Clarin y la murga de los renegados
Clarín recurrió a un antropólogo para denostar a la murga porteña. Su título: “Es Carnaval, diviértase, es una orden”. La nota comienza así: “Lo más horrible del Carnaval porteño es la brusquedad con que las murgas se imponen en el espacio público”.
Y peor aún, continúa: “Es un imperativo: diviértase. Y los corsos porteños no son divertidos. No son pintorescos (como en Jujuy). Ni un buen entretenimiento (como en Entre Ríos). Sus propuestas artísticas son pobres (a diferencia de las correntinas). Fueron incapaces de inventarse una tradición atractiva o de tejerse un linaje histórico convincente (como han hecho en varias localidades bonaerenses). No invitan a reírse, a relajarse, a deslumbrarse, a beber y bailar en paz, a juguetear con las jerarquías sociales. Los corsos porteños –una forma de espectáculo sincrético de carácter ritual, insistía el lingüista Mijaíl Bajtín– son excluyentes”.
Por donde empezar. Vale aclarar que a dos días de publicarla, el sitio web del diario le quitó los comentarios, la mayoría de murgueros indignados que le sugerían al autor de la nota, Marcelo Pisarro, glosas, letras críticas o alegres, y hasta le contaban historias de murgas. O mejor, le proponían sumergirse sólo en cómo organizar tanta gente, y la manera de relacionarse en una murga. Esos comentarios ya no están disponibles. Eran fulminantes, mucho más fundamentados que la misma nota.
¿Habrá intentado el diario que sus lectores fóbicos al carnaval, al que entienden sólo como ruido, rejunte de negros y corte de calles, se miren en el espejo de un antropólogo, al que creen autorizado a despotricar contra “ese tipo de alegría”?
Reniega, y esto no sólo el autor de la nota, de la historia de la que abreva la murga porteña. Ni una línea sobre la existencia de murgas que datan de 1950 –por caso, Los Viciosos de Almagro-, ni la memoria del cuero que encierra el toque de rumba y el movimiento de los pies y el cuerpo en “la matanza”, el momento en que se abre aún más la ronda y los murgueros pasan de a grupos a liberar a pleno salto, patadas y revoleo de manos la locura, como liberación del carnaval.
Primero bailan los niños, luego las mujeres, recién después los hombres, hasta que vuelven todos a ser uno y la ronda muta en masa murguera, que hace tronar el asfalto, la tierra, el empedrado, según el corso.
El antropólogo saluda el color de Oruro, o de Jujuy, o de Entre Ríos y niega su bendición a los corsos porteños. Y son otra cosa en forma y expresión, aunque con la misma esencia. Celebra y diferencia en organización y hasta en excesos los distintos carnavales. Debiera saber el hombre que el fin de semana último se cayó una tribuna en Oruro y murió una mujer chilena. Ah, y los mamados de carnaval, son lo mismo con los mismos problemas en cualquier rincón. No deben ser más o menos violentos los de Parque de los Patricios que los de cualquier ciudad de Bolivia.
Debiera, además Marcelo Pisarro, por su título, recurrir a las ciencias naturales y sociales para estudiar al ser humano de forma integral. En cambio, asegura descaradamente, que la murga porteña no aporta colorido alguno. Denota allí el autor, que nunca se acercó tanto a las lentejuelas de una, muchas levitas juntas, que encandilan el barrio, la noche, febrero, al bailar.
Podría el antropólogo hurgar en el suelo e inspeccionar dónde canta todo cuanto cantan las murgas. Debiera viajar una noche al corso de los Piratas de Fiorito, o experimentar la autogestión de los Prisioneros del Delirio de Sarandi o Mala Yunta de Floresta. Por cierto, la murga que perdió tantos chicos en Cromañón que la murga sirvió para sumar incluso a familiares y otras víctimas de la tragedia. Mire señor antropólogo cuánto significa la murga y se impone, no por coerción, sino por decantación que un grupo de sobrevivientes de aquel fatídico recital de Callejeros, fundó la agrupación Los que Nunca Callarán. No es con violencia como se encuentra en la levita, la galera y el bastón, una forma de supervivencia, en medio del humo que les dejó la noche peor.
