El regreso de Cristina Kirchner luego de su licencia tuvo los elementos típicos de su estilo. Un estilo personal y político siempre adaptado al momento histórico en el que le toca actuar.
Luego de que el oficialismo obtuviera un triunfo nacional en elecciones de medio término el 27 de octubre, con porcentajes importantes para un proceso que ya lleva una década en el poder –y sin perder una sola elección, excepto a niveles de provincias o municipios-, los movimientos presidenciales apuntaron a la renovación del gabinete pero, sobre todo, a sostener las decisiones de carácter estratégico.

Apuntar al mediano plazo, siempre ha generado incertidumbre en la historia de muchos hombres de Estado. Impulsados por la mezquindad o por el temor, han considerado que las decisiones estratégicas pertenecen a ese tipo de siembra que no siempre se cosecha.

El temor tiene algún asidero si se lo juzga en términos de conveniencia o incertidumbre política que, respectivamente, tanto podrían asegurar un triunfo electoral como un fin de ciclo. Lo que se pierde de vista, si la política no se toma con grandeza, es que las decisiones de tipo estratégico, las que llevan años para poder ver algún resultado, son las que se toman en favor del país más que de los individuos que las toman. Además, corren a la velocidad de la historia y no al ritmo de la actualidad. En otras palabras, podríamos decir que se trabaja para el país o se trabaja para el noticiero de esta noche y el diario de mañana.

Tanto cuando se impulsó la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, como cuando se decidió recuperar YPF, el Gobierno supo desde el primer momento que entraba en un proceso de discusión prolongada. Eran decisiones de riesgo porque nada le garantizaba de antemano el triunfo político (no se actuaba contra factores débiles, sino contra el poder corporativo); y también porque, aún triunfando, estaba obligado a sostener en el tiempo su posición, sometiéndose al desgaste diario que le provocaba el establishment y entregándose a la posibilidad de que el triunfo político –en el caso de que lo hubiera- llegara demasiado tarde.

El fallo de la Corte Suprema de Justicia a favor de la Ley de Medios, y el acuerdo con Repsol para definir un resarcimiento por YPF (ambos sucedidos en pocos días), son triunfos de la política del Gobierno. Que esa política haya sido arriesgada, incluso asumiendo todos los costos que pudieran pagarse por ella (la política sin costos se llama marketing), no le quitó su principio de razonabilidad, lo que equivale a decir que tampoco le quitó lo que la impulsaba: un principio de justicia. De otro modo, la Corte Suprema no hubiera fallado a favor del Gobierno, ni Repsol hubiera aceptado un acuerdo que evita litigios y afianza el crecimiento de YPF rumbo a la soberanía energética.
Lo que tienen de particular las decisiones estratégicas de un gobierno, es que son decisiones que, justamente por plantearse en términos de mediano plazo, siempre están en actividad. Hay un proceso, una dinámica, un movimiento constante de fuerzas que lo que disputan no es otra cosa que la posibilidad de tener un país con un gobierno soberano o una mera gerencia general.