y muchos desmoralizados. El kirchnerismo es el mejor gobierno desde los 10 años del peronismo histórico de 1945 a 1955, que significaron un clivaje sustancial y profundo. Pero ha cometido en los últimos años infinidad de errores, retrocesos, mala praxis, llegando simbólicamente a discutir la ley de la gravedad cuando con eufemismos u ocultamientos se escamotearon problemas que hoy irrumpen descarnadamente provocando una erosión política palpable. Sólo la inoperancia o tal vez algo peor como la corrupción, puede permitir entender que el Ministro Florencio Randazzo haya hecho en dos años en materia de ferrocarriles lo que Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi no hicieron en ocho.
La destrucción de la confianza relativa que siempre inspiró el INDEC en los sectores mayoritarios de la población se transformó, con su intervención, en un total descreimiento cuyo costo en la credibilidad gubernamental ha resultado astronómico.
Los chupamedias que siempre están al acecho para trepar, suelen empedrar el camino para alejarse de la realidad. Son los que exhiben coloridos paraguas los días de sol y desaparecen cuando llega el temporal y la lluvia se vuelve intensa. Perón lo entendió al final de su segundo gobierno, lo que no le impidió repetir errores similares en el tercero, cuando su salud y su avanzada edad flaqueaban.
La construcción política de los últimos años ha sido francamente deficitaria, para no decir un fracaso. Lo he señalado desde antes del 55% y no por ser un iluminado sino porque era evidente que el sendero elegido contradecía ciertos principios políticos elementales. Si el conductor de un vehículo frena cuando hay que acelerar y acelera cuando hay que frenar, no hay que ser demasiado intuitivo para vaticinar que existe una alta probabilidad que choque. La mala praxis continúa, al punto de seguir Cristina Fernández amonestando en público a aliados como el Secretario General de la CGT oficialista Antonio Caló, como antes lo había hecho con el Secretario de la CTA favorable al gobierno. Luego hay que intentar remendar en privado lo que se averió en público.
Cristina Fernández y muchos de sus seguidores incondicionales, parecen no recordar aquella sabia frase de San Martín: “Mi mejor amigo es el que enmienda mis errores o reprueba mis desaciertos."
Se puede hacer un largo inventario de errores, omisiones, defecciones e increíbles disparos en los pies. Hay groseros déficits de comunicación, que no puede ser un subterfugio para justificar errores de gestión.
Pero no son por los errores fundamentalmente por lo que se realiza este intento desestabilizador que sin eufemismos se puede leer en los medios dominantes y en las declaraciones de opositores impresentables, sino por muchos de los aciertos de ésta década que han perjudicado o no beneficiado lo suficiente a criterio de los que hoy realizan esta enorme embestida.
Insisto: hay un fortísimo proceso de desestabilización en marcha, pero eso no debe servir para amparar u ocultar los errores propios. A esos adversarios, algunos; enemigos otros, no se les debe hacer apelaciones a su corazón, o a su buena voluntad, porque están inmersos en la más elemental lógica capitalista de la cual el gobierno forma parte por su concepción ideológica. Se les debe aplicar los instrumentos legales que se poseen y que no son pocos en el contexto de una inmensa movilización política.
El proyecto kirchnerista retoma una buena parte de las banderas del peronismo histórico de un desarrollo capitalista nacional, con buena distribución del ingreso, pleno empleo, protección social y crecimiento industrial. Eso para el capitalismo del establishment es casi un delito de lesa humanidad.
Está en juego todo el importante activo de este gobierno, que se enmarca dentro de las conquistas y avances históricos de los gobiernos populares.
No es una tarea que deba ser defendida exclusivamente por dos o tres funcionarios. Cualquier medida económica, aún las más acertada, quedará diluida o tendrá efectos positivos parciales, si no se convoca y se efectiviza, echando realmente el resto, a ocupar las calles de todo el país. Para lo cual es imprescindible una amplia, tenaz y persistente acción militante.