Notará si se estudia el terreno, si camina como hace la murga, las diferencias entre un corso y otro. Péguese una vuelta por el corso del oeste de Cosa e' Mandinga -¡vaya es este lunes mismo!-, con el tablado oficial de Villa Pueyrredón, en Mosconi y Bolivia. Notará que allí hay vallas que separan al público del murguero, y en los otros no. No todo es luces y arrabal como en San Juan y Boedo. Antiguo corazón carnavalero por excelencia. Dice la leyenda del barrio, cual Ángel Gris que si vas por la vereda impar de Colombres una noche de carnaval no te enamoras nunca más. O algo así.
El carnaval también es eso: embrujo, hechizo que como tal se apagará y como no se sabe cuándo ni cómo termina, el murguero implota. Así viven los pibes, en un estado mensual de sus desangeladas almas anuales. Debiera aceptarse eso primero, claro, si se pretende realizar un análisis más o menos serio sobre una expresión con 34 escenarios en la ciudad y el triple en el Gran Buenos Aires.
Un movimiento en el que incluso desde hace un par de carnavales llegan a pastar cantores de tango. Y los muchachos de La Bersuit junto a Ariel Prat. Además, desde 2008 hay un sello discográfico nuevo, Momolesto, que edita viejas glosas y recitados murgueros.
Y más: desde 2007, año a año el ex batero de Los Piojos, Daniel Buira, coordina la edición musical Carnaval Porteño, un cd con una selección de 15 canciones de distintas murgas.
Y más para la magia de cada febrero: el ex guitarrista de Los Redondos, Skay, suele acercarse con la Negra Poly al pasaje Darwin para ver a los Atrevidos por Costumbre, alto murgón de Palermo. ¿O eso que me contaron fue una exageración en una noche de carnaval y yo la creí para siempre?
¿Por qué cree que es más sano y tiene más esencia de carnaval que una vedette viaje a Gualeguaychú a poner su culo a disposición de la fiesta y un negro tirando patadas al aire como un loco, serio en su rutina porque la quiere descoser ante los pibes, no?
Pero prefiere escribir el antropólogo Marcelo Pisarro en Clarín: “Hay que ver a los tipos que tocan los bombos. El bombo se golpea con la misma precisión ausente en el corso, en la marcha sindical, en el acto político, en la tribuna de la cancha. Se golpea en Carnaval igual que en las protestas para exigir que haya feriados y subsidios por Carnaval”.
Mientras intento hacerme esa idea de un tipo violento tocando el bombo, me viene a la mente el Zurdo Ariel, bombista de Los Inconscientes, profe en una escuela para chicos con capacidades diferentes, que toca con la precisión con la que alza a esos pibes. Claro que hay forzudos -¿"gordos malos y transpirados" querrá decirnos el antropólogo?-, que mueven la mano como si le estuvieran pegando a una injusticia. O se van de tempo ¡oh sacrilegio! La murga también puede canalizar ese rapto de furia. ¡Menos mal entonces y no viertan en otro lugar los pibes!
Pienso en la violencia y pienso en El Qumero o el Negro Hernán, de Cachengue y Sudor. El Negrito el año pasado estuvo un mes en Cuba y en otros países de Latinoamérica perfeccionándose en percusión. A propósito de esa murga. El viernes pasado se presentó en el penal de Ezeiza, en el pabellón en el que las mujeres viven con sus hijos. Eso también es la murga.
Chorrea prejuicios por todos lados la columna de opinión del antropólogo. Se le caen por los márgenes la ignorancia como discriminación y la mala intención de interpretar como un “subsidio a la alegría”, la restitución de un bien cultural: los feriados de carnaval que había desaparecido la última dictadura cívico-militar.
“Venga vecino llegó esta murga pa’ criticar...”, invita el saludo de Los Pispiretas de Liniers, o de Los Pitucos de Villa del Parque, ya ni sé. Sepa que un saludo inicial es como tal una invitación, con contenido, guste o no, en formas estéticas incluso, pero lo es. La murga es, ser estando, al menos un mes. Pero también es una manera de vivir para los pibes, las pibas, para todo un clan familiar incluso. Eso es herencia y no se desaparece más. Nunca más.
Esta es mi despedida señor antropólogo. Y los de atrás que ve detrás, son esa murga de renegados de la que usted habla:
(Con música de Balada para un loco)
Corso loco, loco,
vos que acunaste
mi murguero corazón
deja que sueñe que muy pronto volverá
con su atorrante buen humor
a despertar el Carnaval...