El compromiso del militante escritor
A partir del paro agro-ganadero del 2008 y la promulgación de la Ley de Medios Audiovisuales en el 2009, el campo literario o cultural quedó dividido en dos posiciones: los intelectuales tomaron posturas a favor o en contra sobre estas cuestiones políticas en particular y de cada una de las decisiones del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner en general.
Poetas, novelistas y otros autores de obras literarias, por supuesto, formaron partes de estas manifestaciones públicas. Carta Abierta y Plataforma 2012 son dos ejemplos de estos grupos emergentes que han debatido por lo general a través de los medios y con esto se ha actualizado la vieja cuestión sobre cuál debe ser el compromiso político del escritor.
Para pensar sobre el tema, estamos en condiciones de hacer una afirmación: escribir y militar son dos actos de distinta índole, uno privado y el otro público.
Por un lado, escribir es un acto de absoluta intimidad, y como todo acto íntimo no está ligado a ninguna regla. La escritura, por lo general, se hace en la más absoluta soledad. La escritura sólo se constituye en un hecho público cuando el autor decide dar a conocer en algún formato esa escritura, lo más común es imprimir un libro: hecho que deliberadamente se llama "publicar".
Por lo tanto, si la escritura es un hecho íntimo, el escritor no está en condiciones de exigirle a su escritura reglas o funciones. Estas son exigencias que pueden hacerse desde el mercado (asociada generalmente a la crítica mediática), desde la academia o exigencias que pueden hacer simplemente ciertos tipos de lectores.
El escritor que escribe pensando en ciertas reglas (y sólo en esas reglas) ya sean las del Mercado (novelas de trama) o de la Academia (novela de lenguaje), más que un escritor profesional es un impostor que suele traicionar su literatura en función de ciertos intereses económicos o de prestigio público.
Por otra parte, la militancia política o social pertenece al orden de lo público, exclusivamente, y entre varias reglas hay una que es la madre de todas: el compromiso.
Tratar de que un acto privado como la escritura tenga como regla central el compromiso es un error. Por lo contrario, el compromiso en el militante es una condición necesaria.
El Mercado o la Academia, por ciertas o distintas circunstancias del contexto, pueden exigir al escritor en algún momento histórico que la literatura sea comprometida, pero de la misma forma en la que también puede exigir que se escriban novelas románticas, históricas, fantásticas o de terror.
En el único punto en el que literatura y compromiso se unen y pasa a ser "literatura comprometida" es cuando el militante utiliza su escritura como una herramienta más de persuasión política.
Hay en la Argentina una larga y prolífica tradición de militantes escritores. Nuestra historia literaria desde la Colonia, pasando por la Revolución, las luchas intestinas, el enfrentamiento entre federales y unitarios, fue teniendo una militancia que escribía e, incluso, impuso el canon de nuestra literatura. Esta "milicia" literaria empieza a disolverse con el planteo de los grupos de Boedo y Florida, y durante el transcurso del siglo XX fue la literatura burguesa (que hoy llamaríamos con más comodidad de clase media) la literatura de Mercado o la literatura de la Academia las que predominaron, son las que surgieron con más fuerza con la industria del libro y el estudio del texto.
En el siglo XIX, los escritores (muchos de ellos en verdad políticos centrales de la historia argentina) escribían para pocos (el "Entre Nos" de Mansilla es la síntesis de esta idea) y esa literatura era natural. Con la llegada de la masificación de la lectura, el modernismo y la vanguardia el militante no escribía ficción, salvo algunos casos aislados. Dentro de la historia más reciente, en el periodo de alternancia entre gobiernos débiles democráticos y las denominadas "dictablandas" (con el peronismo proscripto) reaparecen en el centro de la vida literaria algunos ejemplos de militantes escritores. El caso paradigmático es Rodolfo Walsh, quien creía que en esa época era "imposible en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política" y asegura que los autores que no son militantes están vinculados con la literatura burguesa y sólo pueden escribir sobre el contexto que lo rodea: problemas de clase media para ser consumida por la clase media. Es más, cuando un periodista le pregunta a Rodolfo Walsh porque no hizo de ¿Quién mató a Rosendo? una novela él contesta: "Porque evidentemente la denuncia traducida al arte de la novela se vuelve inofensiva, no molesta para nada, es decir, se sacraliza como arte."
Por otro lado, Julio Cortázar se compromete con la revolución cubana (y más tarde con la sandinista) y con toda la nueva realidad latinoamericana. Su novela más comprometida es El libro de Manuel.
