En el Día del Orgullo cuento cómo animarme a ser feliz me cambió la vida
Una historia más de millones. Una adolescencia difícil y una generación que todavía tiene muchos más tabúes que las que vienen. Cortes, angustias y la sensación de sentirse un monstruo. Monstruo que hoy lo es con mucha alegría de serlo.
Yo no estaba bien de la cabeza. Siempre me sentí sucia e incómoda con lo que me pasaba. Ya desde muy chiquita el cuerpo de la mujer me generó cosas, cosquilleo, curiosidad, admiración, pero entendía que eso estaba mal entonces me guardaba las ideas y me castigaba por ser así, tan monstruo. Era esa la sensación.
Durante mi adolescencia no entendí ni dejé escapar mis deseos hasta que conocí a una compañera de clase que me declaró su amor con un beso de lengua. Lengua que dejé pasar mientras el corazón latía a mil quinientos y mi cabeza decía MONSTRUO ALARMA MONSTRUO ALARMA. La alejé a los minutos pero ella se dio cuenta de que algo pasaba, que no era un rechazo genuino sino más bien un empujón de culpa. Me buscó durante meses hasta que me rendí, contra la pared, en el palier de su casa. Decidí dejar de frenarme y nos dimos un beso de esos que te desfiguran la cara. Volví en el bondi llorando desconsoladamente. Ya está, era un hecho, yo era lesbiana y nunca jamás iba a poder ser feliz.
Desde ese momento mis viajes en colectivo cambiaron, mientras estaba con ella me sentía bien pero cuando me alejaba todo era horrible. Llevaba conmigo una tijera con la cual me hacia pequeños tajos en los brazos, típico de adolescente desesperada por llamar la atención, sí, pero también buscaba el dolor físico para olvidarme del interno.
Me acuerdo que mi sueño era que mis viejos me vean los brazos y solucionen lo que me pasaba, que me prohiban verla (cosa que luego sucedió) y que eso haga que se me borre lo torta. ¿Y si quiero tener hijos? me preguntaba mientras lloraba en el bondi con la tijera en la mano.
El secundario lo sufrí, claro, como cualquiera que decide jugársela por lo que les pasa a pesar de todo y lesbiana de mierda fue durante muchos meses mi apodo en la escuela y en mi casa. Pesaba quince kilos menos, estaba anémica y lloraba 25 de las 24 horas del día. Esa historia terminó mal porque ella era muy posesiva y la relación, con muchos vaivenes, fue una pesadilla más allá del género. Celos y cosas espantosas que no se parecen en nada al amor.
Después de eso, sentí que era libre. Había salido de ese vínculo que no sólo me generaba muchos problemas afuera sino más bien adentro. Tuve mi primera vez con un tipo y al fin pude decir, listo, no soy lesbiana, cogí con un hombre y me gustó. Así fui cogiendo casi de manera compulsiva, los veía una vez, estábamos y después me borraba. Hasta que me puse de novia y re orgullosa de mi heterosexualidad. Vivía tranquila, me había dejado en paz. O por lo menos eso creía.
Pero no. Pues el tema es que seguía viendo porno torta a escondidas y de vez en cuando me mataba la idea de nunca poder dejar de serlo, como cuando dejás de fumar, que serás por siempre ex fumadxr (?). Una vez mi (ex)novio abrió el explorador y el historial le mostró lo que había estado viendo la noche anterior. "Dos rubias hermosas y un sexo para morirse". Me miró y a mi me sopapeó una vergüenza que no había sentido nunca. Esa tarde volvió la idea. Había algo que estaba haciendo mal conmigo.
Le di muchas vueltas en terapia, no estaba segura de nada, pero quería probar. Nunca había cogido con una chica, con mi primera novia sólo habían sido besos, yo no me animaba. Sentía que era la confirmación de mi lesbianidad y estaba negada a perder mi virginidad con un pito de goma. Pero ahora quería probar. Ya estaba más grande y tenía Twitter. Internet, qué mejor lugar para animarse a cosas que jamás hubieras hecho en un mundo sin. Conocí a una chica, primero palitos, ninguna de las dos estaba segura de si la otra quería ser amiga o chupar concha.
En el medio de eso me fui de viaje y conocí a una chica amiga de mi prima, diversa ella, que me explotó el cerebro.
- Yo vivo con mi novio.
- Ahh, ¿pero vos no eras lesbiana?
- Emmmm. Sí. Bah, en realidad, no sé, me enamoro de la gente, soy lo que quiero.
Pumba. Fue re cliché la frase, sí, pero en ese momento también fue el empujón que necesitaba. Por dentro grité CLARO, ME ENAMORO DE LA GENTE. PUEDO COGER CON QUIEN QUIERA PORQUE SON PERSONAS NO SEXOS NI GÉNEROS SOY LIBRE.
- Te envidio. Yo no creo que pueda animarme jamás a saltar.
- ¿Por qué sos así con vos? ¿Si querés, por qué no? ¿Por qué te hacés eso?
Listo. Volví a Buenos Aires decidida. Me encontré con la chica y pasé una de las noches más mágicas de mi vida.
Al día siguiente fui al supermercado y mientras escuchaba Sueño dorado de Abel Pintos (sí, así de meloso todo), sonreí y se me llenó el cuerpo de adrenalina de la linda. Creo que jamás voy a volver a sentir tanta felicidad. Fue muy extraordinario. Me acuerdo y tiemblo un poquito. Lo entendí. Puedo ser quien sienta ser, puedo disfrutar con quien quiera, sin sentirme mal al respecto. Puedo dejar de torturarme.
Yo no estoy mal, el mundo lo está.
Después, con los años, fui reforzando mi amor propio que tan dañado andaba, me enamoré y pude, con ayuda de mi mamá, mi papá, amigos y amigas de fierro vivir en libertad mis deseos. Empecé a interesarme y a laburar con feminismo y diversidad y ahí le dije chau besitos a todas las estructuras que había construido de chiquita. Se destrozaron. El cuerpo, el deseo y la mente dejaron de ser una prisión y pasaron a ser pedacitos de plastilina.
Y aunque hay quien aún no lo entiende, aunque mucha gente le tenga miedo y odio a lo distinto, estoy segura de que el amor como lenguaje y el arco iris como bandera forman parte de una verdadera revolución.
Feliz día del orgullo, che.