La presidenta no puede estar físicamente ausente. Si en los mejores momentos su presencia fue abrumadora y en algunos casos excesiva, resulta mucho más contrastante su alejamiento en momentos álgidos, más allá que participe indudablemente de las decisiones. En este contexto, su hobby de la utilización del twiter, como comentarista de medios, incluyendo la inoportuna e inapropiada utilización de vocablos en inglés, o con apreciaciones para ser compartidas en la intimidad de su estrecho círculo y no como mensaje público, alimentan las hasta ahora intencionadas críticas de los medios dominantes de cierta abstracción de la realidad. El último discurso, el del 4 de febrero, anunciando el incremento a los jubilados que este gobierno fijó por ley dos veces al año, siendo el actual el menor de los otorgados, exteriorizó ciertos déficits en el análisis del cuadro de situación. Las actualizaciones hasta ahora superaron los índices de costo de vida, cualquiera sea la fuente que se tome. Pero no es el caso actual donde el incremento real de los precios al consumidor de diciembre, enero y febrero esterilizarán el aumento del 11% que se cobrará en marzo y el próximo ajuste es en septiembre.
Hay en esa mirada una exaltación de las muchas medidas positivas que el gobierno ha concretado y a la que dedicó la mayor parte del discurso y poco de medidas coyunturales y nada de las estructurales para afrontar un escenario peligrosamente inclinado.
El discurso presidencial adolece en esta oportunidad de la misma carencia que el índice de actualización: eficaz hacia atrás, insuficiente en el presente. Se reitera el error de hablar para seducir a los convencidos cuando el gobierno necesita ampliar sus bases de sustentación.
El gobierno intenta denodadamente evitar un ajuste al más crudo estilo liberal, pero el incremento de las tasas de interés para evitar el deslizamiento de los pesos hacia el dólar, el freno a las importaciones de insumos, la pérdida del poder adquisitivo de trabajadores y jubilados tienden a producir un enfriamiento de la actividad económica. En economía no hay medida que no tenga sus contraindicaciones. En el camino contrario y positivo va el aumento significativo de la ayuda escolar anual.
El gobierno apuesta a mantener el dólar a $8, perdiendo reservas, hasta que en abril, empiecen a entrar los dólares de las exportaciones de cereales, o conseguir que los exportadores crean finalmente que la paridad cambiaria se mantendrá firme y que el precio internacional puede bajar, con lo que la liquidación de lo que tienen retenido puede resultarles una apuesta desfavorable para sus intereses. En los últimos días se percibe que se ha superado favorablemente la pulseada y se ha revertido o atenuado el drenaje.Pero hay que asumir que es sólo un combate en medio de una batalla. Ahora intensificarán el ataque por el lado de la inflación intentando desactualizar el tipo de cambio y abrir el frente de tormenta que son las paritarias donde se librará otra batalla en la puja por la distribución del ingreso.
No es hora para Hamlet. Hay que SER, retomando lo mejor del kirchnerismo, apropiarse del centro del escenario. Hay que sacar la política del quirófano donde sólo entran unos pocos. Tal vez sea el momento de evaluar la posibilidad de la nacionalización del comercio exterior, de la reforma impositiva y la descentralización del mercado central; de un control exhaustivo en la minería; de una discriminación racional de los subsidios que permitirá reasignar gastos. Desplegar una política hacia la oposición, que permita dispersar los incipientes alineamientos adversos, al tiempo que permita ampliar las estrechas alianzas gubernamentales. Se debe ser muy claro en los fines y flexibles en los medios, escapando del sectarismo y la soberbia. La Presidenta dio un claro ejemplo político de lo que sostengo en su correcto viraje, al cambiar las características de la relación cuando Jorge Bergoglio se convirtió en el Papa Francisco.
Cuando se considere adecuado, reconocer errores, para ampliar las bases de sustentación imprescindibles y poder afrontar el camino empinado a transitar, ayudará en forma efectiva.
La Presidenta es un cuadro político considerablemente superior a la media política con una excepcional capacidad expositiva. Sus discursos deberían buscar ampliar sus bases de sustentación, seduciendo a la parte de los votantes que estuvieron y ya no están. Superar el estrecho límite de hablar para los convencidos. Hay que hacer política para llenar las plazas y no los patios internos de la Casa Rosada. Es una etapa complicada donde la Presidenta tiene materias pendientes cuya aprobación debería exponer a examen en la mesa más exigente que es la realidad.
No SER es administrar la crisis para intentar en el mejor de los casos llegar a un empate que es una derrota.
O peor todavía, que la salida la monitoreen los de la vereda de enfrente con su farmacopea.
No sólo la disyuntiva de Hamlet atraviesa la hora. San Martín increpa desde sus convicciones del siglo XIX, que tienen una llamativa actualidad: “Serás lo que debas ser, o no serás nada”