En 1973, Julio Cortázar es consciente desde el prólogo del libro (es decir antes de su publicación) hasta incluso varios años después, de la magnitud del fracaso de la empresa de escribir una novela comprometida.
En el prólogo ya anuncia que con la aparición de El libro de Manuel le van a pegar por derecha y por izquierda y varios años después aclara que: "en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política (la parte política, la parte del mensaje político) anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado, o bien la literatura es más fuerte y apaga, deja en una situación de inferioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector."
El golpe de Estado de 1976 por parte de los militares y la complicidad civil e incluso en sociedades comerciales con los medios hegemónicos de la Argentina anula todo tipo de militancia. Se aniquila a tres generaciones de militantes: jóvenes, adultos y viejos (entre ellos, por supuesto, más que nada a "la masa pensante" que era la más peligrosa según declaración de los militares). Los más afortunados lograron exiliarse. Otros escritores se sienten cómodos o hacen las paces y almuerzan con los genocidas.
Lo cierto es que los militantes escritores fueron devastados y sus obras prohibidas. Pocos, como Ricardo Piglia, lograban cifrar algún oscuro mensaje en sus obras literarias, como fue el caso de Respiración artificial. Aunque el gesto más militante y con mayor fuerza de nuestra literatura haya sido la "Carta abierta de Rodolfo Walsh a la Junta militar", gesto que le costara nada más ni nada menos que su vida.
Con la llegada de la democracia, pero todavía vigente en la sociedad bajo la idea del "algo habrán hecho" y "la teoría de los dos demonios", entre los Juicios y castigo a los militares y los inmediatos indultos, con algunas insurrecciones militares, surgen textos de escritores que dan cuenta clara de la generación de postdictadura.
Alguien escribió que los noventas es la literatura del Ray Ban, la cocaína y el sushi. En las novelas aparece la Guerra de Malvinas, lecturas sobre la Dictadura, sobre el peronismo, pero no desde un lugar militante, sino como temas contextuales, incluso algunas veces casi marginales. Los militantes escritores habían caído en el campo de batalla. Estaban desaparecidos. Sólo existían grupos aislados de militantes no unificados por causas nacionales.
Como decíamos al comienzo de esta nota, a partir del 2008, hay una nueva generación donde incluso se empieza a restaurar la red militante, donde aparece nuevamente la discusión política y emerge como protagonista central el nuevo militante político y social.
Hoy, luego de varias reivindicaciones de la política una multitud de jóvenes y no tan jóvenes empieza a conformar un nuevo tejido de militancia.
Sin embargo, el militante advirtió, primero de una forma inconsciente y luego ya pensada, que la literatura de ficción no sirve como herramienta del compromiso político. Lo dice Cortázar claramente: a pesar del esfuerzo que le conlleva escribir el Libro de Manuel, la empresa fracasa.
Como dijimos al comienzo, la militancia política está en otra órbita, en otra esfera que la escritura. Tratar hacer convivir un acto íntimo como la escritura, con un acto público con la militancia es un error.
Salvo el caso en que ese acto íntimo (como si sucedía con los escritores del siglo XIX) por su contexto revolucionario tenga que ver con una militancia política.
Hoy, en este contexto de efervescencia militante reciente y la pugna entre quienes defienden y quienes rechazan el viejo modelo liberal y corporativo, el militante escritor usa su figura pública, su construcción autoral, para la militancia. Es una forma más efectiva. Así vemos a grandes intelectuales, parados de un lado y del otro opinando sobre política, apoyando sus intereses colectivos, sociales, que muchas veces tienen que ver con los personales.
También vemos que algunos escritores hoy actúa en territorio, en su barrio, en los actos públicos, en la docencia, escriben columnas políticas en los medios de comunicación pero siguen escribiendo sus obras de ficción para el mercado o para la academia. En numerosos casos han publicado libros de ensayos sobre la política y la historia reciente (al mercado le interesan).
En definitiva, hoy el militante escritor tiene el compromiso de participar directamente a favor del otro (de eso se trata el compromiso en definitiva: de un trabajo por el otro, ese otro que conforma el nosotros, ese otro necesitado o excluido). El militante escritor tiene el compromiso de militar en los barrios, en los grupos de necesitados, o compartir debates con sus otros compañeros de militancia, estar en los actos de apoyo o de repudio a medidas sociales y participa activamente en las redes sociales. Pero el militante escritor ha advertido que la literatura de ficción, por lo general (siempre por lo general) no es una buena herramienta para ejecutar ese compromiso, por el contrario, ese resabio pequeño burgués de la narrativa y la poesía es un estorbo para su compromiso.